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Oblicuidad

La vocación por convicción

La vocación por convicción

La vocación es una de las presuntas virtudes teologales no marchitada en esta era iconoclasta. Acalla las conversaciones, desarma a los gamberros de las redes sociales. Se impone a la ardua formación. De nada sirven las cautelas racionales, contra una elección pronunciada desde la esfera sentimental. Si actúas vocacionalmente, estás a salvo.

Aunque sea una batalla perdida, conviene apuntar de vez en cuando que la vocación contrae un riesgo emocional. La equi-vocación no es solo un juego verbal. El fracaso de un destino profesional cursa con incomodidades que el tiempo sofoca. En cambio, errar después de un empacho vocacional conlleva traumas de difícil sutura. Conviene asimismo profundizar en las vidas ejemplares de grandes personajes de la historia, a quienes se presenta embriagados por una misión. Sería más correcto y concreto limitarse a estipular que triunfaron en lo suyo, en vez de confirmar que solo el impulso mitómano de admiración supera en el hombre al ansia de destrucción.

Por ejemplo, elegir una carrera científica no es un empeño científico. Muy importantes abogados y jueces se decantaron profesionalmente gracias a la película Matar a un ruiseñor. Donde se debería precisar además si fueron absorbidos por la obra de un autor que a la postre resultó racista, o por el porte inmaculado de Gregory Peck. Juristas por un flequillo.

Estados Unidos sabía que una serie televisiva protagonizada por un buen doctor saturaría las facultades de Medicina. ¿La fuerza insondable de la vocación está gobernada por el telemando? Si relativizar el ansia vocacional no constituyera un anatema, se podrían insinuar vetas caprichosas en la forja de un destino. Y tal vez se acabaría concediendo que solo la vocación surgida de la convicción analítica merece un adecuado respeto.

La carrera contra el tiempo, en la que vamos perdiendo, complica la liturgia de una vocación mística surgida de las entrañas teresianas. Todavía hoy, la mayoría de trabajadores se emplean en actividades que ya existían cuando estudiaban. En cambio, desconocemos incluso el nombre de las profesiones que se impondrán de aquí a dos décadas, si queda alguna con permiso de los robots emergentes. Por tanto, la vocación tradicional ha quedado en suspenso, una curiosa indisposición para una irresistible fuerza de la naturaleza. Un volcán no se interrumpe a media erupción. Por todo ello, la vocación constituye un excelente punto de partida, pero manténgala alejada de la realidad.

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