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Música

El robot compositor

La continua investigación de la composición musical informática contrasta con el actual desierto creativo

La estética robótica del grupo musical Daft Punk.

Vengo leyendo en los últimos meses diferentes artículos acerca de investigaciones que en diferentes universidades se vienen desarrollando con el fin de potenciar aplicaciones informáticas que van tras la quimera de escribir música de manera automática -también las hay en el ámbito literario y en otras ramas artísticas-, sin la intervención de los compositores. Una suerte de robot a modo de Bach, Lennon o Mozart.

Por una parte están las herramientas informáticas que han facilitado y facilitan la labor de los compositores, como una ayuda importante en su trabajo, y por otra el intento de "suplantar" su figura y comenzar a atribuir a las máquinas funciones creativas. Una de las supuestas "virtudes" de los nuevos artilugios cibernéticos es su rapidez. En esta sociedad de lo inmediato en la que vivimos todo ha de ser al momento, ¿Y quién les ha dicho a esos sesudos investigadores informáticos que hay que tener lista una sinfonía en diez minutos? ¿Aporta algo tanta prisa? Poco importa ese trabajo porque, en el fondo, las máquinas no van a hacer nada distinto de lo que el ser humano ya se empeña en realizar por sí mismo con una tozudez, ésta sí, digna de estudio.

Los esfuerzos en este ámbito a día de hoy son ridículos porque la propia música popular lleva décadas robotizada y a muy pocos importa. De manera paulatina, las grandes multinacionales han impuesto unos estándares homogéneos en la música que nos inoculan a través de los más diversos medios, lo cual ha llevado a una irrelevancia creativa alarmante. Lo que entendemos como clásica -en su acepción contemporánea- se ha recluido en circuitos marginales y luego está el gran ámbito de las músicas de consumo en el que es muy difícil, por no decir imposible, encontrar ideas originales. Incluso da risa cuando algunos músicos que buscan la sofisticación por estar fuera de los cauces oficiales se reivindican como acontecimiento cultural. Cualquiera que asista a conciertos pop o rock habitualmente -salvo alguna que otra excepción que las hay- se encuentra con un panorama desolador, bandas y grupos que reiteran estéticas y clichés de hace veinte o treinta años, y que de tan manoseados ya producen grima. ¿Es algo casual? Para nada. Se ha propiciado una falta de formación musical tan alta que se flota en una ignorancia que da miedo. Así se entiende mejor la sarta de estupidez musical que, a modo de invasión, se escucha por radios, televisiones y redes sociales. Urge un cambio de rumbo para salvar a las generaciones venideras de tanta bazofia. Aunque bien pensado, para componer toda esta serie de refritos que tanto abundan, va a ser más interesante dejar a los robots a ver si ellos son capaces de darnos alguna señal de inteligencia en el sector. Mientras tanto habrá que tirar del pasado y aplaudir y visibilizar mucho a aquellos artistas valientes que son capaces de salirse de lo establecido, a arriesgar. O lo que es lo mismo ir, de verdad, a la esencia de la creación artística.

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