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Cine

Todos los hombres del cardenal

El Oscar a la mejor película de ´Spotlight´ no deja de tener un punto de nostalgia, por mostrar el periodismo previo al tsunami digital reciente - Sus paralelismos con ´Todos los hombres del presidente´ son numerosos - Recuerdan que el periodismo de investigación, por muy de capa caída que esté, sigue siendo imprescindible en las democracias

Los periodistas de ´Spotlight´, galardonada con el Oscar a la mejor película.

Recomiendo encarecidamente ver de nuevo Todos los hombres del presidente (Alan Pakula, 1976) y compararla con Spotlight.

Puntos en común: A un tema árido (un caso de corrupción política sin sangre, todo investigaciones e intrigas de despacho), ambas han logrado hacerlo ameno, darle tensión, mantener el interés del espectador sin recurrir al simplismo o el maniqueísmo. Ambas son muy sobrias en la realización, no desvían la atención innecesariamente con ejercicios de estilo visuales o bandas sonoras llamativas. Y ambas cuentan con varios excelentes actores. Dustin Hoffman, Robert Redford y Jason Robards (interpretando al mítico editor Ben Bradlee) por un lado; Michael Keaton, Lev Schrieber, Stanley Tucci, Mark Ruffalo o Rachel McAdams por el otro.

Divergencias: La película de Pakula (y la historia real) contó con una ventaja que, a la postre, se notó sobre todo en taquilla. Los protagonistas son dos periodistas enfrentados nada más y nada menos que al presidente de la primera potencia mundial. Spotlight es más coral y, por desgracia, menos atractiva para las audiencias menos exigentes. Es un equipo completo de reporteros y un abogado muy concienciado persiguiendo a casi un centenar de curas pederastas, amparados por un esquivo cardenal.

Más confluencias: La principal, el tema. Los abusos de poder. Ya sea un dirigente político o religioso. Y las poderosas armas que poseen y utilizan los poderosos para aguantar en sus puestos y mantener su impunidad. Por muy respaldados que estuvieran los periodistas de ambos escándalos por sus respectivos jefes, no dejaron de ser luchas de David contra Goliat.

Y otro desmarque destacado. Así como Bob Woodward y Carl Bernstein no tenían esqueletos en el armario o basura bajo la alfombra, un segundo tema de Spotlight, no menos importante, es que varios periodistas del equipo que da título se ven obligados a mirarse al espejo y reconocer que no investigaron antes los casos por prejuicios personales de los que ni siquiera eran conscientes. En ese sentido son/fueron más humanos. Sus, en varios casos, fuertes creencias religiosas les bloquearon al principio y les estimularon al final, cuando se convencieron de que los líderes católicos, el cardenal sobre todo, no estaban a la altura moral de la que presumían y que exigían a sus feligreses.

Estas dos películas son las mejores recreaciones de dos potentes historias reales de periodismo de investigación. Algo menos brillante, más ficticia aunque interesante, es La sombra del poder (Kevin McDonald, 2009), con la coincidencia de la actriz Rachel McAdams en un papel similar al de Spotlight.

Matar al mensajero (Michael Cuesta, 2014) es otra historia basada en hechos reales con más acción. Retrata, recrea, al desacomplejado reportero Gary Webb, que a mitad de los 90 destapó los tejemanejes entre la CIA, la Contra nicaragüense y narcotraficantes. Siendo una película más que correcta, interesante y con una buena interpretación de Jeremy Renner, no acaba de alcanzar el aplomo, la trascendencia que sí bordan Spotlight y Todos los hombres...

Entrando en delitos de sangre, El cuarto poder (Richard Brooks, 1952) es un clásico imprescindible. Humphrey Bogart, justo después de ganar un Oscar por La reina de África, encarna al editor de un rotativo que tiene un arranque de bravura cuando uno de sus reporteros es atacado por el gangster al que están denunciando.

Sobre un asunto sin sangre y sin gobiernos o grandes capitostes en jaque es Ángeles sin brillo (Douglas Sirk, 1957). En la historia de un periodista (Rock Hudson) y un aviador fracasados se nota la premiada pluma de William Faulkner y la consagrada sensibilidad de Douglas Sirk.

Primera plana (Billy Wilder, 1974, adaptando una comedia teatral de 1929 de Ben Hecht y Charles McArthur) trata de un periodista al que, en la víspera de casarse y cambiar de profesión, le endosan cubrir una pena capital. Predominan los diálogos cómicos y los gestos de Jack Lemmon y Walter Matthau para meterse al público en el bolsillo, pero no deja de tener un poso amargo, esa retranca que Wilder no perdió ni en su fase de declive.

Dejo para una próxima entrega las películas sobre reporteros de guerra. Enumero tres títulos imprescindibles: El pasajero (Michelangelo Antonioni, 1974), El año en que vivimos peligrosamente (Peter Weir, 1982) o Bajo el fuego (Roger Spottiswode, 1983).

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