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Simon Leys

La inteligencia divertida

´Breviario de saberes inútiles´ es la mejor muestra de un autor culto y fresco cuya lectura se convierte en una provechosa celebración

Pierre Ryckmans (Simon Leys), autor de ´Breviario de saberes inútiles´.

Hace un par de años moría en Australia, adonde le llevó la vida como profesor, el ensayista, abogado, lingüista, traductor, poeta, crítico y experto en China Simon Leys, seudónimo con que firmaba el belga Pierre Ryckmans (Bruselas, 1935), formado en la Universidad Católica de Lovaina y autor tan fino que supo aunar en su espíritu y en su prosa una mezcla tan dispar que nunca suele darse junta. Leys fue inteligente, culto, listo y divertido. Poseía la facilidad para entender y comprender aquellos cuatro ejes sobre los que se articulaba su curiosidad: la literatura, China, la mar y el mundillo universitario. Me declaro fan alborozado suyo desde la lectura fascinada de La felicidad de los pececillos, cinco años ha, un despliegue de gozoso e iluminador ingenio que derrumbó mis (estúpidos) prejuicios sobre alguien que ya en 1976 había puesto a prueba la estupidez izquierdista o izquierdosa o izquierdizante europea enfrentándola a la verdad sobre las abominaciones de la Revolución Cultural maoísta (con Los trajes nuevos del presidente Mao), en una época en que el papanatismo babeante de las élites intelectuales vitoreaba (o vitoreábamos) todo lo que viniese de aquel paraíso comunista que acabó por generar los hirientes sucesos de la plaza de Tiananmén o el escalofriante "Sendero Luminoso" de Abimael Guzmán.

La cultura de Leys se forjó en lo mejor de Occidente y en el pulido estudio de los saberes chinos, desde su caligrafía a sus costumbres, desde Confucio hasta los disparates de Mao Zedong. Y supo contarlo de forma divertida, o sea, alegre y entretenida. Cuando escribe sobre Jean- François Rével, desliza el siguiente comentario aclaratorio y chestertoniano: "Mis críticos creen que ´divertido´ es lo contrario de ´serio´. Pero ´divertido´ es lo contrario de ´aburrido´ y nada más". Se puede aplicar al propio Leys. Como homenaje póstumo, la excelente editorial Acantilado publica ahora este breviario (o resumen) de saberes (en plural, ojo) inútiles (que aparentan no ser útiles cuando nada hay más útil: a Leys y a todos los patafísicos, como a Umberto Eco, por ejemplo, les seducían las paradojas). Largo volumen de artículos, charlas, apuntes paródicos€ Algo caro, acaso, pero hay bibliotecas públicas. Es (casi) todo Simon Leys, una enciclopedia del buen saber, una explosión de ideas, ocurrencias atinadas, gracia y potencia: una gozada.

Se abre esta antología con la literatura y, quizá para atraer al lector español, con un agudo estudio sobre don Quijote, alguien que "como se negó obstinadamente a adaptar la inmensidad de su deseo a la pequeñez de la realidad, fue condenado al fracaso perpetuo". Juicio que permite a Leys alumbrar una aparente contradicción: "El hombre de éxito se adapta al mundo. El perdedor insiste en intentar adaptar el mundo a él. Así que todo progreso depende del perdedor". Y prosigue con "Un imperio de fealdad", acaso el más redondo capítulo del libro, dan ganas de aplaudir al concluirlo. Mucho me gusta el modo en que Leys aborda las semblanzas de los escritores que tanto leyó. Lejos de comenzar por piropo tras piropo, las inicia resaltando los defectos reales o atribuidos de los mismos (más paradoja, pues). Victor Hugo, Chesterton, Waugh, Simenon€ o las divertidísimas "Oberturas". Así, comienza por sacar a relucir de su adorado Balzac su frecuente mala prosa, algo que llevaría a cualquier editor a aconsejarle que colgase la pluma y se dedicase a cualquier otra actividad: "el cultivo de piñas, o el negocio de ultramarinos; la venta de abono, la importación de traviesas ferroviarias de Ucrania, dragar el Tíber en busca de antigüedades romanas perdidas o buscar oro en Brasil". He aquí una muestra del humor de Leys, como este estupendo remate sobre el creador de La comedia humana: "Aunque escribió novelas para conseguir mujeres, tuvo también que prescindir de las mujeres para escribir novelas", hasta el punto de oírsele exclamar, tras un encuentro amoroso y el gasto de esperma subsiguiente: "¡Acabo de perder un libro!". Rigor y profundidad, sí, como cuando cita a Julien Green: "Los únicos libros que importan son aquellos de los que cabe decir que su autor se habría asfixiado si no los hubiese escrito". Pero ¿quién impide que lo contemos de forma divertida? Acaso la universidad: "Parece haber un problema con buena parte de la crítica contemporánea, y sobre todo con cierto tipo de crítica literaria académica. Da la impresión de que en realidad a estos críticos no les gusta la literatura, no disfrutan leyendo. Peor aún: si llegasen realmente a disfrutar con un libro, sospecharían que es frívolo. En su opinión, lo que es divertido no puede ser importante ni serio". Si se leen con la boca abierta las páginas sobre China, el gesto se vuelva carcajada con el palo monumental que da al (intocable) Barthes y su actitud de señoritango pro Mao. Se critica cualquier forma de dictadura, un ataque a la verdad y un cerrojo al disidente, cuyos poderosos suelen entender que "la verdad, por su propia naturaleza, es fea, salvaje y cruel; perturba, asusta, hace daño, mata. Si en algunas situaciones extremas puede llegar a utilizarse, debe ser sólo en pequeñas dosis, en condiciones de riguroso aislamiento y con las más estrictas precauciones profilácticas. El que esté dispuesto a difundirla sin control o prodigarla, tal como llega, es una persona peligrosa e irresponsable a la que se debería poner coto por su propia seguridad, así como para preservar la armonía social". Pero, enseguida, se combina con una cita admirable del admirable Joseph Conrad: "Y de pronto me congratulé de la gran seguridad del mar, comparada con el sosiego de estar en tierra, de mi elección de aquella vida desconocida que no planteaba ningún problema inquietante, investida de una belleza moral sencilla por la franqueza absoluta de su atractivo y por la singularidad de su propósito". Nada exagero en mi entusiasmo por Leys, en esta época de la apoteosis de la memez espectacular y analfabeta. Porque sus dictámenes son, repito, inteligentes, cultos, listos y divertidos: "Uno no nace hombre, se convierte en hombre". Sin Leys y autores como Leys, seguro que nos pasaríamos los días clamando como él mismo clama: "¡Ay, la humanidad! ¡Ay, de todos nosotros!".

SIMON LEYS

Breviario de saberes inútiles

Traducción de J. M. Álvarez-Flórez

y J. R. Monreal

ACANTILADO, 592 PÁGINAS, 36 €

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