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Felipe Marín Ferrà, un pionero español de la radiotelegrafía

En octubre pasado murió en Palma, a los 99 años, Felipe Marín que sirvió en el crucero Canarias, en la base de hidros de Pollença y vio nacer el aeropuerto de Son Sant Joan

El viejo aeródromo de Son Bonet fue su lugar de trabajo habitual. En sus vetustas instalaciones operó como radiotelegrafista hasta que accedió a la jubilación. Antes, muchos años antes, Felipe Marín Ferrà estuvo destinado en la base de hidros de Formentera, en los años en los que en la menor de las Pitiusas existía un campo de concentración en el que penaban los presos republicanos vencidos en la Guerra Civil. Felipe Marín, con menos de 20 años, estuvo enrolado, en el servicio de radiotelegrafía, en el crucero Canarias, hermano gemelo del Balears, hundido por la aviación republicana en aguas mallorquinas. Su hijo, Luis, celoso guardián de la memoria de su padre, desgrana la historia de este pionero de la radiotelegrafía en España, una historia peculiar, que lo es, en buena medida, del nacimiento de las modernas comunicaciones aéreas, al tiempo que, desde Son Bonet, asistió al nacimiento del hoy moderno aeropuerto de Son Sant Joan.

La directa relación que Felipe Marín mantuvo con Mallorca se debe a su madre, Antònia Ferrà, nacida en Porreres, porque Felipe vino al mundo en Asturias, en la localidad de Candás. Además, su mujer, Maria Vicens, también era mallorquina, a la que cortejó en la Colonia de Sant Jordi, y mallorquines son sus hijos. Así que la cuna asturiana quedó definitivamente ligada a la querencia mallorquina, que durante su larga vida siempre exhibió Felipe Marín. Fue el segundo hijo del matrionio formado por un carabinero durante el período de la Segunda República. El padre, debido a los avatares de la guerra, no pudo seguir con su profesión. El nieto, Luis dice, soslayando la cuestión, que "tuvo problemas" de la suficiente envergadura para verse "imposibilitado" de seguir trabajando. El nieto omite que fue objeto de la consabida depuración, lo que le dejó en su casa teniendo que ser su hijo, el radiotelegrafista que había servido en Canarias, quien se hiciese cargo del sustento de la familia.

La infancia y adolescencia de Felipe Marín transitó entre Asturias, Ibiza, Menorca y Mallorca. Los trabajos ocasionales a los que accedía no le satisfacían así que al final, cogiendo el petate, se trasladó a Salamanca para cursar los estudios de telecomunicaciones, asunto por el que sentía considerable afición. Previamente, y en compañía de algunos amigos, se había iniciado en la radiotelegrafía procurándose clases privadas que pagaba de su bolsillo. En Salamanca completó su formación, obteniendo la correspondiente titulación. En la ciudad en la que Miguel de Unamuno fue rector de la Universidad, se le quedó grabada la máxima de que los radiotelegrafistas eran los "lazarillos" de los aviones. No era para menos. La aeronáutica se desarrollaba a un ritmo muy rápido, pero dependía totalmente de las instrucciones que a los pilotos se les daban desde tierra. El radar todavía no se había inventado. Lo hicieron los británicos en el transcurso de la Segunda Guerra mundial contribuyendo decisivamente a la victoria aérea sobre los nazis en la Batalla de Inglaterra.

Suboficial

De Salamanca Felipe Marín salió con el grado de suboficial especialista en radiogoniometría. El 18 de julio de 1936, al fracasar parcialmente el golpe de Estado por parte del Ejército contra la República, se desencadena la Guerra Civil, la internacionalmente conocida como "Guerra de España". Felipe Marín está enrolado en el buque insignia de la Armada rebelde, el crucero Canarias, indéntico al Baleares, del que solo se diferenciaba exteriormente por un detalle en la chimenea. La guerra promocionó a Felipe Marín, al obtener sucesivamente la Cruz de Guerra, la Cruz Roja y la Medalla de Campaña como radiotelegrafista. Concluida la contienda, estuvo en el servicio de telecomunicaciones entre distintas aeronaves y tierra a través de la radiotelegrafía junto a pilotos y copilotos de las aeronaves de los años 40 y 50. Inmediatamente después de la guerra, se le destinó a Formentera. Allí, a tiro de piedra del campo de cocentración en el que malvivían los presos republicanos, vio cómo los hidroaviones de la Italia fascista de Benito Mussolini hallaban un seguro refugio en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, iniciada cinco meses después, contados día por día, de que hubiera concluido la Guerra Civil. En Formentera, se encargó de la dirección de la estación Radiogoniométrica, para con posterioridad dedicar preferentemente su atención a los gonios (aparato que mide la dirección de mayor intensidad de una señal eléctrica) de Barcelona, Mahón y Palma.

Felipe Marín era ya un radiotelegrafista imprescindible para la imparable expansión de la aviación. Sus servicios eran reclamados en diferentes aeropuertos de España, pero él pugnaba insistentemente por ser traladado a Mallorca, puesto que mallorquina era su mujer, mallorquines sus hijos e intenso su deseo de afincarse definitivamente en la isla.

Iniciada la década de los 50 del pasado siglo, Felipe Marín decidió opositar para integrarse en el Cuerpo Especial Técnico de Telecomunicaciones Aeronáuticas, que acababa de crearse, realizando trabajos de radiotelegrafista e información en el Servicio de Información Aeronáutica (Ais) en el aeropuerto de Son Sant Joan hasta que en 1983 procedió a jubilarse. Asistió pues al proceso de reconversión de un aeropuerto, que en sus primeros tiempos era poco más que una pista y cuatro barracones, en uno de los de mayor tráfico de Europa en los meses de verano. Antes de jubilarse, cuenta su hijo, predijó con exactitud lo que hoy es Son Sant Joan. Felipe Marín, en los años postreros de la década de los 70 y primeros años 80, contemplaba sorprendido y expectante el crecimiento de Son Sant Joan y la incorporación de los adelantos en telecomunicaciones. Le llamaba la atención la rapidez con la que estaban evolucionando, los avancesque incensantemente se incoorporaban a las telecomunicaciones.

Reconocimiento

El 31 de diciembre de 1964 se le entregó, por parte del ayuntamiento de Palma, que entonces presidía al alcalde Máximo Alomar (general del Ejército y amigo del general Franco), el diploma acreditativo por su "eficaz y meritoria labor en el aeropuerto internacional de Son San Joan (Palma de Mallorca)".

Antes de conseguir sus objetivo de recalar definitivamente en Palma, Felipe Marín pasó por los destinos de Barcelona y Menorca, donde, simpre en los servicios de radiotelegrafía, procedió a modernizar las instalaciones que tenía a su cargo. Iniciada la década de los 60 llega a Son Bonet, siendo adscrito al servicio de información aeronáutica. Era el lugar adecuado para que pudiera desarrollar sus capacidades, y así lo hizo: formó parte del grupo de radiotelegrafistas que puso al día las comunicaciones aéreas de Mallorca. Un trabajo peliagudo, puesto que fue la época en la que los aviones dependían, para establecer sus comunicaciones, de los radiotelegrafistas. Felipe Marín asistió al cabal nacimiento de la aviación comercial en la isla, haciéndolo desde una posición que le posibilitó desarrollar y ampliar los conocimientos que había acumulado durante su larga carrera.

Felipe Marín, rememora su hijo Luis, siempre fue reacio a contar las experiencias que había vivido enrolado en el Canarias, lo que supuso para él la Guerra Civil. En lo que sí se extendía siempre que se le solicitaba, era en contar cómo había evolucinado la radiotelegrafía en España, las telecomunicaciones, desde sus tiempos de estudiante en Salamanca, contando detalladamente los avances que se iban produciendo y los que él había visto incorporar a su diario trabajo.

Testigo presencial

Felipe Marín, desde su destino en Formentera, fue un testigo presencial de cómo se desarrolló la Segunda Guerra Mundial en el Mediterráneo, no en balde los hidros de Mussolini tenía en la menor de las Pitiusas una de su bases de aprovisionamiento, un seguro refugio a salvo de los Aliados angloamericanos. En Formentera pudo ver cómo los avances en radiotelegrafía se encadenaban, y allí fue donde recibió la primeras noticias de la aparición del radar, uno de los mejores inventos surgidos en tiempos de la guerra. En el aeropuerto de Barcelona, todavía con unas condiciones de gran precariedad, puesto que España había salido de la Guerra Civil adoleciendo de un atraso técnico muy considerable, se esforzó, junto a otros radiotelegrafistas, en modernizar los servicios de radiotelgrafía. Tenía claro que la seguridad de los aviones en vuelo dependía esencialmente tanto de la pericia del piloto como de la eficacia de las comunicaciones que este establecía con tierra, desde donde Felipe Marín y sus compañeros les daban las órdenes oportunas para que no se produjeran incidentes. Eran unos tiempos en los que la pericia de unos y otros resultaba fundamental. Los colegas de Felipe Marín siempre le reconocieron la capacidad que tenía de saber desenvolverse en situaciones difíciles.

Con su título que le adscribía al Cuerpo Especial Técnico de Telecomunicaciones Aeronáuticas, que así rezaba el obtenido en Salamanca, Felipe Marín se convirtió en uno de los primeros radiotelegrafistas dignos de tal denominación que hubo en España. Sin duda puede considerársele un pionero, y, por supuesto, abrió camino a posteriores radiotelegrafistas en Mallorca. Su hijo Luis insiste en que siempre, desde que conoció a su mujer, Maria Vicens, que sigue gozando de un buena salud con más de 90 años, Felipe Marín se consideró mallorquín, por lo que cuando consiguió se destinado a Son Bonet dejó muy claro que en él se jubilaría, como así fue, pero no sin antes contribuir a la mencionada modernización de sus servicios de comunicaciones. Cuando Máximo Alomar procedió a otorgarle el diploma que reconocía su trabajo, el 31 de diciembre de 1964, destacó especialmente el realizado por Felipe Marín en Son Bonet. Alomar dijo que gracias a él, el aeropuerto de Palma disponía de unos servicios técnicos en el campo de las comunicaciones aéreas de los mejores de Europa.

Falleció, pocos meses antes de convertirse en centenario, el 8 de octubre de 2017. Hasta el final pudo contar lo que había sido su vida, los avatares de su existencia, rememorando su peripecia profesional. Felipe Marín llevaba la radiotelegrafía en la sangre. Fue su profesión, estaba al día de los avances que se iban sucediendo y no dejó de asombrarse por las innovaciones que se incorporaban a la aeronáutica. Se preguntaba hasta dónde llegarían, cómo cambiarían las comunicaciones. No en vano, vio prácticamente la aparición de la radiotelegrafía profesional en España, asistió a su desarrollo, estuvo presente en la radical transformación de los aeropuertos, en especial el de Son Sant Joan y, jubilado, no dejó de interesarse por caunto nuevo artilugio en telecomunicaciones se incorporaba a la amplia panoplia existente.

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