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Cine

Espías como (nos gustaría ser a) nosotros

Todos hemos soñado en algún momento de nuestra vida vivir las peripecias de un espía, o caer bajo el embrujo de un musculoso o angulosa agente de los servicios secretos. ¿O no?

Imanol Arias y Quim Gutiérrez en el largometraje ´Anacleto, agente secreto´.

Si no, James Bond no iría por su vigésimo cuarta entrega (la a punto de estrenarse Spectre), a un ritmo, vertiginoso por la complejidad de sus rodajes, de película cada dos años. Y también pasaríamos de largo parodias también recientes como la española Anacleto, la americana Espías o la británica Operacion U.N.C.L.E.

¿Por qué está tan vivo el género? Parafraseando a Mallory porque están ahí. Los espías.

Mata Hari o James Bond, sus dos personajes paradigmáticos, atraen con igual intensidad a ambos sexos. Por una bella agente secreta, doble, triple, o cuádruple, qué más da, muchos hombres moriríamos. Encantados ser haber sido manipulados, engañados, burlados, a cambio de un fugaz instante en sus interesados brazos. Por eso mismo, su magisterio en la utilización de las armas femeninas, las mujeres la envidian y la admiran.

Con 007, idem. Los hombres admiramos su pulso al apretar el gatillo, su arrojo al saltar de una azotea a otra, su habilidad para conducir un coche o moto de alta cilindrada a toda mecha y en contra dirección. Y, aunque sea irreal, babeamos al ver cómo segundos después entra en una recepción diplomática como si acabara de salir de la ducha y se liga a la chica más guapa... que también es espía. Las mujeres, más que su apostura, admiran su seguridad, su desenvoltura, su estilazo vistiendo. Y, ¿no?, el éxito que tiene con otras féminas.

Son hombres y mujeres irreales, y aún así seguimos pagando religiosamente por verlos, por creernos sus batallas. Pero no están solos. Tienen alter egos, anti espías. En dos vertientes: hiperrealista y cómica.

El apartado cómico

De la primera sólo hay un ejemplo destacado, el personaje George Smiley de John Le Carré. Es un hombre maduro, gafapasta, fumador, fofo, aburrido, analítico, misógino. Tan gris como su oscuro y húmedo despacho. Según Le Carré es lo más parecido a un espía real. Dos grandes actores le han puesto rostro. Alec Guinness para la pequeña pantalla (Calderero, sastre, soldado espía, 1979) y Gary Oldman para la grande (El topo, 2011).

En el apartado cómico hay overbooking de películas y series televisivas. Casi en paralelo a James Bond se estrenó la serie The Man from U.N.C.L.E. (en España Los agentes de CIPOL), base para la adaptación de cine dirigida por Guy Ritchie. Otro de mis favoritos es el Superagente 86 (la serie antigua mejor que la película reciente). El éxito de estas parodias se debe seguramente a lo que muestra el argumento de Anacleto. Vende que cualquiera de nosotros puede ser héroe por un día. Seamos cegatos, cojos, patosos, inmaduros, miedicas o tímidos, un golpe de azar sacará nuestras ocultas heroicas virtudes. Y aunque al final regresemos, de bruces, a la dura realidad, que nos quiten lo bailado.

Rebobinando, 007 está en la liga estratosférica, por encima del bien y del mal. Casi todas sus películas tienen un listón mínimo de calidad (producción, reparto, efectos especiales, localizaciones, música) envidiable. Sus guiones nunca han despegado, se han ceñido demasiado a la receta más comercial. Sólo últimamente se aprecia, como en las series televisivas, un empujón de calidad. Se vio en Skyfall, dirigida por Sam Mendes con Javier Bardem de villano. Mendes repite en Spectre, a Bardem le sustituye otro europeo enrachado y doblemente oscarizado, Christoph Waltz.

En la división terrícola, la primera de Jason Bourne (El caso Bourne, 2009) me enganchó. De Misión imposible, ninguna (a Tom Cruise lo tengo atravesado, no puedo remediarlo). Menos peliculeras, más serias, las adaptaciones de Le Carré valen la pena, aunque pecan de la frialdad citada. Con El sastre de Panamá me chirrió el reparto: habiendo leído antes el libro, yo hubiera invertido los papeles de Geoffrey Rush y Pierce Brosnan.

Pasando a comedias, Quemar después de leer, de los Coen, es demoledora. Secundario, pero genial (nominación al Oscar), estuvo Philip Seymour Hoffman en La guerra de Charlie Wilson. Austin Powers o la francesa OSS 117 (Hazanavicius, Dujardin y Bejo juntos antes de The Artist) son tontorronas pero tienen gracia. Igual que la de Woody Allen hace cuatro décadas, Casino Royale. Prácticamente todas sólo dan para una tarde lluviosa delante del plasma.

´El puente de los espías´

Y una paradoja final. Sobre espías reales hay escasísimas películas buenas. Caza al espía (2010) relata el rastrero destape por parte de la administración Bush de un matrimonio de espías que rechazaron validar las pruebas falsas contra Saddam Hussein. En Syriana (2005), George Clooney encarna a otro agente real de la CIA, Bob Barnes, en la época de los rusos en Afganistán. La película sin embargo se centra sólo en mangoneos (muy feos eso sí) entre petroleras americanas y emiratos árabes.

Sobre el cacareado Cuarteto de Cambridge (Philby, Burgess, Maclean, Blunt) hay multitud de ensayos y escasa ficción. Kim Philby fue el más polémico. Inteligencia y sangre fría superlativas; moralidad nula, menos que cero. En literatura sólo se le ha arrimado Tim Powers en Declara, sumiéndolo en una curiosísima trama fantástica que finaliza luchando en el Monte Ararat contra un djinn, un monstruo de la mitología mesoriental.

Otro brillante espía, el norteamericano James Jesus Angleton, jefe de contraespionaje de la CIA varias décadas, ha merecido (con nombre impostado) una soberbia novela de Norman Mailer (El fantasma de Harlot) y una plana película dirigida por Robert De Niro (El buen pastor, 2006).

La pluma se seca; el género, como se ve, no. El primero de la clase, James Bond, vuelve a presentarse, puntual, trajeado y armado, a su cita. Le pisa los talones, estreno inminente, El puente de los espías, dirigida por Spielberg, con guion de los hermanos Coen y Tom Hanks al frente del reparto.

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