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Viento del Este

´La tortuga roja´, exhibida hace unas semanas, ha sido una agradable sorpresa para los aficionados a la animación. Una película coproducida por Studio Ghibli con un realizador no oriental. ¿Ghibli no es la productora de€?

Fotograma de la película ´El viaje de Chihiro´. TOKUMA SHOTEN/GHIBLI/NTV

Sí. Hayao Miyazaki. El director de El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke o El castillo ambulante. Junto con sus amigos Isao Takahata (también realizador) y Toshio Suzuki (productor) se tiró a la piscina en 1985 montando la productora Studio Ghibli para tener control total sobre el producto final. Apuesta no exenta de riesgo. Aunque el cine de animación se ahorra dinerales en actores, vestuario, platós y rodajes en exterior, se gasta esos mismos dinerales en animadores y equipos de producción.

El nombre del estudio tiene un origen muy mediterráneo. Es en Italia el viento del Sureste (Siroco, Xaloc, Jaloque, Qibli o Jugo en otras riberas) y el apodo de un avión militar italiano de la II Guerra Mundial, el Caproni ca. 309. Con esa denominación pretendieron los nipones insuflar un aire nuevo, mediterráneo, a la encorsetada animación de cine en su país.

Ese viento, siguiendo la metáfora, ha sido, en las tres décadas de la productora, amable y con brotes de genio. En el doble sentido de talentoso e incisivo. Otra característica de la productora ha sido desatar su ambición en los aspectos creativos y atarla en el empresarial. A pesar del éxito comercial (en Japón sobre todo, pero también en el resto del mundo) no se han lanzado a un crecimiento desbocado. Los tres socios han preferido, han logrado, mantener el control a base de mucho autocontrol. Unos ejemplos.

El viaje de Chihiro (2001). La obra maestra de Miyazaki, un prodigio de originalidad. Y la única película no anglosajona que ha ganado el Oscar a la mejor película de animación en lo que llevamos de siglo. A raíz de la visita a un parque de atracciones abandonado se le ocurre la historia de una niña que se pierde y entra en un mundo paralelo, similar al de Lewis Carroll, intentado sacar a sus padres de ahí. Película fascinante, sencilla de seguir y al mismo tiempo compleja, llena de temas y referentes del género fantástico o la cultura japonesa; y apabullante en sus elementos visuales.

La tumba de las luciérnagas (I. Takahata, 1988). La segunda película de la productora es un durísimo y a la vez sensible drama antibelicista. Narra la lucha por la supervivencia de dos hermanos, un chico de quince años y una niña de cinco, en Kobe durante los bombardeos norteamericanos de la II Guerra Mundial con napalm. Historia triste, basada en experiencias reales del escritor Akiyuki Nosaka, suavizada levemente por los rasgos muy manga de los dibujos y algunas escenas oníricas. Otra obra magistral.

La princesa Mononoke (H. Miyazaki, 1997). El director tardó casi dos décadas en madurar la historia de una princesa medieval que defiende el bosque de la depredación humana de los recursos naturales. La convivencia entre humanos, flora y fauna la cuenta con una hábil mezcla de mensajes extrapolables a la actualidad y al mismo tiempo con muchos elementos oníricos y fantásticos. Atractiva igual para niños y mayores. Deliciosa.

El castillo ambulante (2004), Porco Rosso (1992), Ponyo en el acantilado (2008), Mi vecino Totoro (1988), El castillo en el cielo (1986), El viento se levanta (2014). Otras películas que merecen casi casi un artículo cada una. Miyazaki y Ghibli en estado puro.

En un intento por ampliar el banquillo, Susurros del corazón (1998) tiene guión (adaptado) de Miyazaki y dirección de Yoshifumi Kondo. Historia romántica de una chica que va pillando libros en una biblioteca y un chico que los relee después hasta lograr enamorarla. Bella película, sin continuidad por inesperado fallecimiento de Kondo. Cuentos de Terramar (2006) fue el debut de Goro Miyazaki, el hijo de. Película correcta, aunque las comparaciones con el padre fueron inevitables y desalentadoras.

Tras la jubilación definitiva, hace un par de años, de Miyazaki la productora se tomó oficialmente un descanso para meditar su futuro. Encontrar sucesores con el talento de Miyazaki o Takahata es quimérico. Y no quieren ceder a la tentación de venderse a los dinosaurios americanos por un puñado de dólares, como hizo Pixar. Un atisbo de salida se aprecia en la coproducción de la reciente La tortuga roja (M. Dukok de Wit, 2016). El realizador/guionista holandés, con plena libertad creativa, ha sabido entenderse con los animadores japoneses. Ni rastro de manga pero sí un aire, inconfundible y a la vez casi invisible, del estilo, el tono, de muchos filmes de la Ghibli. Ojalá incidan por este camino.

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