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Historia

Cuando se leía con cautela

La censura inquisitorial fue un instrumento en defensa de la ortodoxia católica y de la Corona y actuaba según las delaciones recibidas

Parodia de la Inquisición española por los Monty Python.

Henry Kamen sostuvo en 1998 que la vigilancia de la Inquisición sobre la literatura fue de "poca importancia", puesto que el discurso censorio no fue unívoco ni hubo sintonía entre praxis y teoría. Así lo recoge Peña Díaz en su Escribir y prohibir (Cátedra), donde se lee que la censura inquisitorial fue un instrumento para la defensa de la ortodoxia católica y de la Corona y actuaba, sobre todo, en función de las delaciones. El Índice expurgatorio de libros prohibidos de 1599 señalaba 699 libros prohibidos, entre los cuales estaban obras de Erasmo, libros de nigromancia, el Lazarillo de Tormes y piezas de Torres Naharro y Juan del Encina. Caso especial es el de Terencio, censurado por sus obscenidades, pero apreciado por los jesuitas por su buen latín.

La práctica censoria, legitimada por la Iglesia, condicionó, aunque no determinó según Peña, el mundo del libro y de la lectura. Si el primer problema era el peligro de leer, ni siquiera libros de versos y amoríos, el segundo era el comercio de volúmenes prohibidos. A ello se le añadía la deficiente formación de los calificadores inquisitoriales y el fallido intento de poner en práctica una censura previa. Con unos criterios censorios cambiantes y una aplicación nada exhaustiva del expurgo, se entiende la afirmación anterior de Kamen.

Ante la imposibilidad de expurgar todas las ediciones de los libros prohibidos, se permitió que personas ajenas al Santo Oficio pudieran llevarlo a cabo, pero su trabajo debía ser corroborado por los ministros inquisitoriales. Medida que no funcionó, aunque el caute lege o lectura con cautela fue un paso más hacia la interiorización del tribunal inquisitorial entre los lectores, ya que donde no llegaba el expurgo comenzaba la lectura prudente. La Inquisición contó como colaboradores con profesores universitarios, bibliotecarios y traductores, que manipulaban los textos para evitar las frases peligrosas y traicionaban al original, alterando sentidos y contenidos. Como afirma el autor, "lo que se debía someter a juicio no era solo lo que los censores creían que decía el texto sino lo que estos censores suponían que iban a interpretar los lectores".

Peña analiza el uso de papeles escritos como talismanes y dedica el capitulo 4 a Santa Teresa de Jesús, quien "buscaba una experiencia mística directa con Dios que sustituía al libro impreso" o "alcanzar la legitimación divina de sus escritos". Estamos ante un interesante libro documentado hasta el punto de que abruma, con citas adaptadas a la ortografía actual y con claridad expositiva.

MANUEL PEÑA DÍAZ

Escribir y prohibir

CÁTEDRA, 256 PÁGINAS, 15 €

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