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Viajes

Todo cambia en el norte de Portugal

Cuenta con varias ciudades como Patrimonio de la Humanidad y Guimarães es Capital Europea de la Cultura

Vista general do Porto. opencomunicación

Dicen las malas lenguas que entre Gaia y Oporto hay una rivalidad secular que nadie ha logrado superar. Dicen que entre la orilla sur y norte del viejo río Duero a su paso por Oporto -dos municipios, dos estilos de vida, dos enfrentados intereses- hay mucha más distancia que los escasos doscientos metros que las separan. Algunos, incluso, cuentan que las bodegas de Gaia (Vila Nova de Gaia, en realidad), con más de 50 compañías, no deberían utilizar la denominación Porto para sus vinos, pese a que la llevan usando desde hace más de 250 años y que es uno de los nombres que ha situado a la ciudad y a todo el país en el mundo.

Pero pese a las habladurías, la sangre -nunca mejor dicho- no llega al río. En realidad, no cabría entender y disfrutar de esta deliciosa ciudad sin la complicidad de ambas orillas. Como ocurre en otros lugares, por ejemplo Budapest, la esencia y la armonía de Oporto se entiende desde la orilla de Gaia. Desde allí se descubren sus casas amontonadas, sus fachadas barrocas, sus paredes desconchadas, sus ropas tendidas al sol que han contribuido, sin duda, a que todo el conjunto sea declarado Patrimonio de la Humanidad. Y desde la orilla de Oporto se tiene la mejor imagen de los puentes de hierro, obras maestras de Eiffel y sus discípulos, que unen, a pesar de todo, las dos orillas, y se aprecia la sucesión de marcas de vinos -Sandeman, Calem, Ferreira...- que han paseado el nombre de la ciudad por todo el mundo. Por eso, una de las primeras cosas que hay que hacer en Oporto es una breve travesía por su río, embarcando en una orilla y desembarcando en la otra, y extasiarse ante la suave cadencia de escenas que circulan ante los ojos.

El origen de Portugal

Situada junto al río, la Ribeira era en el siglo XV un puerto muy animado, en el que atracaban centenares de naves y carabelas que llevaban a Francia, Inglaterra y Flandes los productos de la tierra, entre ellos los vinos del Alto Duero. Hoy conserva un aire melancólico con multitud de restaurantes y terrazas frecuentadas por los no muy numerosos turistas que visitan la segunda ciudad más importante de Portugal -y la que le dio nombre: Porto Cale o Portus Calle como la llamaron los romanos- y que antes de venir aquí se sienten atraídos por la siempre poética Lisboa, la elegancia de Estoril, las soleadas playas del sur en el Algarve, o la piadosa visita a Fátima.

Lugares de interés

Aunque cueste trabajo alejarse de este placentero enclave, otros lugares de Oporto reclaman atención, como la famosa iglesia de San Francisco, cuyo interior destaca por el impresionante revestimiento de oro en sus tallas barrocas. Una exhibición de riqueza que produjo la indignación de los propios franciscanos, que incluso prohibieron el culto por incumplir el voto de pobreza que pregona esta hermandad. Otro de los lugares más visitados está en la misma plaza: es un enorme edificio conocido como Palacio de la Bolsa, construido en 1834, viejo recuerdo de la vocación mercantil que desde siempre ha tenido la ciudad, y sede de la Asociación Comercial de Oporto y que se puede acceder como si fuera un museo. En su interior destaca su pintoresco Salón Árabe, una amplia sala inspirada en nuestra Alhambra de Granada y que sirve para recepciones de grandes mandatarios. Por el centro, hay otras visitas inevitables, como la famosísima Torre de los Clérigos, que se dice que es el campanario más alto de Portugal, con 76 metros de altura. Diseñada en el siglo XVIII propone una penitencia adelantada si se quiere disfrutar de la mejor vista de la ciudad: 225 peldaños que trepar.

Camino al Norte de Portugal

Oporto es también el punto de partida para descubrir el norte de Portugal, una región cargada de historia, monumentos, paisajes y culturas que dieron origen al país. Zona de montañas y declives acentuados, cubierta de frondosa vegetación, ríos y parques naturales. Con el granito de sus montañas se erigirían los muchos monumentos, de fe y de historia de la región. De fe, en las sobrias ermitas románicas y templos barrocos; de historia, en los castillos o en los incontables pazos y casas blasonadas, donde se recibe al visitante en la más aristocrática hospitalidad. Bordeando el litoral atlántico se llega a la desembocadura del río Lima que nos recibe con sus aguas derramadas en el bravío Atlántico y con la belleza de Viana do Castelo, erigida sobre la foz del río y conocida como ´La Princesa del Lima´. De camino hacia Braga, segunda punta del triángulo de ciudades esenciales en el norte de Portugal, hay que hacer una escala en el Santuario de Bom Jesús. Lo mejor es salvar los 300 metros de desnivel utilizando el ingenioso funicular que funciona con agua y que fue el primero en instalarse en Portugal en 1882. Otra opción -mejor hacerlo de bajada- es la escalinata que lleva a lo alto y está formada por 17 rellanos decorados con fuentes simbólicas, estatuas alegóricas y otra decoración barroca dedicada a diversas temáticas . El final del camino lleva, curiosamente, a donde todo empezó. Guimarães tiene un significado muy especial en el corazón de los portugueses. Resulta aún más interesante pasear por el centro histórico de la ciudad, recogida en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

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