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Ciudades

Alunizaje en Londres

Paul Morand, visitante de Mallorca, descubrió la capital británica cuando un nuevo mundo estaba a punto de emerger y su pasión por ella perduró durante décadas

Alunizaje en Londres

Paul Morand (1886-1976) descubrió Londres en 1903. Había aterrizado en la estación de Charing Cross cuando aún se veían pocos extranjeros en las calles de Inglaterra, que se incorporaría al balancín del siglo XX diez años más tarde. En 1920, el viaje desde París le tomaba a Morand cuatro horas, demasiada demora para alguien que hizo de su literatura un himno a la velocidad. Sin embargo mantuvo el trayecto de manera constante durante cuatro décadas. Morand, tan rápido, no pudo subirse al tren de la historia. Poco antes del momento de la derrota, eligió a Pétain en lugar de a De Gaulle porque, pese a ser muy mundano, tanto él como su mujer estaban lejos de la realidad cotidiana. Fue el error de su vida. En lugar de convertirse en un Malraux antes de tiempo, optó por Vichy, lo que confirma una vez más la idea de que la inteligencia no está reñida con los corazones secos.

Nació en Rusia, hijo de franceses que se establecerían más tarde en París. Su padre fue dramaturgo, pintor, restaurador del Louvre y director de la Escuela de Artes Decorativas. Enseguida se introdujo en la cultura con un elenco de figuras como referencia: Marcel Schwob, Auguste Rodin, Sarah Bernhardt, Stéphane Mallarmé, Oscar Wilde, Frank Harris, Lord Alfred Douglas y Jean Giraudoux, este último se convirtió en su tutor, amigo de toda la vida, y persona influyente en su obra. Desde los 13 años, Morand pasó los veranos en Inglaterra. Cursó estudios en la Escuela de Ciencias Políticas y se preparó para ejercer carrera en los asuntos exteriores, asistió a Oxford en 1908, y viajó a Italia, España y Holanda de 1909 a 1912. Los viajes tuvieron un impacto importante en su vida y obra. Sus cuentos son producto de esa pasión viajera y de las reflexiones por la devastación moral, física y espiritual tras la Gran Guerra. Las historias que escribió y que en la actualidad guardan la suficiente frescura están repletas de personajes excéntricos, narraciones trepidantes, descripciones desordenadas e inesperadas, y no pocas imágenes de humor. Sirvió como agregado cultural en Inglaterra al estallar el primer gran conflicto bélico mundial, y más tarde se convirtió en diplomático y embajador del gobierno francés. Entre 1914 y 1918 vivió en Inglaterra, Roma, Madrid y París, frecuentó los círculos del dadaísmo y la vanguardia, entabló amistades duraderas con Jean Cocteau y Marcel Proust, y conoció a la princesa rumana que acabaría convirtiéndose en su esposa. Aunque Morand fue un escritor popular y prolífico durante los años veinte y treinta, bajó el ritmo después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. En 1958, nominado a la Academia Francesa, se vio obligado a retirar su candidatura por haber actuado como embajador en Suiza del gobierno de Vichy, un protagonismo que le condujo a ser expulsado de Francia. Finalmente, entró en la Academia en 1968, a los ochenta años. Murió en París en 1976.

Maestro de la miniatura, defensor de la literatura breve y densa, Morand solía decir que las obras completas aplastan al lector, matan al autor y arruinan a los editores. Como sucede con Venecias respecto a la única ciudad que no tuvo tiempo de desencantarle y el mundo que ya no existe, en Londres, el pequeño y ameno librito que ha publicado la editorial Confluencias, confluyen muchas de las mejores ideas y percepciones que he leído sobre la capital británica. Es más, resulta casi imposible resumir mayor número de impresiones inteligentes en un número de páginas tan reducido, a medio camino entre la historia, los hábitos de una sociedad muy distinta a la del continente y la aguda observación de sus trazos.

Siendo un viajero distinguido que inicia su periplo, Londres resultó ser para Paul Morand, en 1903, un mundo tan nuevo como la Luna, "a donde Wells acababa de llevar a los primeros hombres". Procedentes de África del Sur, atracaban los buques con los soldados desmovilizados de la guerra de los bóeres. Algo emergía. Cuando en 1962 actualizó, por encargo del editor, la edición de su pequeño y apasionante relato sobre la capital británica, habían pasado demasiadas cosas, y él, Morand, se encontraba solo en una vida ajena al mundo que conoció y que apenas alcanzaba ya a comprender. Partiendo del recuerdo escribió: "Hace 53 años una canoa descendía el Támesis hacia Oxford; el joven que impulsaba el barco lo hacía con tanta fuerza que su pértiga se clavó en el fondo y allí quedó mientras la canoa proseguía. Este joven era yo. Así continuó el curso del tiempo, mientras yo permanecía solo, suspendido en el vacío, antes de caer al agua".

PAUL MORAND

Londres

Traducción de J. J. Fornieles Alférez

CONFLUENCIAS, 128 PÁGINAS, 12 €

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