La fiesta navideña no se celebraba en el cristianismo primitivo, aunque se tenía la creencia que Cristo había nacido en Mayo.
Durante la semana del solsticio de diciembre, tenían lugar en Roma grandes efemérides paganas con enorme repercusión social; el día del máximo esplendor era el 25 de diciembre y para facilitar la conversión de los romanos al cristianismo, el Papa Julio, en el año 350, adoptó esta fecha que ya quedó inamovible.
La relación con la gastronomía tiene su hito inicial en el primer banquete navideño del que se tiene constancia: Constantinopla, año 379. La fiesta evolucionó, se introdujeron elementos diversos, desde el belén a otras prácticas de dudosa religiosidad, con altibajos a la que siguió la decadencia. El auge definitivo y la recuperación de la Navidad se produjo gracias a los escritores románticos: "Un cuento de Navidad" de Charles Dickens, es la mejor muestra. A partir de entonces se puso el acento en los valores familiares y lo que llamaríamos el espíritu navideño, cuyo acompañamiento ideal es una gastronomía especial.
En nuestra isla no son muchos los platos que son estrictamente navideños; más bien se aprovechan los menús de las grandes celebraciones, con el añadido de turrones, frutos secos y dulces en general. La lechona, paradigma gastronómico de la Navidad, por ejemplo, se preparaba en los grandes eventos y no solo en Navidad.
