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Premio Cervantes

Los prodigios de Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza debutó a lo grande en 1975 con una obra capital de las letras hispanas: ´La verdad sobre el caso Savolta´. Al poco tiempo ya era lectura obligatoria en muchos centros docentes

Eduardo Mendoza y su mujer, la fallecida actriz Rosa Novell, en Pollença, en 2012.

Un clásico instantáneo. Seguramente hubiera recibido el Premio Cervantes mucho antes de haber continuado escribiendo novelas tan serias y ambiciosas. Una cada cinco años, por ejemplo, para que nadie pudiera acusarle de prolífico. Eso está muy mal visto en nuestros juzgados literarios. A Pérez Galdós o Pío Baroja se les sigue mirando por encima del hombro por haber escrito tanto. Pero Mendoza siempre fue a su ritmo, y, a veces, incluso, cometía la osadía de escribir novelas "menores", incluso se atrevía a hacer del humor su santo y seña en títulos memorables. Y que leía mucha gente. Demasiados pecados para los jueces cejijuntos de lo que es literatura de altura y lo que no. Mendoza se permitió, menuda desfachatez, ganar el premio Planeta. Cuántas vestiduras rasgó Eduardo Mendoza. Y el Premio Cervantes, visto lo visto, tarda en reconocer a autores así: que guste a muchos lectores, que escriban lo que les apetezca cuando quieren, que incluyan el humor en su obra. Que sean valientes y no sigan consigna alguna.

Mendoza hizo méritos desde 1975 más que suficientes para haberse llevado el Cervantes mucho antes. Seguro que a él le hace gracia pero a sus admiradores no: se repara en parte una injusticia feroz con uno de los grandes, pero este olvido injustificable de décadas será una mancha imborrable en la historia del galardón. Y, por cierto, ¿por qué los premios Princesa de Asturias no hacen lo mismo? Nos gustaría verle en el Campoamor. Seguramente su discurso sería memorable.

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