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Dietario

Por Nueva York con Elvira Lindo

Cada individuo, pienso, al margen del lugar donde reside, tiene en su mente la ciudad ideal donde le gustaría vivir y cumplir sus sueños

Por Nueva York con Elvira Lindo

Yo, como todo hijo de vecino, he pasado de habitar en el París de 1950, cuando estudiaba francés durante el bachillerato, al Londres de 1965, en la época de los Beatles, para fijar definitivamente mi residencia en Nueva York, hace ya muchas décadas. A tan insobornable decisión contribuyeron muchas cosas, las películas, los libros, la moda, el rock and roll, la fascinación que me provocan los rascacielos y las largas avenidas, los parques bien cuidados, los grandes espectáculos musicales o deportivos, los suburbios más o menos peligrosos, y esa sensación de sentirme plenamente neoyorkino desde casi siempre, pero especialmente a partir del día en que, preparándome un dry Martini, tome la decisión de empadronarme en Broadway. Ni qué decir tiene que aunque en realidad solo he pasado ocho días de mi vida en Manhattan, sin subir al Bronx o cruzar a Queens, rara es la semana que no me pateo la ciudad de la mano de Ángel Zúñiga, Julio Camba, Paul Morand, Maeve Brennan, Dorothy Parker, John Dos Passos, Truman Capote, Muñoz Molina, Enric González o de aquel autor y viajero alicantino, Gaspar Tato Cumming, que en 1944, escribió un libro estupendo, titulado Nueva York, un español entre rascacielos. Paseos que combino con algunas excursiones al televisor para refrescar la memoria y no extraviarme por el callejero, viendo cosas como Desayuno con diamantes, Taxi Driver, Sabrina, Hechizo de Luna o cualquier película de Woody Allen antes de que su oficina del Imserso decidiese pagarle toda una serie de vacaciones por Europa.

El mes pasado el periplo urbano lo hice en compañía de la señora Lindo, doña Elvira, a través de su último libro Noches sin dormir (Seix Barral, 2015) y gracias a que en la contraportada se indicaba que se trataba no de un ensayo sobre el insomnio, sino de una de las razones que condujeron a la escritora a llevar un diario sobre el último invierno y los meses de primavera que pasó en Nueva York, tras once años de estancia, en compañía de su ilustre consorte don Antonio Muñoz Molina. Y la verdad es que fue un acierto conseguir la compañía de tan magnífica cicerone, porque Noches sin dormir, al margen de constituir una guía luminosa sobre el Nueva York que conoció una persona tan brillante, tan natural y poco afectada como doña Elvira, dotada de una curiosidad tan común como para sacar las castañas del fuego al más exigente viajero, es un "compromiso de sinceridad" consigo misma, una suerte de confesión de un momento trascendental en su vida, plagado de inteligencia y de ternura, que nos ayuda a entender a ese tipo de mujer actual, feminista sin estridencias y comprometida, que todos quisiéramos tener en casa, aunque tuviésemos que cargar con su criatura, con Manolito Gafotas, quiero decir. A través de las noches en vela de la escritora, desfila un Nueva York cotidiano y asequible, alejado de los lugares tópicos frecuentados por el turista; un Nueva York paseado y vivido con sus restaurantes y comercios, con sus tipos y personajes curiosos, con sus clubs de jazz y sus discretos parques, con esas calles y rincones que no salen en las guías y que nos revelan el alma auténtica de la ciudad; un Nueva York con ese glamour -anda que no odio esta palabra- de clase media que Elvira Lindo puso en las manos de otro alicantino, Jorge Torregrosa, para dirigir esa pequeña joya cinematográfica sobre la Gran Manzana, que es La vida inesperada. A través de las noches en vela de esta mujer, en fin, que declara que de la necesidad de llamar la atención, surgió su inclinación al humor, su oficio, su escudo, su asidero, que nos narra su pequeña crisis como novelista, su amor imborrable al padre desaparecido, conocemos mejor a una de las buenas escritoras de nuestro tiempo y a la persona que más me ha ayudado, recientemente, a adaptarme a la frenética vida que llevo en Manhattan desde que me tomé aquel venturoso dry Martini.

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