Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¡Qué demonio de mujer!

Hay escritores que golpean el papel como si fuese un saco de boxeo. Sus palabras son puñetazos al costado de la vida que tantas veces los ha dejado a ellos sin respiración

La escritora norteamericana Lucia Berlin.

Su escorzo, la dignidad de quien se ha fajado en las derrotas de la vida y ha sobrevivido por riñones, aguantando entre las cuerdas hasta encontrar un atajo para la huida o el movimiento perfecto para convertir una defensa en un golpe al estómago k.o. del contrario. Hay escritores cuya vida errante es su escritura eléctrica, insumisa, vivaz y dramática. Su huella digital transformada en un tormentoso cuento de hadas. Lucia Berlin es una voz de esta estirpe que ha tuteado de copas y en casa al demonio, que se ha reconstruido muchas veces a pesar de los fracasos y sus cicatrices. El folio en blanco fue siempre el hombro sobre el que conjurar la rabia y el llanto, el juramento de salir adelante con la verdad magullada y de frente. Lucia Berlin es una escritora con la que irse a serenar a resaca de la vida frente al horizonte, mientras ella te va susurrando el viejo dolor de sus palabras, y la magia con las que las doblega y transforma en literatura de piel curtida, en antídoto contra la muerte. Es lo que sucede si uno se adentra en Manual para mujeres de la limpieza, 77 cuentos traducidos al español por Eugenia Vázquez Nacarino que no dejarán indiferente a ningún lector que comparta su aliento.

Hija de un ingeniero de minas y de una mujer fría, racista y alcohólica (así la describe en muchos de sus relatos), Lucia Berlin pasó su infancia de ciudad minera en ciudad minera. Idaho, Montana, Arizona, hasta que su padre se marchó a la guerra y ella, olvidada por el adulterio de su madre con las botellas, se condujo como pudo, abrigada por sus vecinos sirios -lo narra en los relatos Silencio y Volver al hogar- hacia el nuevo viaje adolescente que la llevó a ser una señorita de la clase alta chilena, alumna de un exclusivo colegio privado. Esos años son un espejismo: fiestas de la alta sociedad, bailes y cenas de seis platos, y visitas a las chabolas en compañía de una profesora norteamericana, a la que rinde un hermoso homenaje en Buenos y malos. No podía imaginar entonces que su destino nunca dejaría de ser un mapa de carretera en llamas. Bodas y divorcios, la maternidad a solas, el escondite de la supervivencia en un edificio de oficinas sin hogar de noche. Y de fondo un tema de jazz para beberse la vida en secos tragos cortos. A los treinta y dos años, con una belleza azul y un constante paseo por la navaja, Lucia Berlin era al otro lado del espejo una Billie Holiday blanca. Tenía en su haber tres matrimonios deshechos, cuatro hijos a su cargo, un problema con el alcoholismo y una doble escoliosis que la había obligado a llevar un corsé ortopédico durante años. Aun así era capaz de encontrar la precariedad del oxígeno que necesitaba trabajando de recepcionista en la consulta de un ginecólogo, de ayudante de enfermería en la sala de urgencias de un hospital, e incluso mujer de la limpieza (aunque le costaba encontrar empleo porque las señoras, explica, desconfían de las candidatas «instruidas»). Y sobre todo un ángulo desde el que mirar las cosas y sus batallas, sus pesadillas y sus esperanzas como si estuviese narrando la amarga trama de otro. Sus relatos, un mestizaje de tonos y de emociones, son el testimonio de los arañazos de esta gata para salir adelante entre el vértigo y la creación. A pesar de lo amargo y de lo difícil, su escritura es chejoviana y exuda humor. Incluso es capaz de encontrar la belleza en la cotidianeidad de lo vulgar, igual que su admirada Katherine Mansfield.

«La escritura de Lucia tiene nervio. Cuando pienso en ella, a veces imagino a un maestro de la percusión tras una batería enorme, tocando con ambas manos indistintamente una serie de tambores, tom-toms y platillos, mientras controla los pedales con los dos pies. No es que su obra sea percusiva, es solo que pasan muchas cosas a la vez». Lo dijo Stephen Emerson, escritor y amigo, y el encargado de recopilar los cuentos de Manual para mujeres de la limpieza. Un brillante descubrimiento que nos alegra y conmueve por el coraje de una voz y una existencia que supo ver luz entre las sombras, contar como una manera de curarse, hacer de la escritura un hilo de sutura y a la vez un nido en el que refugiarse. Con un humor inteligente, ácido, cálido y tierno en ocasiones, superviviente. ¡Qué demonio de mujer!

LUCIA BERLIN

Manual para mujeres de la limpieza

Traducción de E. Vázquez Nacarino

ALFAGUARA, 432 PÁGINAS, 20,90 €

Manual per a dones de fer feines

Traducción de Albert Torrescasana

L´ALTRA, 488 PÁGINAS, 20,90 €

Compartir el artículo

stats