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Narrativa

El miedo invisible

A Poe le debemos la fascinación por el miedo, que nos enseñase a descender al fondo de los ruidos y de las sombras, de las pesadillas y de los ángulos muertos que son puertas abiertas en la noche, en los espejos, en el extrañamiento de lo ordinario

La escritora argentina Mariana Enríquez.

Poe, Lovecraft, Aleister Crowley, Shirley Jackson, la brillante maestría entre otras firmas de lo gótico y las atmósferas en el arte de despertar el terror de lo cotidiano, el misterio del pánico, lo sobrenatural a la vuelta de la esquina, y a la vez el placer de encontrarnos un fantasma de amor en medio de un baile, una calavera en la basura, un cadáver con la infancia degollada que nos desvelan una historia poderosa que nos desvela la mirada, los pensamientos, el miedo que todos llevamos dentro a salvo de la luz de una vela o de la tormenta de una contadora de historias como Mariana Enríquez. A ella, lo mismo que a sus maestros, voces que tintinean detrás de las sombras de su lenguaje y de su manejo de lo atmosférico como territorio y también como personaje, les deberemos saber que el miedo abre puertas, que a veces es pegajoso, otras invisible y que en ocasiones nos deja adivinar sus formas.

El miedo que Mariana Enríquez reúne en Las cosas que perdimos en el fuego y que su prosa fría, pálida, lenta, arma y maquilla como si manejase un macabro y fascinante juego de voces femeninas que hipnotizan a los lectores, los asusta, los sorprende, los coloca frente a un espejo o un altar en el que una calavera se convierte en una hermosa muñeca negra. Mariana Enríquez sabe cómo abrir la puerta de las emociones de sus lectores. Lo hace fácil en cada uno de los cuentos, como si su escritura fuese a la vez una sombra y una linterna que ilumina su propia voz y también las tripas de la noche que resultan ser las tripas del miedo, la respiración hacia fuera del grito, la respiración hacia dentro del silencio que tiembla. Y lo hace suave, desenvolviendo seda, igual que si nos regalase un cuento que nos pone las orejas puntiagudas, mientras poco a poco el corazón golpea rápido o sucede conforme ocurre la historia que se cuenta o cuando la vela del relato se ha apagado y nos deja a oscuras y extraños fuera de la historia, sin saber si el miedo está fuera, dentro o al lado de nosotros. Si su libro es una casa en la que nos ha metido sin que nos demos cuenta y ahora no encontramos la salida. Ni siquiera el espejo en el que por un instante distinguimos la diferencia entre un fantasma y nosotros.

Lo domina, lo domestica, le da vuelta entre los dedos igual que si fuese un cuchillo que sólo corta el aire. Qué arte el de Mariana Enríquez a la hora de manejar miedo, ese viejo personaje, con el que conciliarnos y que nos une con la muerte y con la vida, y que en las historias de esta excelente escritora argentina está cargado de culpas, de sugestiones, de compasión, de pérdidas, de metáforas políticas y de neurosis que enfocan las relaciones de pareja y sus vacíos, los extrañamientos de la familia, las diferentes naturalezas de la soledad, la crueldad de la violencia, lo difícil de la convivencia, los márgenes de la mendicidad, la geografía de lo marginal, los latidos de lo monstruoso, de lo contaminado. El lugar de la realidad donde comienza la oscuridad a ser otro cuerpo que choca con nosotros y nos cambia. La magia con la que se vinculan todos los miedos hasta el punto de que el propio miedo se transforma en otro aspecto de lo mágico.

MARIANA ENRÍQUEZ

Las cosas que perdimos en el fuego

ANAGRAMA, 200 PÁGINAS, 16,90 €

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