Según se va haciendo uno mayor, va relativizando. Así que a mí no me parece para tanto eso de andar prestándole senadores al prójimo. Como mínimo, desde luego, esto no es nuevo. Allá por 1977, el senador de designación real Camilo José Cela (cuyo centenario conmemoramos en 2016) se ofreció a sí mismo para completar el cupo que necesitaba el Grupo Vasco, aunque se quedó en propuesta. Con todos mis respetos para Antich, entre un ex presidente balear y un (entonces) futuro premio Nobel no hay comparación.
Por fin una entrega de premios institucionales que no fue un tostón: la del miércoles 20 de los Ciutat de Palma, supongo que gracias a los buenos oficios de Noemí Garcies, Francesca Niell y compañía. Entretenida velada presentada por Maria Rosselló y, de lo mejor, el rostro imperturbable de Carlos Garrido o del cronista de la ciudad, Bartomeu Bestard, entre otros, contándonos en un falso documental sobre aquel artista que se habría evaporado en la gala de 1957. A continuación, al tantas veces recorrido Casal Solleric, a las exposiciones de los Ciutat de Palma de artes visuales.
La película de Steven Spielberg El puente de los espías probablemente no es una obra maestra, peto sí un largometraje muy bien hecho. Se han currado con creces esa atmósfera desvaída de los cincuenta y sesenta, los paisajes de noche vistos desde el tren, el Berlín del invierno. Sólo pensar que unos años más tarde uno podría confundirse de sector casi sin darse cuenta, nos recuerda cuánto puede cambiar cuanto parece inamovible. Claro que entonces estaba a punto de caerse el Muro.
De Ettore Scola, que acaba de dejarnos, recuerdo en especial Una jornada particular (1977), con unos maravillosos Sophia Loren y Marcello Mastroianni. No mucho más tarde, en los primeros ochenta, esos mismos personajes los asumieron en el escenario otros dos intérpretes prodigiosos, Josep Maria Flotats y la tan recordada Anna Lizaran. Cuánto talento junto en este puñado de líneas.
