Diario de Mallorca

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Narrativa

De la montaña al páramo

Las formas de mirar el agua de Julio Llamazares

Julio Llamazares.

La obra de Julio Llamazares es un río que fluye remansado y continuo, tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve -ese mismo buey que evocaba en su primer libro de poemas-, tan seguro como el pulso del francotirador, tan fiel a sí mismo como las golondrinas a la primavera.

"El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que sólo existe ya como reflejo de sí mismo en la memoria del viajero o del que, simplemente, sigue fiel a ese paisaje". Con estas palabras abría El río del olvido, una obra mayor de la literatura castellana. Y a la memoria de un paisaje irrecuperable, porque ya no existe físicamente, vuelven los protagonistas de Distintas formas de mirar el agua, su última novela.

Es bien conocido que Julio Llamazares nació en Vegamián, en el extremado norte leonés, cerca ya de los Picos de Europa, un pueblo de la cuenca del Porma que otro escritor -además de ingeniero-, Juan Benet, dejó sepultado bajo las aguas de un pantano que actualmente lleva su nombre. Cuando en los años ochenta Julio Llamazares empezó a convertirse en emergente estrella literaria, quiso conocerle. Juan Benet, un tipo muy listo que tenía el tonto algo subido, lo primero que le dijo fue: "Así que tú eres escritor gracias a mí". Evidentemente era una benetiana boutade, pero si algo hubiera de verdad en ella, más que en la obra anterior de Llamazares, se puede rastrear en esta última novela.

Concebida como un coro de monólogos interiores, los miembros de tres generaciones de una misma familia van desgranando sus recuerdos, sus relaciones, su visión del mundo en general y de ese paisaje en particular, al reunirse en torno al pantano de Benet para arrojar allí las cenizas de Domingo, el patriarca muerto que deseaba volver a esas aguas que ahogaron Ferreras, el mundo al que se asomó al nacer y al que se habían asomado generaciones de antepasados suyos antes que él. A Domingo le había tocado hacer las maletas para salir de las montañas leonesas hacia el páramo palentino. En una camioneta cargó los enseres básicos y en compañía de su mujer y los cuatro hijos se dirigió hacia un paisaje nuevo, llano como la palma de la mano, producto de la desecación de una laguna donde el gobierno juntó a gentes procedentes de la diáspora, de lugares que, como Ferreras, dejaron de existir en nombre del progreso y la obra pública. Atrás quedaba un paisaje, un mundo milenario sepultado bajo el agua, y el hijo primogénito, muerto a los dos años de edad. Delante, otro paisaje, nuevo, que Domingo tuvo que aprender a interpretar, como un niño que aprende a leer.

Como Domingo le enseña a su hijo Agustín, hay distintas formas de mirar el agua: una utilitaria, otra abusiva, pero "nosotros no podemos contemplarla sin respeto después de lo que nos supuso ni despreciarla como hacen otros, esos que la malgastan sin darle uso porque no saben lo que cuesta conseguirla".

Sin ser la mejor obra de su autor, merece mucho la pena leerla.

JULIO LLAMAZARES

Distintas formas de mirar el agua

ALFAGUARA, 191 PÁGINAS, 17,50 €

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