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Ismaíl Kadaré

Retrato de una madre albanesa

El autor, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, realiza en ´La muñeca´ un intento de aproximación a la figura de su progenitora

El escritor albanés Ismaíl Kadaré, autor de ´La muñeca´.

Ismaíl Kadaré (Gjirokastra, 1936) ha centrado buena parte de su producción narrativa en la realidad histórica de su país, en episodios representativos de la historia de Albania: desde la Edad Media y los siglos de dominación otomana a nuestros días, a una última época en la que él mismo ha sido (bajo la dictadura comunista de Enver Hoxha, tras su exilio en París, 1990€) figura muy destacada de esa vida albanesa, por lo que la sombra autobiográfica también se proyecta a veces sobre sus novelas. Ahora bien, esa línea histórica no se efectúa con un diseño convencional sino muy creativo, y la imaginación literaria que sustenta la escritura de Kadaré encuentra con frecuencia su apoyo más firme en el sustrato mítico, en la potencia épica de la intrahistoria: clanes, leyendas, bodas, casas, funerales€ Es por esta vía como la propia historia familiar entra también en su obra: recuérdese, por ejemplo, Crónica de piedra, libro catalogado como "novela autobiográfica" y donde un chico de Gjirokastra cuenta su despertar a la vida entre padres, abuelos, vecinos, compañeros de escuela.

En La muñeca, sin embargo, corre un aire algo distinto. Este breve libro de Ismaíl Kadaré empieza así: "En abril de 1994, nos llamó mi hermano desde Tirana para decirnos que madre estaba agonizando. Partimos Helena y yo en el primer avión que salía de París€". La madre del autor es el centro primero de este texto singular: Kadaré evoca la vida de su madre desde el día de la boda, cuando la novia -con diecisiete años- pasa a vivir en la imponente casona de los Kadaré y comienza una guerra callada entre suegra y nuera. Pero más allá del tópico o los enfrentamientos entre dos familias, a partir de aquí el escritor traza un llamativo retrato de su madre, pues esa pugna abierta, el rechazo y la frialdad de la abuela

-unidos a su inteligencia: siempre señalada por todos- frenan el desarrollo natural de la recién casada, de manera que la madre se estanca como muñeca: una joven inocente, frágil y extrañamente huidiza, que desconfía de su propia capacidad, de sus posibilidades. Entretanto, y mientras el padre de Ismaíl se bandea, el muchacho crece, lee a Shakespeare, escribe versos, y ya con quince años -entre el amor, la ternura- puede advertir la distancia que se va abriendo entre él y su madre, quien, siempre insegura, se disculpa un día ante el chico por descolocarle los libros ("Yo misma sé que no soy muy inteligente"), o que, no mucho después, cuando Ismaíl gane su primer premio literario, considerará ya a su hijo como un hombre de fama y temerá -así se lo dice entre sollozos- que reniegue de ella. "¡Ya basta, mamá! Continué reprochándole cómo podía ser tan bobalicona y tan simplona (€), se me escapó, en un susurro, la palabra idiota". Con el paso de los años, y en la medida en que la fama del escritor vaya creciendo, aumentará ese temor de la madre, sus celos del arte, el miedo a que el hijo "cambie de madre", la sustituya por otra...

Con todo, el retrato materno no pretende ser redondo; resulta más bien discontinuo, un esbozo: tentativas de aproximación a la oscuridad. Y así, el escritor también señala cómo esa misma manera de ser, incluso las carencias apuntadas, representan en su madre una forma de "superioridad", y cree que tal vez ahí, en la tozudez infantil, en esa libre y rara percepción del mundo "se oculte el origen de aquello que se denomina el don de la escritura". De modo que la mirada hacia la madre termina por llevarnos al escritor: el hijo de esas sombras.

En La muñeca no se oculta el nombre propio: autor y narrador coinciden. Es Ismaíl Kadaré quien bosqueja así su propio reflejo: un difuminado apunte trazado con similares medios que el de su madre y otros personajes próximos: elipsis, finos matices, no poco humor, tal vez fantasmas; ciertamente con dominio absoluto de una creación que es, ante todo, literaria, por lo que no creemos que pueda hablarse aquí formalmente de pacto autobiográfico. Bien es cierto que nos movemos entre circunstancias y nombres contrastados; pero antes que en suscribir con nosotros un compromiso para dar o no dar un testimonio, el escritor parece interesado en disponer -sin sentimentalismo alguno- esos recuerdos para acercarse a la verdad de la literatura. En cualquier caso, Kadaré rememora el origen, importantes determinaciones de su trayectoria, especialmente -este es el eje- la de esa enigmática figura o Muñeca, pero también del padre, la casona tricentenaria: el fermento íntimo de su biografía y, en suma, de su escritura.

La boda con Helena constituye un episodio notable en esta memoria, manifiesta la ruptura -no sin desgarros- con ciertas tradiciones de una sociedad muy cerrada (el compromiso, clanes, ceremonias). Kadaré inventa palabras irónicas (nupciología€) para ese momento del drama familiar en el que se redistribuyen papeles, ofensas, rencores€ Para entonces ya la Muñeca se había trasladado a la capital, vive en Tirana, cerca de su hijo y su nuera; sin embargo, sus preocupaciones con Ismaíl siguen siendo las mismas ("aquellos celos: arte-madre"). Al tiempo -recordemos- la situación política de Albania se vuelve más amenazante para un escritor cuyos libros se editan con éxito más allá de las fronteras y los alambres de espino; un escritor que resulta sospechoso, que terminará exiliándose. "¿Eres francés ahora?".

Así que la distancia y el amor entre madre e hijo, la superioridad o el carácter de uno y otro, los resentimientos nupciales y los éxitos de París, también remiten a otros celos, a otra lucha: la del escritor con la Madre Albania. Por eso cuando la Muñeca pregunta a Ismaíl si ahora es francés, es decir, si por fin ha renegado de ella, está formulando algo que quizá tenga un alcance superior, la sobrepase a ella misma como madre y la transforme así en nudo alegórico: está planteando una pregunta "tan clara como oscura", tan inconcebible como difícil, y que el hijo, 1994, no olvida ante el ataúd ("como una verdadera muñeca en su caja de juguete").

Una última escena cierra este libro magistral: el escritor acude con Helena a Gjirokastra para celebrar la restauración de la casa, que, abandonada mucho tiempo atrás, derruida por el fuego en 1999, podrá gozar de una segunda vida. Algunos amigos preparan un recibimiento para su mujer, le cantan al entrar en la casa (es su primera vez) una vieja canción de boda€ "Y la novia -escribe el niño de Gjirokastra- era la equivocada".

ISMAÍL KADARÉ

La muñeca

Traducción de María Roces González

ALIANZA, 128 PÁGINAS, 14,50 €

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