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Premio Princesa de Asturias de las Letras

El arte de narrar

Un escritor heredero de Hemingway, impregnado por una sensación de pérdida y derrota

Richard Ford, de Jackson, Misisipí, 1944, con su nombre de escritor (el autor inglés de guías como Las cosas de España, en la primera mitad del siglo XIX), representó una novedad en la literatura norteamericana con sus dos primeras novelas, A Piece of my Heart (1976) y Ultimate Good Luck (1981), aunque lo que mejor le caracteriza es su actividad como autor de narraciones y relatos breves, que recopila por primera vez en Rock Spring (1987), y con los que se suma a la tendencia hacia el relato breve de corte muy realista (entonces se le denominaba "realismo sucio") iniciado por Raymond Carver y cuyo autor más destacado (después de Carver) es Tobias Wolf, un auténtico maestro del género. Como es natural, y puede añadirse naturalismo, su punto de partida es Ernest Hemingway, cuyo Génesis incluye "Campamento indio", "Cincuenta de los grandes" y "Los asesinos", de una limpieza narrativa de difícil superación. De hecho, a Hemingway se le ha imitado muchísimo, y no se le ha igualado nunca. Si Hemingway sobrevive a una altura muy grande es gracias a sus cuentos antes que a sus novelas, las cuales, salvo las primeras, Fiesta y Adiós a las armas, pecan de excesiva palabrería y de absurdas reiteraciones, siendo la de título más hermoso, Al otro lado del río y entre los árboles, la peor novela que puede escribir cualquier persona cabal. El coronel, llamándole "hija" continuamente a la joven aristócrata veneciana, resulta tan insoportable y pelmazo como Robert Jordan llamándole "Conejita" a María en Por quién doblan las campanas.

En Ford pasa algo parecido: sus novelas, aunque en ellas no hay dinamiteros brigadistas ni coroneles cardiacos, son muy inferiores a sus cuentos. En el cuento está la esencia de la narración. Se trata de contar una historia condensada y bien construida. Los escenarios de Montana de algunas de sus narraciones representan una nostalgia del mundo al aire libre, en contacto con la naturaleza salvaje, del Michigan de Hemingway. En realidad, el escritor norteamericano, y cuanto más le anega la civilización mayor es su nostalgia, clava sus raíces en Thoureau, en la vuelta a un mundo imposible de reconstruir, porque él mismo lo ha destruido. Pero su procedencia es urbana y sus intentos épicos están contaminados por las banalidades y atrocidades de la vida familiar. En Ford, lo mismo que en Carver, hay amargura, no existe ya el optimismo de "Campamento indio". En realidad, Hemingway tenía ante él unos vastos y lejanos horizontes a los que había que dar nombre, que construir y tal vez habitar. Ford, como le sucedió a su generación, llegó demasiado tarde, las cosas estaban nombradas y los lugares descubiertos y habitados. Las grandes extensiones de abetos, los lagos, las montañas cubiertas de nieve, han sido ocupados por los moteles, los trenes que cruzan la noche, "los neones amarillos del vicio", por las autopistas y las chicas mirando por las ventanillas de los coches, y esto produce en Ford una sensación de pérdida y de derrota.

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