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Historia

El hundimiento de la República

Hace 80 años, en 1936, se iniciaba la Guerra Civil española, para concluir en la derrota de la República, la dictadura franquista y el exilio de parte de los vencidos. He aquí dos volúmenes sobre las retiradas de Machado y Rovira i Virgili, la recuperación de unos textos del exiliado mallorquín Baltasar Samper cuando se cumple medio siglo de su fallecimiento y un relato para jóvenes lectores ambientado en la Guerra Civil

Homenaje del Ateneo de Alcázar ante la tumba de Antonio Machado, en Collioure. FRANCESCA GELABERT

Desde mediados de 1937 se instala en la República española una cierta sensación de derrota. La batalla del Ebro es el acto final. A principios de 1939 cae Barcelona y se sabe todo perdido. En aquellos días aciagos dos intelectuales emprenden el camino del exilio: la suerte de Lorca y de tantos otros no dejaba espacio al optimismo, ni a la piedad.

Machado permaneció en Madrid a pesar del asedio, y sólo aceptó trasladarse a Valencia cuando León Felipe y Rafael Alberti insistieron hasta convencerle. Y de nuevo esperó hasta 1938 -cuando ya estaba a punto de partirse la República por Vinaroz- para seguir las instrucciones del gobierno y trasladarse a Barcelona. Allí escribe sin parar, atiende todas las peticiones de colaboración y cambia de parecer sobre Cataluña y su aportación a la causa republicana: si en 1932 había escrito que "los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán los que se la lleven", enfadado por las tensiones y pretensiones independentistas, su estancia en Barcelona le hace ver la contribución catalana al esfuerzo militar, su entrega a la defensa de la República y el alto precio pagado por ello. La movilización de la quinta del biberón para la derrota del Ebro todavía duele en la memoria colectiva de Cataluña.

Ya en enero de 1939, con las tropas rebeldes a vista de prismáticos, obedece de nuevo y deja Barcelona para huir a Francia. Lo hace con su familia, en condiciones penosas, enfermo de muerte y de tristeza. Llega hasta Portbou, contempla las columnas de refugiados y el ejército en desbandada, y cruza a pie, auxiliado por Corpus Barga, al que encuentra de casualidad. Un hotel en Collioure será el sobrio refugio de sus últimos días. Su célebre poema resultará profético: fallece ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. La escena es terrible: su madre y él agonizan en camas paralelas. Ella moriría tres días más tarde. Cosas de la vida: un auxiliar de la estación de ferrocarril, Jacques Baills, sería su más fiel asistente en aquellas últimas horas. La imagen de la portada del libro de Issorel es de una tristeza inabarcable: Machado envejecido, derrotado, huérfano. Aún no había cumplido 64 años.

La dignidad de los vencidos

Y sin embargo, asediado por la desolación y la proximidad de la muerte, una mañana, la única que tuvo fuerzas para abandonar el hotel y caminar hasta la playa, escribe un último verso, tan conmovedor y hermoso: "estos días azules y este sol de la infancia". Lo encontraría su propio hermano, en un trozo de papel, en el bolsillo de su gabán, varios días después de su muerte. Y es inevitable sentir un estremecimiento íntimo y profundo al imaginar al poeta en la playa, apenas calentado por el frío sol de aquel invierno atroz, consumido y desarmado, apuntando en un minúsculo papelito el primer verso de un último poema, que quizás debería ser un repaso a su vida. La vida de un hombre íntegro y sencillo, ejemplo de compromiso y dignidad.

El testimonio de Rovira i Virgili, cuya publicación en castellano es un regalo al entendimiento, narra en primera persona la trágica y precipitada huida de buena parte de la intelectualidad catalanista en vísperas del asalto franquista a Cataluña. En aquellos momentos casi 500.000 refugiados de toda España se concentraban en Barcelona, entre ellos 150.000 andaluces. Uno de los personajes secundarios de El embrujo de Shanghai de Juan Marsé es precisamente Carmen, una malagueña de la que se intuye que pudo llegar en aquellos tiempos a Barcelona. El empuje franquista provoca un éxodo masivo, hermano gemelo por cierto de la desbandada malagueña de febrero de 1937 rumbo a Almería. También las carreteras catalanas serían ametralladas desde el aire y bombardeadas desde el mar. La historia se repetía.

Rovira i Virgili es vicepresidente del Parlament de Catalunya. Periodista ante todo, pero también historiador y autor polifacético, la suerte que le espera -a él y a todos sus compañeros- no arroja dudas: un pelotón de fusilamiento. Con precisión extrema afronta la narración de aquellos últimos días de miedo y esperanza. La Generalitat mantiene una cierta organización, y ya en vísperas de la caída de Barcelona, con el frente roto y la ciudad perdida, es capaz de evacuar a los más destacados políticos e intelectuales de la causa catalanista.

El testimonio de Rovira es de un interés extraordinario. Primero porque lo escribe pero lo deja reposar, para evitar la contaminación de su punto de vista a causa de las enemistades o el desmoralizado estado de ánimo. De esta manera firma una obra objetiva y auténtica, alejada de cualquier pretensión épica. Por otra parte, durante su huida no deja de ejercer de nacionalista catalán, una perspectiva que puede sorprender a quienes no compartan su causa, pero que resulta ciertamente esclarecedora.

Rovira, además, también ofrece el ejemplo de la dignidad. Defiende una evacuación ordenada y siguiendo siempre las instrucciones del gobierno. Apela a la responsabilidad de los cargos, a la condición de parlamentarios de sus interlocutores y de él mismo. Reclama que ninguno de ellos abandone territorio catalán mientras haya un solo soldado defendiéndolo. Y así permanece en Barcelona casi hasta el final (el gobierno catalán coordinaba a sus parlamentarios en el Hotel Majestic) llegando a Francia por Le Perthus el 31 de enero. No había aficionados al ciclismo aplaudiendo a la masa aterrorizada en aquellos fríos y tormentosos días de enero. Tan sólo hambre y desolación y suciedad y caos. Y gendarmes en la frontera, y soldados senegaleses con las bayonetas caladas.

Por el camino el paisaje inspira a Rovira, que recita a Verdaguer y a Josep Carner ("Salud, oh pino de tierra enjuta / vínculo de nuestra ruta / de un áspero mundo y un cielo sereno": me pregunto si Ángel González conocía estos versos) mientras reflexiona sobre la derrota, sobre Negrín, y se lamenta de que los franquistas entrasen en Barcelona el 26 de enero, precisamente el aniversario de la batalla de Montjuic de 1641, con Els Segadors en el horizonte. No sabemos nada de nuestra propia historia. Estos libros esenciales abren los ojos, y también el alma.

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