Diario de Mallorca

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Correspondencia

Nabokoviana

´Cartas a Vera´, envueltas de prosa fragante

Nabokoviana

El terrible tumulto de los acontecimientos hervía en las entrañas de Nabokov cuando se encontró por primera vez con Vera Slonim. El padre del escritor, un demócrata, editor y estadista liberal, había sido asesinado el año antes al tratar de proteger a un adversario político; al propio Vladimir le había roto el corazón al abandonarlo su prometida, Svetlana Siewert.

Mayo de 1923, la emigración rusa organizaba un baile de caridad en Berlín. El joven poeta había elegido Vladimir Srin como seudónimo para firmar sus versos y Vera, apasionada de la literatura, era una seguidora de sus antologías publicadas en los periódicos de la diáspora. En aquella ocasión se sirvió de una máscara negra de arlequín para abordarlo sin darse a conocer, le recitó sus versos de memoria y juntos pasearon por las calles hasta bien entrada la noche. Los instantes quedaron grabados en el recuerdo de la pareja toda la vida desde los días siguientes al baile. Nabokov viajó al sur de Francia para trabajar en el campo y aliviar el sufrimiento de sus pérdidas recientes.

Aunque aún no lo sabía, en Berlín había dado comienzo una de las asociaciones más perdurables de la historia de la literatura. Hasta su muerte en 1977, Vera fue su amante, esposa, madre de su hijo, editora, traductora, administradora y protectora. Se entregó a las dos grandes aficiones de su marido: la captura y clasificación de mariposas, y fue ella quien salvó de las llamas el manuscrito de Lolita, una de las grandes novelas del siglo XX. Lo hizo todo con infinita lealtad y modestia, incluso antes de conocer a Vladimir estaba ya convencida de que era el más grande escritor de su generación. De manera que optó por seguir sus pasos olvidándose de cualquier otra pretensión en la vida.

Traducidas del ruso, las cartas del escritor a su compañera -Vera preocupada en todo momento por su privacidad destruyó las suyas- tiñen de sensualidad los detalles de una relación y aportan un conocimiento biográfico impagable. La prosa rococó que destilan los apelativos extremadamente tiernos que Nabokov dedica a su esposa hay que entenderla en el contexto de los años, la importancia del diminutivo en la lengua rusa, de la intimidad y la propia personalidad del autor. En el inicio de muchas de ellas, sobremanera las que están escritas a raíz de haberse conocido, el lector se encuentra con gorrioncín, colchoncito, chimpancita, grumito, micifuz, cabritillo, cosita cálida, y otras lindezas por el estilo. En los treinta, los de más correspondencia, abundan amor mío, cielo mío, almita, descripciones almibaradas pero algo menos cursis. A finales de enero de 1937 cuando Vladimir abandona Berlín ante la amenaza nazi, emprende un tórrido idilio con Irina Guadanini, una poetisa que se ganaba la vida como peluquera de perros. El tono epistolar, sensible a los acontecimientos, baja de tono. Luego vuelve a proyectarse en toda su derretida ternura.

El escritor, separado de Vera, viaja a París mientras intenta desesperadamente convencerla de que deje Alemania y vaya a su encuentro en el sur de Francia. Se reúne con su amante varias veces pero no se perdona a sí mismo la traición a su esposa. Niega todo cuando ella le advierte sobre los rumores que circulan sobre la relación extraconyugal. Al final confiesa y la aventura concluye. Las heridas tardan un tiempo en cicatrizar pero todo vuelve a su cauce. A la pareja le espera América. El lío con Guadanini no impide, como demuestra la correspondencia ahora publicada entre 1923 y 1977, que Vladimir Nabokov sea el escritor más felizmente casado del siglo XX.

Cartas a Vera, tras el fiasco de El original de Laura, la novela inconclusa que jamás quiso ver publicada y mandó destruir, encierra la más pura tesis nabokoviana. Define a la perfección el universo del autor de Lolita, su amor por las descripciones fragantes y sedosas -"el terciopelo del ocaso y el azul de las luces de neón"-, los recuerdos de la infancia feliz en una Rusia idealizada, la ironía acerca de ciertas cosas domésticas, y las objeciones a la falsa belleza. Ella, Vera, es el barómetro de su estética, su campo de pruebas, la única persona con la que se siente capaz de hablar alrededor de la sombra de una nube y sobre el canto de un pensamiento.

Las cartas datadas en los años veinte, de mayor contenido lírico, concentran el sentimiento de los primeros años felices de matrimonio. La mayor parte de la correspondencia proviene, sin embargo, de la década de los treinta, a mediados y finales, cuando Nabokov pasaba semanas y meses solo en París, Bruselas y Londres en busca de un puesto de trabajo para tratar de sacar a su familia del Berlín nazi. Es el último período prolongado lejos de su esposa antes de los inicios de los años cuarenta en Estados Unidos, cuando emprende la gira de conferencias por el profundo Sur y el Medio Oeste.

La cofradía de devotos de Nabokov agradecerá el placer de encontrarse con estas páginas.

*VLADIMIR NABOKOV

Cartas a Vera

Traducción de M. Rebón y M. Alcaraz

RBA, 784 PÁGINAS, 19 €

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