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Escenarios

Señales de alarma

Los teatros de ópera no ven el fin de la crisis

Leo Nucci en el papel de Rigoletto, en el festival de ópera coruñés.

La recuperación va por barrios. Cuando parecía que los teatros y temporadas de ópera podían respirar un poco tranquilos tras la devastadora crisis que ha dejado el sector cultural español temblando, y más concretamente el de la música, varias noticias nos indican que no se puede bajar la guardia y que el peligro acecha en este país plagado de analfabetos musicales, tras décadas de un calamitoso sistema educativo que ha expulsado la música de su valor en la enseñanza reglada.

El Teatro Villamarta de Jerez que había recuperado, tras numerosos vaivenes, su programación lírica se ha visto de nuevo envuelto en terroríficas turbulencias que a punto han estado de volver a dar al traste con todo su proyecto cultural. El Villamarta es un teatro que ha sido básico para los cantantes españoles. Ha dado trabajo a buena parte de nuestros solistas y, además, ha prestado un servicio cultural de primer orden a la ciudadanía que sirve. No se entiende que la clase política andaluza no sea capaz de dotar al coliseo de la necesaria estabilidad para desarrollar un proyecto cien por cien sostenible, con un equipo técnico y artístico de primera fila. Los Premios Líricos Campoamor han reconocido su trayectoria por partida doble. Por algo será.

Pero no solo los problemas afloran en el sur de nuestro país, también el norte tiene lo suyo. Entre las temporadas de ópera históricas españolas está la de La Coruña. La ciudad gallega lleva décadas apostando por el género lírico con acierto y total apoyo de la población. Pese a ello, en enero salta la bomba y un tremendo desencuentro entre administraciones, lleva a interrumpir la temporada actualmente en curso por falta de fondos para apoyar su continuidad. El impacto en el sector ha sido imponente. La mala imagen para el conjunto del país no puede ser peor. Es injusto que una temporada que ha hecho tan bien las cosas, que ha venido creciendo también de forma sostenible y que ha servido de trampolín para los cantantes gallegos atraviese una situación semejante. Ahora parece que llegarán fondos para unas funciones en otoño. Veremos. Es increíble la improvisación en la que se tienen que mover los ciclos, la inseguridad jurídica con la que han de trabajar. En el resto de Europa están perplejos ante situaciones que no se dan en ningún país civilizado. La temporada gallega ha recibido el apoyo de cantantes de medio mundo. Su cierre conlleva paro y pérdida de valor añadido en La Coruña. Y se priva a la población de su derecho a asistir a la ópera, hecho cultural que forma parte de la historia de esa, y muchas otras ciudades, y que ahora se cuestiona con argumentos demagógicos que rozan el bochorno. Aquí da igual el color del partido que gobierne. No es una cuestión de izquierdas o derechas. La impunidad y el menosprecio que la cultura recibe en nuestro país nos singulariza frente a los países de nuestro entorno. De forma negativa y horrenda. Al menos todo queda escrito para que en el futuro, cuando los historiadores trabajen este periodo, salgan a la luz los responsables de este desaguisado. Que al menos queden marcados para siempre en su maldad y estulticia.

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