Viajemos en el tiempo. El escritor Use Lahoz entró en un bar del paseo de San Juan de Barcelona sin saber que allí le esperaba la semilla para su nueva y magnífica novela, Los buenos amigos. Era "una plomiza tarde de un Jueves Santo cuando vi el cuerpo de una mujer fregando el suelo arrodillada, observada con cierta lascivia por los dos hombres que trabajaban tras la barra, ajenos a los pasos procesionales del televisor. Imaginé qué podría haber entre esos tres individuos, sobre todo entre los dos hombres, cuyo silencio hablaba, en parte, de rencores y malos augurios. Durante un tiempo ellos fueron los personajes a los que daba vueltas conjeturando sus triquiñuelas, hasta que supe que no, que el personaje que faltaba no era uno de los hombres sino el que entraba en el bar a pedir cambio". Son las reglas de la ficción: "Se va moldeando mientras se le busca estructura y forma, como el agua que sale del grifo y se va amoldando al recipiente. Muchas veces se escribe tirando de un hilo a partir de una imagen real, otras a partir de un recuerdo transformado -como todos los recuerdos- y algunas concediendo vía libre a la capacidad de fabular".

Su obra es una "historia de personajes, inevitablemente realista, en la que la sociedad y las circunstancias que les toca vivir a cada uno -sus orígenes- determinan su forma de ser en el mundo, su carácter y su relación con los demás. También es una historia con muchos personajes secundarios que aguardan en los lugares donde nacieron los principales, constituyendo una especie de personaje colectivo cuya presencia incomoda y, de alguna manera, juzga a los que se fueron cuando vuelven".

La ficción aspira a representar la vida "lo más verosímilmente posible y casi siempre ajusta cuentas con el pasado. Siendo, como es, un juego con el tiempo y una herramienta de conocimiento, nos permite comprender mejor la vida. Esta novela se recrea en la fragilidad del amor y de la amistad, los dos sentimientos que más sentido dan a la existencia. Para ello se apoya en temas eternos como la lucha de clases, la envidia, la carga de la procedencia, la infancia y la adolescencia -y los arriesgados ídolos de papel maché que a menudo inventa- o la fatalidad".

Cuando "obviamente insatisfecho" -a la insatisfacción le debe la novela "pues ella es el motor de la creatividad"- puso punto y final llegó el momento de la nostalgia tal vez reparadora: "Empecé a echar de menos a los personajes -la amistad limpia entre Cécile y Lucía, la maltrecha de Vicente y Sixto-, las escenografías -las reales y las inventadas, en las que tantas horas he pasado-, y, evidentemente, empecé a añorar ese estado de ensoñación que invade a cualquier escritor cuando se siente incitado por una historia, la expectación con la que entra en ella, cauteloso, ávido de descubrimientos, con la inocencia que luego, paulatinamente, irá descuidando hasta tener una vez más la sensación de que esas criaturas vivas hechas de retórica existían desde siempre".

Su novela, en fin y por principio, es una "declaración de admiración a la ficción auténtica. El poder de fascinación que tiene la novela realista es imbatible, ¿quién no se ha visto atrapado por una lectura ?". Dejémonos atrapar por la suya.

*Use Lahoz

Los buenos amigos

Destino, 736 PÁGINAS, 21,90 €