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Tribuna: La crisis del agua en el sureste de Mallorca, por Juan Mateo Horrach

Este es un ejemplo paradigmático de la mala gestión del agua. Antes de la llegada del turismo, las islas vivían en un equilibrio hídrico, con demandas ajustadas y disponibilidad suficiente. Las poblaciones rurales disponían de aljibes en los domicilios que les permitían atender en buena parte sus necesidades de consumo humano, y la agricultura extraía de los pozos el agua que necesitaba. Cierto es que los rendimientos del agua para riego agrícola eran pobres, debido a que no se habían desarrollado técnicas de riego para un mayor aprovechamiento, pero también es verdad que el agua de riego no sufre contaminación; excepto si abusamos de los fertilizantes o abonos orgánicos, cosa por desgracia frecuente en nuestra tierra.

Pero esta situación hace mucho tiempo que se acabó. A partir de los años 60 del siglo pasado, empezó el crecimiento urbanístico derivado de la incipiente actividad turística, que posteriormente se ha convertido en la principal actividad del archipiélago, y la demanda de agua se disparó, superando la disponibilidad natural del recurso, sin que nadie quisiera reparar en ello. El sureste mallorquín, primero en los núcleos costeros, luego en zonas de costa no urbanizadas, y ya desde hace años, en todo el territorio de los municipios de Campos, Ses Salines, Santanyí, Felanitx y Manacor, no fue ajena al proceso de transformación a una sociedad de servicios turísticos.

Este proceso supuso un crecimiento desordenado y poco planificado que acarreó la necesidad de infraestructuras para el suministro del agua. Así, en cada uno de los núcleos urbanos de la zona costera, o en las nuevas urbanizaciones, surge la figura del concesionario que, en muchos casos de manera informal, va construyendo la red necesaria, a cambio de la comercialización del agua en baja, a residentes y actividades turísticas.

Mientras tanto, la actividad agraria continuaba con el uso descontrolado de fertilizantes y abonos, propiciando una progresiva contaminación del subsuelo, especialmente por nitratos, que se transmitía a los acuíferos de forma más intensa a medida que las extracciones iban aumentando. Conviene recordar que esta zona es la de menor pluviosidad de toda la isla. Presenta un clima semiárido, con escasas e irregulares precipitaciones, oscilando entre 300 y 600 mm anuales.

No menos importante es que los precios del agua no han aumentado significativamente ni, por supuesto, se aplican precios progresivos porque se mantiene el mismo esquema de suministro orientado a la oferta al menor precio, a base de extracciones de agua subterránea. Por tanto, la asignación de un recurso cada vez más escaso, se hace de forma irracional, y la población en su conjunto no percibe el problema.

Las condiciones para una degradación del agua subterránea estaban servidas, y era cuestión de tiempo que se llegara a una situación de grave deterioro de los recursos hídricos, como así ha sido. Actualmente, muchos de los suministros de agua potable en la zona no cumplen con el R.D. 140/2003, que regula las condiciones de calidad del agua de consumo humano. A partir del serio episodio de sequía del 2000-2001, en Mallorca se recurrió a desaladoras móviles, a ampliar la capacidad de la desaladora de bahía de Palma hasta 22 Hm3/año, y, sobre todo, se proyectó una interconexión para todos los municipios de la isla, iniciando una primera fase para la zona de levante y sur hasta Maria de la Salut, se materializó el proyecto de Sa Costera y se licitaron por el Ministerio las desaladoras de Alcúdia y Andratx, de 3,5 Hm3/año cada una. Esta última se había previsto en la zona de Santanyí, Felanitx y Campos, pero el Ministerio equivocadamente optó por ubicarla en Andratx. Desde entonces, nada más se supo, a pesar de figurar en los sucesivos planes hidrológicos debidamente aprobados.

Hoy las desaladoras languidecen, funcionando muy por debajo de su capacidad. El anillo que debía intercomunicar y poner a disposición el agua al levante y sur todavía está pendiente de ejecución. Mientras tanto, la situación en el sureste mallorquín ha continuado su proceso acelerado de deterioro.

Además de lo anterior, también merece la pena comentar brevemente el saneamiento del agua. El parón general llevado a cabo por la Administración en materia de inversiones en depuración en los últimos años ha supuesto un grave paso atrás. Las aguas depuradas no pueden ser aprovechadas para usos secundarios, sustituyendo extracciones de agua de primera calidad, y se evacuan al mar o a torrentes, con un grado de contaminación superior al permitido por la vigente normativa de vertido.

En las condiciones actuales, la recuperación requeriría una parada total de las extracciones en zonas salinizadas, por mucho tiempo, para recuperarse adecuadamente del tremendo stress al que las han sometido durante décadas, para pasar luego a una extracción controlada, que no superara los límites razonables. Por ello, es muy urgente acabar el anillo de conexión hasta los municipios afectados, poner a funcionar todos los recursos alternativos disponibles, aplicando precios progresivamente más altos, en tarifas escalonadas, internalizando todos los costes, según establece la Directiva Marco del Agua y aplicando criterios de gestión de la demanda y de economía circular con el agua depurada.

La gestión del agua en el sureste, o más bien su ausencia, como el resto de Mallorca, ha sido siempre cortoplacista y con criterios puramente economicistas, que no económicos. Grave error, y de forma muy especial en el sureste. Y no nos vale la crisis económica como excusa, porque recursos económicos públicos o privados siempre los ha habido. Lo que no ha habido, es la suficiente voluntad y capacidad de gestión por parte de las distintas administraciones; locales, autonómicas y estatales, para establecer medidas correctoras de la situación. Tampoco nos vale hacer planes que luego nunca se cumplen. Hay que actuar, ejecutar lo ya planificado, porque la planificación per se, no deja de ser un mero ejercicio teórico. No podemos permitirnos un día más de inacción.

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