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Narrativa internacional

De Corea a Portugal

Jean Echenoz es un viejo conocido del que ya dimos cuenta de novelas como ´Rubias peligrosas´, ´Me voy´ y ´Al piano, Ravel´

La escritora británica Helen Oyeyemi.

En esta última, Enviada especial (Anagrama/Raig Verd), el autor francés ahonda en su esquema narrativo favorito, la parodia de género. En este caso se trata de la novela de espías. Dos militares traman en París el secuestro de un aparatchik norcoreano para obtener información de aquel régimen solo en apariencia delirante, pues como ya sabemos las locuras del tirano de Pyonyang complacen tanto a las potencias occidentales como a las orientales. Una canción de éxito de un músico parisino que hizo furor en Corea del Norte les sirve para tender un lazo a través de la vocalista, la mujer del músico. Las peripecias de esta novela que pretende ser humorística están muy bien orquestadas. Todo encaja a la perfección pero resulta a la postre aburrido. El modelo posmoderno de Echenoz parece estar tocando fondo. Su impacto emocional es nulo. Un trabajo "impecable" el del francés, pero uno se pregunta para qué tanto artificio. El retrato del "absurdo" no es la respuesta.

Boy, Snow, Bird, de la británica Helen Oyeyemi (Acantilado), parece un caso opuesto. Se trata de una novela "auténtica", en cierto modo tradicional, aunque al final, pese a la impronta personal que despliega, acaba por caer también en el artificio. Conocí a esta joven nacida en Nigeria (1984) y llegada a Londres a los cuatro años, en Seúl, no lejos de la DMZ, de modo que no salimos de la península coreana de momento. Como su título apunta, la narración se estructura en tres partes y la primera es la mejor. Una joven rubia, Boy, se escapa de su casa de Nueva York porque ya no puede soportar el maltrato de su padre, exterminador de ratas. En la población a que llega en tren se refugia en una pensión para chicas. Conoce a un joven viudo, padre de una niña cuyo nombre es Snow, del que acabará teniendo una niña negra a la que llamará Bird. Las primeras 70 páginas de esta novela están inspiradas por una escritura singular. Poseen desenvoltura narrativa y la brillantez de un cuento clásico. En la segunda parte, donde es una adolescente Bird la que narra, notamos desmayo en el tono, que anuncia un problema con la "trama", del que Echenoz carece. Pero Oyeyemi tiene talento. Si se toma más tiempo y contiene su "facilidad", nos va a llegar a sorprender.

Un valor seguro es Junichiro Tanizaki. El autor de El elogio de la sombra y El cortador de cañas regresa de la mano de Atalanta con Siete cuentos japoneses, una maravilla de relatos de la primera época del escritor nacido en 1886. Ya los dos primeros, que retratan a un bufón y a un supuesto espía alemán de entreguerras, resultan frescos y sugestivos. Pero a medida que nos adentramos en el volumen nos encontramos joyas como la erótica "Los pies de Fumiko" y la conmovedora pieza "Nostalgia de mi madre". La selección llega hasta 1925, cerrándose con "Los techos rojos", un cuento de actores que nos pasea entre Osaka y Kobe, ideal para leer en el Shinkansen que se dirigía, sí, como una bala, a Takamatsu.

Del buen Tolstoi leo El primer peldaño, el alegato vegetariano que escribió en 1891. Una cruda descripción del matadero de Tula sirve para ilustrar su disgusto ante los carnívoros (más de la mitad de su familia). Considera que la abstinencia y el ayuno constituyen el primer peldaño para llevar una vida "moral". Demoledor y compasivo, el creador de Karenina denuncia la hipocresía de tirios y troyanos, y exclama con una voz que sigue siendo actual: "No hay hedor al que las personas no se acostumbren, no hay sonido al que no presten atención, no hay monstruosidad que no observen con interés".

Otro ruso, poco conocido, es Nikolái Leskov del que Nórdica ha publicado un libro que ahora se ha convertido en película, Lady Macbeth de Mtsensk. Se trata de un relato turbador y lleno de rara ternura. Todas sus palabras parecen encajar de manera perfecta.

Curioso fenómeno danés, Madame Nielsen es cantante y trabaja en el teatro. Escribe piezas de teatro y novelas como El verano infinito (Minúscula). Una escritura suelta, a veces demasiado digresiva, sirve de vehículo a una extraña historia de amor iniciada en una gran casa solariega en Dinamarca y que se prolonga en Portugal. Su originalidad reside en la atmósfera que logra levantar mediante frases muy largas, su desprecio de la forma novelística y de la "importancia".

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