Diario de Mallorca

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Por despecho amoroso

Un capitán general contra los ´botifarres´ mallorquines

Ana Despuig, una joven de 19 años perteneciente a la alta aristocracia, desencadenó una dura confrontación entre el capitán general de Mallorca y los nobles en el siglo XVIII

Virrey de Nueva España (1771-79) y colaborador de Fray Junípero Serra.

En 1761, plenamente asentados los Borbones en la Corona española, con Carlos III instalado en el trono tres años antes, llegó a Mallorca un militar sevillano, Francisco de Paula Bucarelli, de origen italiano, que gozaba de la protección del rey. Nacido en 1709, cuando en España se luchaba en la Guerra de Sucesión, había sobrepasado la cincuentena al arribar a la isla. Nombrado capitán general de Mallorca y, por lo tanto, investido de plenos poderes, máxima autoridad, por encima de los poderes civiles encarnados en la Real Audiencia. El general era hermano de Antonio María, virrey de los territorios americanos de Nueva España, que englobaban lo que hoy es México y el estado norteamericano de California. Todavía el imperio español de las Américas mantenía su integridad territorial. El virrey colaboró activamente con Junípero Serra en la evangelización de la baja California ayudándole a fundar sus misiones. Así que Francisco de Paula, al desembarcar en Mallorca, a la espera de que se le acondicionase adecuadamente el Palacio de la Almudaina, se instaló en el palacio del obispo Lorenzo Despuig, tío de quien años más tarde sería cardenal de la Iglesia católica y principal consejero del papa Pio VII, el pontífice prisionero de Napoleón. Bucarelli era amigo de la familia Despuig, puesto que en las guerras italianas del siglo combatió junto a los dos hermanos mayores del obispo Lorenzo, Francisco y Juan. A nadie extrañó que fuese cordialmente acogido en el palacio episcopal, a tiro de piedra del de la Almudaina. Nadie imaginó que su estancia desencadenara una situación que acabaría por provocar una enorme convulsión en la alta sociedad de Ciutat, en la que se vió involucrada toda la nobleza, enfrentada radicalmente al capitán general.

Sucedió que el obispo Lorenzo, en una cena ofrecida en honor de Bucarelli, a la que asistieron los botifarres de mayor renombre, presentó al capitán general a su sobrina Ana Despuig, una joven de 19 años, muy hermosa, según cuentan las crónicas de la época, una mujer cuya naturaleza había soslayado los efectos perversos de la endogamia, resultado de los matrimonios de consanguinidad muy enraizados entre la nobleza mallorquina. Ana era una mujer alta para los estándares de la época, sin defectos en el rostro y dotada de una dentadura sin defectos, cosa muy poco común.

Cortejo asfixiante

El veterano militar, acostumbrado a seducir a cuantas mujeres le apetecían, quedó trastornado al ver a la sobrina de su ilustrísima. Dicen que en la cara se le reflejó la turbación que le produjo la figura de Ana Despuig. Aquello fue el principio de un intento de asfixiante cortejo que no llegó a ninguna parte, porque Ana estaba enamorada, quería casarse con un primo suyo, el hijo mayor del marqués de Ariany, un Cotoner, antepasado de quien llegó a ser jefe de la casa del rey Juan Carlos, Nicolás Cotoner, marqués de Mondejar.

El historiador Tomeu Caimari, que ha indagado a fondo en la historia de los Bucarelli, tanto en la de Antonio María, el virrey, como en la de Francisco de Paula, señala que a la familia, originaria de Florencia, ya se la documenta a finales del siglo XV, por lo que probablemente trabaron amistad con los Médici. Una rama se instaló en Sevilla a principios del siglo XVII y en los inicios del XVIII nos topamos con que Luis José de Bucarelli Henestrosa, segundo marqués de Vallhermoso contrajo matrimonio con Ana María de Ursúa y Laso de Vega, cuarta condesa de Genera. El matrimonio tuvo una espectacular descendencia, nada menos que 15 hijos, de los que 11 fueron varones. Todos los hombres, salvo el primogénito, que heredó títulos y patrimonio, se iniciaron en la carrera militar. Tres de ellos, entre los que se encuentra los dos citados, alcanzaron el generalato en su grado máximo, el de teniente general. Nicolás, el tercero de los hermanos, fue el continuador de la saga familiar al contraer matrimonio con su sobrina, la única hija de su hermano mayor.

Tenemos que Francisco de Paula desembarcó en Mallorca el 8 de febrero de 1761 y que se instaló en el palacio de obispo, donde conoció a Ana Despuig. El hermano de Ana, el futuro cardenal Despuig, relata, en sus memorias juveniles, según los estudios realizados por el profesor Caimari, que "este militar, enamorado de la hermosura de mi hermana, procuró por todos los medios posibles darle a entender el pensamiento que tenía de casarse con ella". El acoso de Bucarelli se hizo insoportable para Ana,que a toda costa quería a su primo Francisco Cayetano Cotoner Lupiá, cuyo padre, Marco Antonio, había recibido el título de marqués de Ariany, por haber apoyado a Felipe V en la Guerra de Sucesión. Era un matrimonio, según cuenta el cardenal Despuig en sus memorias, que se enmarcaba "en la natural inclinación que la nobleza mallorquina tiene de casarse entre sí...", sino que era el enlace más adecuado para apuntalar los intereses de la familia Despuig, porque en aquellos años no se la consideraba una de las principales familias del núcleo de la nobleza mallorquina, de las principales, las englobadas en la denominación de ses nou cases, ya que no sería considerada como tal hasta finales de siglo, mientras que los Cotoner sí tenían reconocida su pertenencia al círculo más exclusivo de la botifarrerie. Además, se daba el caso de que Ana y Francisco Cayetano estaban enamorados, no se trataba de un matrimonio forzado por intereses económicos.

Obsesión

La obsesión de Bucarelli por Ana no se paró ante consideraciones como la de que ya estuviera prometida; al parecer, le llegó a manifestar, en un encuentro propiciado por el militar, que debía dejarlo todo para casarse con él. La situación se hizo tan tensa que los preparativos para la boda se llevaron a cabo con un gran secretismo. No estaban las cosas para buscar una confrontación con el enajenado capitán general, de quien se conocía las magníficas relaciones que mantenía con la casa real. Pero los Cotoner y los Despuig eran tan conocidos, sus familias tan preponderantes que lo que se fraguaba se puso en conocimiento de Bucarelli, quien tenía espías por todas partes, desencadenándose lo que las familias habían intentado evitar. La ira del capitán general, al ver frustrado su proyecto de casarse con Ana, cayó sobre los Despuig y, por extensión, afectó a toda la nobleza mallorquina.

Para empezar, tomó partido en la secular querella que enfrentaba a los lulistas (los franciscanos) y los tomistas (los dominicos) decantándose por los segundos, puesto que era sobradamente conocida la advocación de los Despuig por el culto a Ramon Llull. Sus influencias y tejemanejes dieron el resultado de que el obispo Lorenzo Despuig fuese removido de la diócesis de Mallorca por Roma siendo traladado a la de Tarragona. Bucarelli se había desembarazado de un adversario de peso. Pero el principal enfrentamiento entre el capitán general y los botifarres tuvo por escenario la creación del regimiento provincial de Milicias. Si inicialmente tanto el capitán general como los nobles estaban a favor de constituir dicho cuerpo, los segundos qusieron bloquear el proyecto, al percatarse del peligro que suponía pasar de la autoridad de la Real Audiencia a la del capitán general, con lo que los nobles que pasaran a engrosar la oficialidad del cuerpo quedaban supeditados a Bucarelli. No pudieron conseguirlo, teniéndose que conformar con que se suprimiera uno de los dos regimientos proyectados. La aristocracia recibió una nueva y ominosa afrenta a su prestigio como clase: Bucarelli incluyó entre la oficialidad a personas que no tenían el título de caballeros y a un indeterminado número de payeses.

Postrera afrenta

Pero todavía guardaba una postrera afrenta a la nobleza que le había impedido consumar sus propósitos: el día de la boda de Ana, Bucarelli remitió a los nobles que se iban a integrar en el regimiento de Milicias la orden de acudir a la Almudaina a recoger individualmente sus patentes. Toda la aristocracia estaba reunida para la boda con lo que, uno a uno, tuvieron que abandonar los esponsales para personarse ante Bucarelli y recoger su credencial. El proceso duró horas, con lo que arruinó la celebración de los esponsales. La desolación y enfado de los botifarres fue descomunal: nunca se había visto tamaño desaire. Lo malo es que nada podían hacer salvo remitir cartas a la corte de Carlos III dando cuenta de lo que acontecía. Tomeu Caimari precisa que los informes que remitió el nuevo obispo de Mallorca, Garrido de la Vega, "descubriendo sus embustes, parcialidades y otras cosas que son mejor callarlas que para referirlas" propiciaron que Madrid tomara cartas en el asunto precipitando su cese para destinarlo al Gobierno de Buenos Aires. Se trató de lo que comúnmente se define como "patada hacia arriba".

Bucarelli encajó mal su traslado, aunque antes de abandonar Mallorca se dedicó a hacer la vida poco menos que imposible a los botifarres, dificultando sus operaciones comerciales e incordiándoles en todo momento. Finalmente, el 23 de otubre de 1764 la nobleza mallorquina lo perdió de vista para siempre. La animadversión que había cosechado en sus tres años de mandato, enmarcados por su pretensión de desposarse con Ana Despuig, quedó reflejada en la noticia que recogió el padre Cayetano de Mallorca: la mala mar obligó al jabeque en el que viajaba a refugiarse en Andratx. Hizo noche en la posesión de Son Fortuny donde "sentidos algunos mallorquines de que se fuese con 100 doiblones que poco antes había cobrado por inspector del regimiento de Milicias, fueron allá de conserva y se los pillaron en el juego, dejándole más ligero para el viaje".

Se cuenta que unos marineros, que también hacían noche a causa del temporal, le invitaron a una partida de naipes procediendo a desplumarlo con malas artes. 100 doblones era una cantidad muy considerable, por lo que Francisco de Paula Bucarelli navegó por la mar oceana acompañado de un considerable quebranto en sus cuentas y dejando en Mallorca a su deseada Ana Despuig, ya esposa del marqués de Ariany.

En América no le fue mal, al obtener, además de la gobernación de Buenos Aires, la capitanía general de las provincias del Río de la Plata, cargo desde el que ejecutó la real orden de expulsión de los jesuitas siendo acusado por su predecesor, Pedro de Ceballos, de implimentarla con saqueos y robos sin cuento, además de proseguir con sus lances amorosos, aunque, cuentan, sin poder olvidarse de Ana Despuig. En junio de 1770 protagonizó un notable hecho de armas: recuperó brevemente las Maldivas expulsando a los ingleses. A pesar de ser oficialmente reprendido, se le confirió el honor de gentilhombre de cámara. Nombrado virrey y capitán general de Navarra en 1770 abandonó las colonias con fama de duro, orgulloso, arbitrario y de menospreciar a los ingleses. Murió en Pamplona el 7 de marzo de 1780. No consta que en Mallorca se oficiaran funerales en su memoria.

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