Durante siglos y milenios la caza menor -la que más se practica y se ha practicado en las islas- ha significado, por su aportación proteínica, un medio básico para la supervivencia, no solo de los más humildes, sino también de la especie humana. Para muchas personas el acceso a la carne era difícil y el recurso de la caza, a veces furtiva, era casi el único posible, aunque fuera con medios rudimentarios, hoy fuera de uso y considerados ilegales: como lazos, redes, trampas de piedra y metálicas, etc.
La realidad actual es diametralmente opuesta. Los cazadores auténticos -los que no matan por matar- se han convertido en guardas y garantes de las especies en extinción y del equilibrio del medio. Hoy se observa que la caza, en algunos puntos del planeta, está creando graves desequilibrios que pueden provocar, a corto o medio plazo, la desaparición de centenares de especies de mamíferos, entre ellos más de un centenar de primates que están destinados a la alimentación humana; especies demandadas para una cocina opulenta y no para la subsistencia.
Paradójicamente, en Mallorca la caza está perdiendo, para muchos, su valor gastronómico. Por una parte, su no comercialización y por otra, la abundancia de otras carnes a bajo precio y sin necesidad de preparación (eviscerar, desplumar, pelar€) están convirtiendo la rica cocina autóctona de caza en una página del pasado.