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El final de la inocencia

Anagrama publica ´El número 11´, la decimoprimera novela del británico Jonathan Coe (Birmingham, 1961)

Jonathan Coe, autor de la novela ´El número 11´.

No es casualidad que la decimoprimera novela de Jonathan Coe (1961) se titule así, El número 11. Los dos unos están muy presentes a lo largo de toda la obra, ya sea porque indican el número de algunas viviendas, de una mesa en una cena oficial, de un piso o incluso de una línea de autobús de Birmingham, patria chica del escritor, que toma, para recorrerla al completo, a una gloria de la canción venida a menos que quiere ahorrar en la calefacción y pasa el tiempo viendo desfilar estaciones. Claves narrativas que juegan con el título al tiempo que el autor, en el buen sentido de la palabra, parece divertirse y jugar con el lector.

Si en sus últimas novelas Coe nos había ofrecido su particular visión de la invisibilidad existencial y la soledad moderna (La espantosa intimidad de Maxwell Sim) y una alta comedia en el Atomium de Bruselas (Expo 58), el catalizador de El número 11 es el presunto suicidio de David Kelly, el inspector de armamento de Naciones Unidas en Irak, durante el sainete de las armas de destrucción masiva en tiempos de Tony Blair. Su muerte es también la del fin de la inocencia de dos amigas, las pequeñas Alison y Rachel, a las que seguimos en años posteriores, hasta casi nuestros días, en esta adictiva y laberíntica novela.

Adictiva porque Coe vuelve a manifestar sus dotes para la narración, esta vez con una amplia gama de registros; laberíntica, o cuando menos, serpenteante, porque se estructura en cinco bloques, algunos de los cuales podrían funcionar como cuentos cortos, si no fuera por las puntadas finales que nos ofrecen, como una de esas colchas hechas con retales y en suma, una unidad, aunque no uniforme, valga la redundancia, y aquí está la gracia de esta novela.

Porque hay que tener muchas horas de escritura detrás para incluir en esta obra asuntos tan dispares como el monstruo del lago Ness; la participación en un reality de una famosa de tercera categoría perdida en una selva para famosos; la obsesión mortal de un niño hecho adulto por una película vista en su infancia; una intriga detectivesca protagonizada por un concienzudo policía obsesionado por abrir nuevos campos en la investigación criminal y seducir a una amiga profundamente católica; un homenaje a las películas de terror de serie b y una sátira despiadada contra la derrochadora clase alta británica y el periodismo.

Pero hay más porque en su decimoprimera novela, Jonathan Coe ha querido que reaparezca una de sus familias más conocidas, la saga de los Winshaw, que protagonizó la novela con la que se dio a conocer fuera de Gran Bretaña, ¡Menudo reparto!

Lo que en manos de un escritor menos experimentado sería un mejunje de difícil ingestión, con el escritor de Birmingham funciona, con más visos de comedia que de tragedia, aunque el poso amargo esté ahí, en esa pareja de amigas que comienza a enfrentarse con la vida y que se da de bruces con la realidad, aunque como advierte una de ellas, "la inocencia está sobrevalorada".

El número 11 es también una irónica reflexión sobre uno de los pilares del país, la educación, algo que en nuestros días "estamos dispuestos a vendérselo al mejor postor", asegura otro de los personajes de la novela. Lo mismo hay que decir del periodismo inmoral, con el que el autor se muestra implacable, sin olvidar la gracia con la que fustiga a las clases altas londinenses, en un final apoteósico, digno de una superproducción de Hollywood, casi heredero de las disparatadas construcciones de Tom Sharpe.

Con todo, lo mejor de la novela es esa infancia perdida que, más que las dos amigas, simboliza el protagonista de El jardín de cristal, uno de los bloques narrativos de esta novela brillante, serpenteante. La número 11 de Coe, por si no lo sabían.

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