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El cine en verso

¿Qué imagen de la poesía transmite el séptimo arte? ¿Tiene sentido seguir hablando de cine de poesía y cine de prosa?

Fotograma de la película ´Paterson´. AMAZON/ANIMAL KINGDOM/INKJET

Si el cine es un oficio del siglo XX, según definición de Cabrera Infante, no cabe duda de que el artefacto de los Lumière ha crecido y se ha multiplicado en una centuria prosaica. De hecho, en apenas medio siglo el celuloide se las ingenió para registrar todas las formas narrativas conocidas, desde el folletín naturalista hasta la escritura escurridiza del nouveau roman. Esta evolución acelerada explica que, desde los sesenta, los directores-autores con salvoconducto cahierista volvieran sus cámaras hacia la poesía y trataran de definir qué cualidades convierten una imagen cinematográfica en imagen poética. Es famosa la reyerta entre Pasolini y Rohmer al respecto: mientras que el flamígero italiano defendía la necesidad de inyectar lirismo a los fotogramas mediante el montaje y otros recursos de bricolaje, el paciente francés optaba por un cine narrativo donde la poesía aparecería como efecto especial no solicitado. Desde aquella diatriba no parece haber cambiado demasiado el enfoque. Así, una película como El árbol de la vida (2011), de Terrence Malick, evidenciaría la discontinuidad discursiva y el esforzado estilismo visual del cine de poesía, y otra como Boyhood (2014), de Richard Linklater, demostraría la vigencia de un cine de prosa en cuya temporalidad elegiaca podrían rastrearse ecos poéticos. El problema -que el panteón de Hollywood me perdone? es que en lo estrictamente poético ni el filme de Malick ni el de Linklater pasan de ripios postulantes a flor natural. Considerar a estas alturas que la textura lírica consiste en plasmar cómo una abeja liba el cáliz de una rosa, reflexionar sobre la implacable cronología porque un adolescente evoluciona de niño a hombre, o introducir una cosmogonía con dinosaurios en 3-D implica una visión preocupante del hecho poético. Más que preguntarse sobre la poesía, lo que hacen estas películas es reafirmar los prejuicios de todo bicho viviente (incluyendo a algunos poetas) sobre la materia: sí, la poesía es esa cosa eterna, sublime y tirando a cursi que genera arrobo místico, ojos en blanco y suspensión de potencias hasta que hacen una pausa publicitaria y podemos dejar de fingir de una vez por todas.

Un caso más raro son aquellas películas protagonizadas por poetas. Al margen de los biopics sobre vidas turbulentas -donde no suele importar que el personaje retratado sea poeta, astronauta o bombero?, la poesía tiene poca presencia en el cine por la misma razón por la que la tiene el origami: nadie en sus cabales va a pagar una entrada para ver a un tipo rascándose la sien ante una hoja en blanco (de la pantalla hablaré luego). Sin embargo, como en casi todo, hay excepciones. Paterson, de Jim Jarmusch, es una de ellas. Confieso mi admiración incondicional por algunas películas de Jarmusch, como Mystery Train, Ghost Dog o Solo los amantes sobreviven. El director, además, ha tenido la vergüenza torera de pedirles prestados los poemas de Paterson a un "poeta de verdad": Ron Padgett, de quien no he localizado nada traducido al español. No creo aguarles la fiesta con un spoiler si les digo que Paterson es conductor de autobús, vive en Paterson (Nueva Jersey) y es un devoto de William Carlos Williams, autor de Paterson.

Hasta aquí, todo bien. Pero entonces llega la poesía. Y resulta que Paterson no escribe sus versos en cualquier decorado, sino en un idílico parque con catarata; no transige con cualquier soporte, solo con un viejo bloc de notas; se resiste como gato panza arriba a difundir su obra; y, por supuesto, entre sus autores de cabecera están Emily Dickinson, Walt Whitman y ningún contemporáneo. ¿Qué clase de poeta es ese? Uno de pacotilla, que refleja con precisión la imagen romántica y sentimentaloide que el espectador tiene de los poetas. Me temo que los miembros del gremio que conozco escriben en su casa, se queman las pestañas delante de una pantalla, se mueren ?y a veces matarían? por publicar, y tienen su biblioteca atestada de libros con ISBN de los últimos meses. Si prefieren un criterio de autoridad, lean el artículo "Los poetas y el dinero", de Charles Simic. Nada en la película de Jarmusch es revolucionariamente poético; ni siquiera su estructura semanal: ¿nadie ha reparado en el paralelismo con Pretty Woman? Después de ver Paterson, me sigo quedando con Henry Fool (198), de Hal Hartley, la única película sobre poetas donde nadie (re)cita ni un solo verso.

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