Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Centenario Cela

"Vivo en Mallorca porque aquí me dejan en paz"

Los años de Cela en Palma agrupan lo principal de su producción, más ´Papeles de Son Armadans´ y las Conversaciones de Formentor

Camilo José Cela, a la derecha, con su esposa, Charo Conde, y su hijo, Camilo José Cela Conde.

"Matar a un gallego es muy difícil". Me lo dijo Cela, en pijama, bata y zapatillas, el día de Sant Miquel de 1988, en la clínica Mare Nostrum de Palma. Le había dado un cólico miserere y, ya puestos, le habían extirpado el apéndice.

Poco después se iría de Mallorca y, si te he visto, no me acuerdo. Al año siguiente le darían el Nobel de literatura, por fin, coño. Luego, en 1996, el Cervantes, a buenas horas, mangas verdes. Lo del Planeta en 1994 fue extraño, con acusación de plagio incluida.

Había vivido Cela más de treinta años en la isla. "¿Por qué, don Camilo?", le pregunté yo, que entonces era un joven reportero. "Porque aquí me dejan en paz". "Y no me llame don Camilo, que me recuerda al cura de Guareschi".

Entonces era ésta todavía la isla de la calma, puede que hasta lo siga siendo. Cuentan que Ava Gardner cruzó una tarde de punta a punta la plaza de Santa Eulàlia ("se abrieron las puertas del Cielo y bajó un ángel", hubiera dicho el guionista de El secreto de sus ojos), ante la indiferencia de dos viejos sentados en un banco. "Aquesta, que no fa cine?". "Potser". No hace tanto tiempo, la entonces primera dama y ahora candidata Hillary Clinton, en su coche oficial, bordeaba los jardines de Joan Alcover saludando€ a nadie, porque estaba yo solo, esperando a que el semáforo se pusiera verde.

El futuro Premio Nobel, su esposa, Charo Conde, y el único hijo de ambos, Camilo José Cela Conde, vivieron en Pollença primero desde 1954, después en Palma, en la calle Bosque (ahora Camilo José Cela), luego en El Terreno y por fin en la Bonanova. Tres decenios largos de su producción literaria. La casa de Cela (británico por el lado materno) era su castillo, con los asaltos esporádicos de los periodistas, que íbamos a entrevistarle de tanto en cuando, con algún motivo razonable. El Premio Nacional de Literatura en 1984, por Mazurca para dos muertos. El Príncipe de Asturias, en 1987. El guión de la serie El Quijote.

Entre 1956 y 1979 publicó en Mallorca los Papeles de Son Armadans. La revista que restableció el vínculo entre la cultura española del interior y la del exilio. Mi tío Luis Ripoll Arbós, que en paz descanse, la tiraba en su imprenta Mossèn Alcover. Él contaba que Cela le recibió en el cuarto de baño cuando le propuso unirse al proyecto, ocupado en los correspondientes menesteres.

Era la puesta en escena celiana. El lado público y transgresor del personaje. Cela, el de los tacos. Cela, el que lanzaba periodistas a la piscina. "Lamento el retraso. El tráfico estaba imposible". Trataba de explicarme, compungido, en una de mis comparecencias en la Bonanova. "Eso no es excusa. Se sale con más tiempo". Pero luego me explicaba, emocionado, cómo había removido cielo y tierra cuando a Luis Goytisolo el franquismo le había metido en la cárcel, para sacarle del trullo.

Fue uno de los 41 senadores de designación real en las Cortes constituyentes. El rey no volvió a emplear esta prerrogativa que le otorgó la Ley de Reforma Política, pero las comparaciones entre aquel grupo: Julián Marías, Martí de Riquer, José Luis Sampedro, Cela€ y buena parte de los senadores actuales, es como para echarse a llorar.

El gallego de residencia mallorquina contribuyó a una redacción más correcta de la Carta Magna. Pero, una vez más, lo que quedó para la posteridad fueron las anécdotas celianas. La ventosidad con la que, cuentan, interrumpió en el uso de la palabra a Lluís Xirinachs, sacerdote gandhiano que había sido, senador más votado en Cataluña en aquel momento y de triste final, de juguete roto. "Prosiga el mossèn", habría señalado el escritor, impertérrito. O el "no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo€", dirigido al presidente de la cámara.

Camilo José Cela Conde, compañero de estas páginas, se ha empeñado (las instituciones se lo han tomado con interés relativo; suele pasar) en que quede un legado en Mallorca de la larga estancia del Premio Nobel y, eso no hay quien lo mueva, gigante de la literatura española. Las Conversaciones Literarias de Formentor renuevan, cada año, el testigo de las que Cela creara a finales de los cincuenta, cuando transformó un pedazo de paraíso bajo una dictadura en un referente de las letras mundiales.

No fue mérito pequeño de Cela su apertura de miras hacia las otras culturas hispánicas. Quizás a fuer de gallego, mallorquín de residencia y de vínculo vasco. De la soberbia entrevista con Joaquín Soler Serrano en aquella televisión en blanco y negro, pero con algunos contenidos que ojalá la actual tuviera, recuerdo su fascinación por la palabra "mariposa" en los cuatro idiomas: "mariposa", "papallona", "pinpilinpauxa", "bolboreta". Fue el teatro vasco, con Ramón Barea, Álex Angulo, César Saratxu€ el que en 1984 puso en escena su Oficio de tinieblas.

No volví a encontrarme con Cela hasta 2011. Descansa bajo un olivo, el árbol totémico del Mediterráneo, junto a las viejas casas de los canónigos que albergan su fundación, en Iria Flavia. Sobre la lápida, el título de marqués, del que debía, supongo, sentirse orgulloso. Y en la fachada del museo, su escudo, con el lema "El que resiste, gana". Pues eso.

Compartir el artículo

stats