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Poema, película, novela...

Kenzaburó Oé traza en ´La bella Annabel Lee´ una de sus más audaces historias

El escritor japonés y Premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oé. REUTERS

En el principio hay un poema. Uno de los más célebres de la literatura universal: "Annabel Lee", de Edgar Allan Poe. Existe el recuerdo de ese poema, que un muchacho que comienza a descubrir el mundo lee sobrecogido. Y al tiempo hay una película, admirada de forma incompleta por ese mismo muchacho, en que una niña japonesa, vestida de "blanco volátil" y trasunto de la Annabel Lee del poema, yace junto a un camino. Con esas dos impresiones, la del poema leído y la de la niña que lo encarna en una filmación, Kenzaburo Oé traza en La bella Annabel Lee una de sus más complejas, audaces, fascinantes novelas.

Una novela que, como casi todas las del escritor japonés, encierra una intensa carga de violencia bajo su delicado envoltorio. La forma que adopta la narración, premiosa y detallista, alimentada con la vida propia del novelista y su marco familiar, cotidiano, encubre una historia en la sombra que, insinuada apenas por detalles, estalla en las últimas páginas de la narración, justo antes del epílogo que presta circularidad (y dota de ejemplaridad) al texto. Un secreto, un ocultamiento, un lugar hermético y sellado que tiene que ver con la sexualidad, la culpa y las relaciones entre vencedores y vencidos, en este caso las que se dieron en la isla entre los hombres norteamericanos y las mujeres japonesas tras la rendición de agosto del año 45.

El sello del poema original, con su mundo de amor y muerte a orillas de un mar lúgubre y un reino lejano, impregna la narración con su simbolismo. Ese amor blanco y esa muerte negra que atormentaron al propio Poe, casado con su prima Virginia Clemm, plausible candidata a personificar a Annabel Lee, y que Oé traslada a la figura de Sakura, célebre actriz nacida en Japón pero crecida en Estados Unidos, protagonista de la película cuyo contenido revelará al escritor secretos que muestran el verdadero rostro de los otros. Niña dócil y huérfana atribulada, pupila de un hombre docto pero ambiguo, quien no en vano, tras fallecer, dejará caer ciertas máscaras innobles, Oé se sirve de este personaje femenino, cincelado con el rigor y la gracia de un maestro, para reflexionar a propósito de las relaciones entre realidad y deseo. Detenida en el tiempo, figura y culminación de una exquisita aunque inquietante forma de la belleza, Sakura esconde, como ciertas flores hermosísimas, un síntoma de corrupción. Es como uno de esos perfumes que, a la vez que embriagan, delatan que han nacido de la descomposición de ciertos cuerpos.

En realidad, la lectura de La bella Annabel Lee es inagotable y nos regala una consideración relativa al grado de control que un maestro de la literatura puede llegar a ejercer sobre su obra. Concluidas estas páginas nos abruma, con ese especie de temor reverencial que a veces regala la lucidez, la evidencia de que ciertos escritores de edad ya venerable no representan el pasado de la literatura, sino su futuro. El único que existe.

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