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Cine

No quieren ser como tú

La nueva versión cinematográfica de ´El libro de la selva´ nos recuerda la vigencia, un siglo largo después, de esa obra cumbre de la literatura infantil. También ha resucitado, con creciente eco, las críticas al conservadurismo y colonialismo de Rudyard Kipling

Escena de la nueva versión de ´El libro de la selva´.

En un visionado rápido, la reciente película de Jon Favreau parece no aportar más que toneladas de terabytes de animación digital. Es evidente que la película no alcanza el encanto de la versión de Zoltán Korda (1942), ni la gracia de la primera versión animada de la Disney (1967), inolvidable por enfocarla como un musical, con temas grabados a piedra en la historia del cine como The bare necessities (en castellano Busca lo más vital), I wanna be like you (Quiero ser como tú) o La marcha de los elefantes.

La novedad más significativa de esta última adaptación es que el guionista Justin Marks ha buscado la fuente original, los relatos de Rudyard Kipling. Un conjunto de relatos que sucesivos guionistas consiguieron trenzar para simular una obra larga, trata el paso de la juventud a la madurez según los cánones de la época y el propio escritor. Pretende, con el trasfondo de un chico abandonado a su suerte en la selva, mostrar el camino, los valores, que le ayudarán a salir adelante una vez que (previsiblemente) se reintegre en la sociedad ´moderna´.

Hay valores sin duda positivos, adaptarse al medio, trabajar en equipo, no tirar nunca la toalla. Y otros que los críticos de Kipling asocian con un militarismo y un colonialismo cuestionables.

¿Cierto? Sí y no. O sea, debatible. La biografía de Kipling rebasa conservadurismo decimonónico. Cuando las colonias eran colonias y había ciudadanos de primera, segunda y tercera según su origen étnico y posición social. Aunque visto desde otro ángulo, la India que conoció Kipling era, sigue siendo, muchísimo más compleja. Los británicos opresores contra inocentes nativos es de un maniqueísmo tan perverso como lo contrario, negar esa opresión. El subcontinente indio es un crisol de etnias, culturas y lenguas con tantas o más desigualdades que las que impusieron los ingleses. Y con equivalentes divisiones clasistas. Aunque no fáciles de conseguir, son muy recomendables los libros Indika, de Agustín Pániker (Kairós, 2005) o India, de V. S. Naipaul (Debolsillo, 2010).

Esa es por tanto una de las principales contradicciones de Kipling. Fue un hombre con mucha curiosidad intelectual y el don para captar historias, personajes originales o curiosos y transformarlos en grandes obras. Kim por ejemplo sigue siendo una obra maestra. Metió a un jovencito buscavidas en el Gran Juego, el largo y muchas veces subterráneo conflicto entre británicos, rusos y poblaciones locales por dominar las tierras de Asia Central. Extrañamente Kim espera aún una adaptación al cine a la altura del texto escrito. La más pasable es una dirigida en 1950 por Victor Saville, con Errol Flynn y Dean Stockwell.

En cambio de una novela corta más ligera, El hombre que pudo reinar, salió un clásico de aventuras, dirigido por John Huston en 1975, con Michael Caine y Sean Connery desatados. Inconscientemente la película muestra que ese Gran Juego (recomiendo el ensayo The Great Game, Peter Hopkirk) tuvo un componente de escarceo de patio colegial.

En la misma línea y tono, comedia de acción, mantiene su gracia Gunga Din (George Stevens, 1939, con Cary Grant, Joan Fontaine y Victor MacLaglen). Esta película adapta un poema épico del escritor británico.

La contradicción de Kipling es que conociendo la India (se crió allí y posteriormente vivió muchos años) mucho mejor que muchos de sus paisanos, no dejo de ver a esa futura nación con las antiparras del conservadurismo más rancio. Mowgli es un pobre nativo obligado a espabilar ante todo tipo de animales ¿habría tenido el mismo éxito la obra si fuera un joven occidental?; los habitantes de Kafiristan son unos iletrados alocados que no distinguen a un hombre serio de un pillo; En Gunga Din la secta revolucionaria que acosa a los soldados de Su Majestad es de tebeo; Kim después de picotear en un rincón y otro, acaba arrimándose al calor de los dirigentes británicos, espiando para ellos. Con curiosa (anecdótica) paradoja posterior: Kim Philby, el famosísimo espía de la posguerra mundial debe su nombre al personaje literario, pero él en cambio se arrimó a los archienemigos rusos.

Algunos consideran por tanto que en el siglo XXI no puede haber tanta condescendencia con Kipling. Se le enviaría entonces a la habitación (aún sin carácter de purgatorio) en la que están Tolstoi, Woody Allen y otros. Duda/dilema final: ¿Separar vida de obra es taparse la nariz? ¿Condenarlo por unas ideas muy clasistas, menos solidarias e integradoras, no es también otro síntoma de extremismo?

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