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Análisis

Formentor consuela a las almas en pena

En contra de la vocación cosmogónica que simboliza el premiado Roberto Calasso, en literatura no hay un "más allá" perseguido asintóticamente por los libros, sino un "más acá" explotado con astucia por escritores pícaros

El ensayista italiano Roberto Calasso, Premio Formentor de las Letras 2016.

Análisis Resulta que Kafka se sentía escarabajo, y que nadie inventó jamás un cuento. El escritor no tiende puentes con la fantasía, sino que construye una cañería hacia sus seres pretendidamente amados. A través del artefacto, absorbe las experiencias de sus allegados. Las regurgita artesanalmente, su única labor técnica o no deplorable. Y las canaliza, término de médium, de vuelta a un público tan mayoritario como le sea posible. De la A a B, y de B a A, que titularía Andy Warhol. Desde luego, ni rastro de ficción, fabulación o fantasía. Sin cambiar de principios, ni una huella de Faulkner, Fitzgerald o Flaubert, porque la literatura acostumbra a ponerse mayúscula. Reporterismo puro, si me avalan el insulto.

Solo habitamos un mundo de no-ficción cuando leemos ficción. Cada personaje de Rayuela existió, sin más que alterarle el nombre y difuminarle el hombre. "Madame Bovary, c´est moi". Este anzuelo divagatorio venía a propósito de la edición presente de las Converses Literàries a Formentor. En apenas tres días se pasará revista a Espíritus, fantasmas y almas en pena, historias del más allá en la literatura. Todos los términos de la convocatoria se resumen en una palabra. Poe, de Edgar Allan.

Si Formentor ha mitigado históricamente las penas del alma, también puede consolar a las almas en pena. La presidencia virtual de las Converses recae en Roberto Calasso, que inscribe su nombre en el palmarés de un premio con medio siglo largo de vigencia. Habrá que resolver aquí la primera contradicción porque, en contra de la vocación cosmogónica que simboliza el italiano galardonado, en literatura no hay un "más allá". Apenas un "más acá", explotado con astucia por escritores pícaros.

Sin veladura, no hay literatura. La descripción entomológica del taller del escritor se ha erigido en el mayor obstáculo para el disfrute de un autor. Incapacitados para escribir cómo ellos, destaparemos cómo escriben ellos. El sensacionalismo literario, la pulverización de cada canto de Bob Dylan hasta concluir que ni una sola palabra de sus versos le pertenece. No son creadores, sino remezcladores. DJs.

Los gigantes crepusculares se desmoronan al iluminar sus métodos tramposos. Recuerden a Igor Stravinsky, maldiciendo a Thomas Mann porque se apropió de las lecciones de musicología que le impartió, con objeto de firmar Doktor Faustus como cosecha propia. O la desesperación de la familia Huxley, al contemplar a Aldous explotando desembarazadamente como trampolín el suicidio de su hermano. La ficción reposa en el incumplimiento de las tablas de la ley, a falta de determinar si cada vulneración del decálogo asciende a la categoría literaria. Espiritual, íbamos a decir, pero el título de las Converses desenmascara el artificio al situar a los espíritus extramuros del ámbito literario.

Quién necesita crear, si cuenta con una familia disfuncional perdón por la redundancia. El escritor, mamífero rumiante que consuela a las musas en pena. Les hace sentirse útiles, mientras engatusa al lector. Formentor es el laboratorio ideal para analizar la amalgama fantasmagórica entre el escritor y su numen. En esa extraña península, nadie habita la misma personalidad que cuando llegó. Difícil disyuntiva para los autores locales, porque el centenario Cela inventor del premio dictaminaba que "España es un país demasiado mísero para albergar dos conceptos de una misma persona". Por tanto, los narradores sufrirán una desintegración al instalarse en el hotel, y la identidad solo les será restituida como espíritu. En la categoría de ser nada espiritual que habita en una dimensión sin aire acondicionado.

El escritor mastica y masculla una obra que no le pertenece. Isaac Asimov debería atesorar la bravura de un expedicionario galáctico, pero padecía un vértigo que le impedía asomarse a la terraza de su piso de Manhattan. Es pues probable que la literatura surja del horror, en especial la humorística. Swift, Twain, John Kennedy Toole, cascarrabias fenomenales ahuyentados con igual fuerza por el género humano y por el más allá. Los fantasmas se desvanecen a carcajadas. O a horcajadas, si son del sexo adecuado.

Qué sucedió entretanto en Formentor. Sin menoscabo de los literatos, su geografía de este fin de semana les adelanta en fascinación. Pues bien, entre el pasado septiembre y éste, floreció una película titulada La juventud. Transcurre aparentemente en un hotel alpino, pero enseguida advertimos la trampa porque nos están despiezando el espíritu de Formentor, esa palabra de potencia inusitada que por algo también refulge en Formentera. El programa de las Converses debe proyectar algún año junto a ese mar la narración en imágenes de Sorrentino, un vademécum para las almas en pena.

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