Uno de los rasgos que caracterizan la cocina tradicional de nuestra isla es el máximo aprovechamiento de los alimentos, desde el origen hasta el momento de su de su consumo e incluso después. Hemos tratado en otras ocasiones de esta actitud que no tiene que ver solo con la obsesión por la supervivencia -convertir la necesidad en virtud- sino con una ética contraria al derroche y proclive a la utilización de cuanto la tierra ofrece graciosamente, a la reutilización y en definitiva al ahorro. Toda una filosofía que exigió imaginación, esfuerzo y que hoy no debería olvidarse.
Es paradójico que las ideas de nuestros antepasados resulten ahora de lo más actuales cuando casi habían caído en el desuso o en el desprecio. Para desarrollarlas, nuestros abuelos y abuelas precisaron conocer vegetales, peces, pájaros y todo tipo de animales terrestres comestibles, dentro de un equilibrio que no se debía, ni se podía, ni convenía romper.
Son otros tiempos y hoy protegemos especies animales y plantas en vías de extinción. Ello debería reavivar la idea de la reutilización y de minimizar el desperdicio. La FAO estima en unos 1.300 millones de toneladas al año (el equivalente a la producción de una potencia como China) los desechos de comestibles en un mundo que lucha contra el hambre y que pretende evitar los costes económicos, energéticos y medioambientales que provocan los residuos.