Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pensamiento

Marcado por Mallorca

Ridao subraya el carácter fundacional de ´El revés y el derecho´, con un capítulo dedicado a su visita de 1935

José María Ridao, izquierda, con ´El Roto´, en 2012.

Fue el primer libro que publicó un futuro Nobel de 23 años, en 1937, hace exactamente ocho décadas. El revés y el derecho son sólo cinco textos, poco más de un centenar de páginas en total, y uno de ellos, "Amor por la vida", lo dedica íntegramente a su periplo, en 1935, por Mallorca y Eivissa. Relata una noche en un cabaré en Palma, habla de los cafés ibicencos y, sobre todo, dedica unos párrafos de una belleza apabullante al claustro de Sant Francesc, en la capital mallorquina, escenario de sus reflexiones.

El vacío elocuente. Ensayos sobre Albert Camus, del filólogo, articulista y ex diplomático José María Ridao (Madrid, 1961), remarca el carácter fundacional de El revés y el derecho para la totalidad de la producción camusiana. Y no se lo saca Ridao de la manga: el mismo autor le otorgó ese rango de "fuente única" de su obra y vida, en el prólogo a la reedición de 1958, ya consagrado en Estocolmo.

Junto a esa creación de juventud (Camus no llegó a ser viejo: murió en 1960, a los 46, en un extraño accidente de automóvil), Ridao coloca como referente esencial El primer hombre, novela autobiográfica, inacabada, publicada en 1994, póstumamente. Fundamental, según el autor, porque ahí el argelino de familia materna menorquina se desnuda, deshaciendo así un pudor arraigado a hablar de sí mismo, en parte por vergüenza de sus míseros orígenes: huérfano de padre al año e hijo de una criada, analfabeta y casi sordomuda, Catalina Sintes Cardona.

Frente a quienes le han regateado la condición de filósofo, el primero su amigo y luego rival Sartre, Ridao afirma que su categoría como pensador "no desmerece de la del Camus literato". Explícitamente, el autor madrileño renuncia a referirse al Camus periodista, por rechazo a "una de las actividades más impúdicas y más pagadas de sí mismas".

Reconozco que me cansa un poco que haya que referirse tantas veces a Sartre para hablar de Camus o, al menos, de Camus como filósofo. Pero las páginas abundantes en que Ridao enfronta las posiciones de uno y otro reconozco que no sólo se encuentran plenamente justificadas, sino que arrojan luz sobre las trayectorias de ambos: literarias, políticas y biográficas.

Resulta revelador, por ejemplo, el proceso al colaboracionista Brasillach, nada más acabar la guerra. Desde Combat, Camus inicialmente apoya la depuración. Cuando Mauriac, de intachable trayectoria, pero católico, reclama clemencia, siente tambalearse sus convicciones. En cambio, Simone de Beauvoir se muestra favorable a la ejecución de principio a final. "Jamás me he arrepentido". Elocuente.

No puede explicarse por arte de birlibirloque que fuera, al final, Camus quien tuviera razón, ante sucesivas y cruciales encrucijadas: al optar por la resistencia frente al nazismo, al rechazar la bomba atómica, al denunciar el Gulag, al oponerse al terrorismo en Argelia. No, sino a una coherencia que no excluye, puntualmente, la indecisión o la rectificación (Marañón: "Alguien que no duda es un peligro para la Humanidad").

A Ridao no le hace ninguna gracia que al autor de El extranjero se le reduzca a la categoría de santo laico, una especie de póster a lo Che o Jesucristo, representante de "la República de las Almas Nobles". Probablemente, él hubiera sido el primero en rechazarlo. Lo que no quita para que su actitud insobornable, que le acarrea un anatema tras otro, siga resultando digna de admiración.

Particularmente desgarradoras son las últimas páginas, dedicadas a la guerra civil en Argelia. Una vez más, para Sartre todo parece nítido: los "buenos" son los terroristas del Frente de Liberación Nacional, los "malos" el más de un millón de argelinos de origen europeo, muchos de ellos pobres. Fracasada su llamada a la tregua civil, Camus optó desde entonces y hasta su muerte por guardar silencio: el silencio elocuente. "Con mi tierra perdida yo ya no seré nadie", escribe en 1958. Moría dos años más tarde.

Compartir el artículo

stats