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Los avatares de las pasiones

Cuando las palabras ocultan más que los silencios: ´La presa´, de Irène Nemirovsky

Xisca Bestard en el monólogo ´Irène Némirovsky´, de Joan Guasp.

No deja de llamar la atención, no sólo el ingente número de novelas que Irène Némirovsky escribió en una vida tan corta y convulsa (Kiev 1903 - Auschwitz 1942), sino también la profundidad del conocimiento que exhibe en ellas sobre las pasiones que debilitan las relaciones interpersonales. Las hijas de Némirovsky preservaron los manuscritos de su madre y los fueron publicando póstumamente; la mayoría de sus obras han sido traducidas al español desde el francés, que había sido la lengua prácticamente materna de la autora, criada por una institutriz venida de Francia.

La presa (La Proie) fue publicada en 1938. Ambientada en el París de 1933, en plena crisis económica, y en los años siguientes, la novela narra la ascensión y caída de Jean-Luc Daguerne, un joven idealista primero y ambicioso muy pronto, a quien la mezquindad que acompaña a la pobreza irremediable convierte en alguien que lucha consigo mismo por ser, fundamentalmente, egocéntrico y egoísta. Porque "¿qué podía hacer él? Necesitaba su inteligencia, su coraje, sus fuerzas para sí mismo, para él solo".

Así, Jean-Luc va consumando, paso a paso, su aislamiento. Sólo se acerca a quienes pueden serle útiles, y en el camino abandona a su padre, a su madrastra, a su amigo, a su esposa, a su suegro y a su propio hijo. Cuando deja marchar al niño siente, por primera vez, que "había secado en su interior todas las fuerzas del amor". Pero alguna pasión late aún en Jean-Luc, porque también reconoce que "un sordo e insoportable remordimiento le devoraba el corazón".

Desde los primeros capítulos, breves y descriptivos, entramos en el clima de contrastes que fabrica Némirovsky. Por una parte, los Daguerne viven en un ambiente de tristeza y nostalgia, marcada su vida por la incomunicación, en una casona decadente donde ni el jardín tiene flores. Pero el joven Jean-Luc es todo amor, juventud y esperanza en el futuro. Cuando el padre muere, el joven Daguerne alcanza sus objetivos y, cuando la vida le va cerrando puertas, será su joven hermano, José, el que le ve mayor y caduco y quiere tomar las riendas de la prosperidad. En esta genealogía de zozobra, los Daguerne parecen pasarse el testigo del destino.

Némirovsky traza retratos personales y sociales muy completos. Así, se van acumulando los temas en cada página, todos importantes para entender el cuadro final: no es sólo la economía, sino el uso que los políticos del momento hacen de ella, la manipulación que ejercen sobre el discurso, que nada tiene que ver con la realidad, los trapicheos y tropelías que suben a unos y bajan a otros, sin que importe el capital humano que se quema o se malgasta.

Jean-Luc se da pronto cuenta de que está atrapado por el éxito conseguido con engaño, empañado "por las dudas sobre sí mismo, la amargura, la envidia, el miedo€". La única puerta para escapar de tal situación es el fracaso, que constituye, en su mundo, "una vergüenza intolerable". Y en este callejón sin salida a que ha llegado su vida, busca la paz y la tranquilidad en un amor insensato que cree que puede darle "un instante de olvido".

La tensa espera de Jean-Luc Daguerne en las últimas páginas de la novela se funde y se confunde con la tensión de quienes leemos, al acecho de un final que dudamos en aventurar, temiendo que sea trágico y deseando que sea esperanzador.

IRÈNE NÉMIROVSKY

La presa

Traducción de J. A. Soriano Marco

SALAMANDRA, 220 PÁGINAS, 16 €

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