Se han escrito ríos de tinta sobre la pintora mexicana Frida Kahlo. Pero de tinta negra. La utilizada en la impresión de las letras. No tanto de otros colores, como el rojo, el verde, el dorado o el rosa. Son los tonos que María Hesse elige como predominantes en las ilustraciones que acompañan a su personal acercamiento a la vida de esta artista.
Compleja, de una sensibilidad asombrosa y un mundo interior rico, el reto que se ponía María Hesse no era fácil. Recrear con ilustraciones pasajes de la vida de Kahlo, manteniendo la coherencia con la obra pictórica de la mexicana, es un riesgo. Pero quien conozca la obra como ilustradora de Hesse sabrá que hay pocas personas más adecuadas para abordar un trabajo de estas características. La obra de María Hesse tiene un punto de surrealismo y aspecto naif que entronca con Frida Kahlo. Las reinterpretaciones que hace de sus cuadros no chirrían, al contrario, se entienden como una revisión con un lenguaje parecido en el fondo, aunque diferente en la forma.
El texto escrito en primera persona recurre a muchos de los textos que la propia Frida Kahlo dejo a lo largo de su vida. Poco a poco, la lectura del texto nos va descubriendo la personalidad compleja y de frágil fortaleza de la artista mexicana. Su relación con el muralista Diego Rivera, su delicado estado de salud, los dos abortos sufridos, su ideología comunista y el nacionalismo revolucionario que tanto influye en su propuesta estética o su vocación tardía por la pintura -tras un grave accidente que le obligo a estar postrada en la cama varios meses- se van descubriendo como elementos que se encuentran en sus pinturas. De ahí que las ilustraciones de María Hesse jueguen un papel tan importante, ya que muestran el complejo simbolismo de Kahlo, donde va exorcizando sus miedos y el dolor.
