Diario de Mallorca

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Desde Francia

Un desembarco en el norte

Con la familia belga en Perúwelz.

Uep, com anam? Hace más de cuatro años que vivo en Francia. Lo que todo el mundo pregunta es: ¿en qué momento decidiste irte al extranjero? La respuesta nunca es fácil. Uno no decide nunca irse, pero las ganas de vivir experiencias diferentes y descubrir otros mundos, eran más grandes que la estabilidad. Era en el 2012 cuando cambié Mallorca por Sabadell; y a finales del 2013, me decidí a cruzar toda Francia hasta la frontera franco-belga para empezar de cero, gracias a una buena propuesta de empleo como fisioterapeuta tanto para mí como para mi pareja, Iñaki.

Y así es como los dos aterrizamos en Cambrai: una ciudad históricamente conocida por la Batalla de Cambrai (1917) durante la Primera Guerra Mundial, comparada con un queso grüyer por los túneles subterráneos que la recorren silenciosamente (unos 300 kilómetros), pero también la ville des trois clochés (torres) y de los bêtises (caramelos).

Para nosotros desembarcar en el norte no fue simple azar. En nuestro caso no cogimos un mapa de Francia y decidimos a dónde ir, sino que la oportunidad estaba allí y en aquel instante. Los inicios no fueron sencillos, ya que no empezamos a trabajar como fisios hasta uno o dos meses más tarde de llegar, y los bancos no te abren una cuenta sin contrato de trabajo; y sin cuenta bancaria no puedes alquilar una casa... Exacto: el pez que se muerde la cola.

Sin muchas posibilidades, la familia política de mi cuñada, los Bonnave Apthorp, nos acogieron en su casa de Péruwelz, a 45 minutos de Cambrai, al otro lado de la frontera, en Bélgica. Fue en este momento que nos convertimos en el quinto y sexto hijo de la familia. Durante el día trabajábamos en la clínica y hacíamos prácticas en Francia para obtener la equivalencia del diploma (que obtuvimos en marzo 2015 tras mucha lucha). Por las tardes-noches hacíamos vida en familia (con cursillo intensivo de francés incluido) y visitábamos la región.

Con una sobredosis de predisposición, optimismo y paciencia, Iñaki y yo hicimos nuestro nido y a finales de año ya nos habíamos instalado en un apartamento bohemio en el frío centro de Cambrai.

Efectivamente, en aquella parte del país las temperaturas rodean los 10 grados por debajo de la temperatura media del Mallorca. Uno nunca se acostumbra a las bajas temperaturas ni el cielo bajo y gris, pero sí al resto. Lo único que nos faltaba era retomar nuestro deporte: el triatlón. No tardamos ni una semana en integrar el equipo local. Aun recuerdo la primera salida en bicicleta, tan abrigados que era imposible reconocernos. Pagando la novatada, ¡al día siguiente las bicis estaban en el mecánico porque se quemaron de la sal que tiran en la carretera!

Sobre el idioma, lo podemos resumir como inmersión lingüística: (o espabilas, o te espabilan). Durante las primeras reuniones de trabajo habría deseado tener un traductor en la oreja. Era como un partido de tenis contra un profesional: las veías pasar pero no cogías ni una. I es que el francés del norte o ch´timi no tiene nada de fácil. Como si coges a uno de la península y lo llevas a Felanitx. Respecto a la vida cotidiana, fueron los compañeros del trabajo y del triatlón quienes se encargaron de hacernos descubrir la gastronomía local (andouillette, tarte aux maroilles, chicons au gratin...), las buenas cervezas y la fringale (traducido cómo "pájara"), la típica barraca de patatas fritas y punto de encuentro comunitario de los domingos. Pasar comanda era toda una odisea y cuando te invitaban a beber, ya podías seguir el ritmo sino, de repente, estabas con tres copas en la mano.

No siempre se recibe a los extranjeros con los brazos abiertos, pero esta región tenía una esencia especial. Si habéis tenido la oportunidad de ver la película Bienvenidos al norte puedo confirmar que es una parodia, pero es verdad, y como dicen allí: "Les gens du Nord on n´a pas de soleil, mais la chaleur dans le c-ur".

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