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Narrativa

En un platillo volante

Gary Shteyngart cuentasu experiencia de inmigrante desde la URSS

En un platillo volante

Exprimiendo su historia de la manera en que la exprime, Gary Shteyngart (Leningrado, 1972) no debería entretenerse en buscar otra. Autor de tres novelas inspiradas en la inmigración, El manual del debutante ruso (2002), Absurdistán (2006) y Una súper triste historia de amor verdadero (2010), y colaborador habitual del New Yorker, New York Times Magazine y Granta, Shteyngart ha decidido contar su "pequeño fracaso" como objeto volador soviético no identificado en la próspera América.

Shteyngart emigró con sus padres a Estados Unidos cuando tenía siete años, como es natural sin saber que iba a convertirse en un escritor especialmente dotado para sacar conclusiones ridículas, trágicas y maravillosas, todo a la vez, de su experiencia inmigrante. De hecho la mayor fortaleza de su narrativa ha residido precisamente hasta ahora en la conversación que sus personajes mantienen entre dos culturas y el doble esfuerzo que supone dejar un lugar para ir a vivir a otro al que nunca serán capaces de pertenecer.

Se percibe una sinceridad algo rebuscada en lo que cuenta Shteyngart de sí mismo y de su familia y sin embargo cuesta dudar de ella. Perpiscaz y nabokoviana, la memoria del autor de Pequeño fracaso -su madre quiso bautizar así su incapacidad para adaptarse al nuevo sistema de vida- es una astuta y hábil indagación sobre el papel de los inmigrantes, en especial de los judíos de Europa del Este, en la nueva tierra de promisión que es América. Probablemente hemos leído mucho de este género que Shteyngart estira como si se tratara de goma de mascar, pero pocas representaciones de la literatura quedarán en el recuerdo del lector como ese triángulo paterno filial del joven Igor, así fue llamado al nacer, y sus progenitores.

La relación del hijo único, asmático y enclenque, con sus padres, la precariedad y la pasión desgarradora que suponen alejarse de la Unión Soviética para aterrizar en un país que, en su noción infantil, está identificado como "el imperio del mal", resultan conmovedoras. Como él mismo cuenta, se trata de judíos soviéticos invitados a la fiesta equivocada y que se encuentran demasiado asustados para salir de allí, entre otras cosas porque siguen preguntándose quiénes son. Shteyngart trata de responder a los interrogantes de manera mordaz e ingeniosa. Página tras otra, el lector pasa de la tragedia al humor. Pequeño fracaso es triste y divertida, como intermitente resulta la peripecia de los inmigrantes que intentan abrirse paso en el cuerno de la abundancia. Partiendo del propio apodo ruso, Failurchka, con que la madre trata de proyectar en Igor su propia frustración: el temor a que los malos resultados escolares del niño acaben con la esperanza de que el éxito les arrastre a ellos por el mismo camino en un país que creen mágico, pero cuya población no les parece especialmente inteligente.

Nabokov escribió en Habla memoria que la nostalgia es un sentimiento hipertrofiado de la infancia. Shteyngart se deja arrastrar de vez en cuando por ese sentimiento pero siempre cuenta con el recurso de la carcajada como muleta para evitar hundirse en él. El republicanismo, la abuela Polia que lleva tres kilos de jabón desde Leningrado porque un noticiero soviético ha informado de su carestía en América, las relaciones con Jennifer -"Uy, Gary, me estás haciendo daño con los dientes. ¿Por qué no probamos otra cosa?"-, el desamor, la pérdida de pelo, su primera novela y la vuelta en 2011 a Rusia en compañía de sus padres que no habían regresado al hogar desde que lo abandonaron treinta y dos años antes.

El viaje inicial a los Estados Unidos, a través de Austria e Italia, resulta muy estresante, casi un desplazamiento a otro planeta para una familia marcada por las cicatrices que ha dejado la Segunda Guerra Mundial. Luego, Gary se siente en la terminal de Pan Am, del aeropuerto Kennedy, como viajando en el platillo volante que simula su techo. Desde ese momento no para de saltar de un lugar a otro, del presente al pasado profundo de su infancia y el olor omnipresente de la col que delata la vida soviética, sus años escolares, las borracheras y las drogas, la farsa distópica de Oberlin, la etapa universitaria, etcétera.

Lo mejor de todo es que la sensación de filón literario no se agota después de leer Pequeño fracaso. Un libro divertidísimo.

*GARY SHTEYNGART

Pequeño fracaso

Traducción de Eduardo Jordá

ASTEROIDE, 440 PÁGINAS, 22,95 €

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