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Oblicuidad

'Casablanca', la película más grande

'Casablanca', la película más grande

Insistir en que no te gusta Casablanca es tan absurdo como quejarte de que no te satisface la fórmula del ácido sulfúrico. En primer lugar, su efectividad corrosiva no admite disputa. En segundo lugar, a quién le importa tu opinión. En el año en que ha cumplido sus bodas de diamante, este feliz pastiche sigue encarnando la cima del séptimo arte, que abarca a todos los demás.

Querríamos que Chaplin superara en importancia a Casablanca, pero no es cierto. El Ciudadano Kane es un fenómeno midcult donde hemos de entrever los poderes diabólicos de Orson Welles, pero le derrota la voluntad de asombrar. Los desgarros de Eisenstein están confinados en las filmotecas. El mago de Oz es para niños. Peor todavía, para niños estadounidenses.

Casablanca admite una revisión indefinida. Se solidifica a cada contemplación en una fase distinta de su metraje. En mis últimas visitas, las escenas del casino han alcanzado la efervescencia que después imitará Scorsese, un camarote de los hermanos Marx donde la vida se juega en serio. Y sobre todo, esta película de autor anónimo bordea el ridículo a cada paso. Solo así se entiende la desesperación de quienes aspiraron a mejorarla.

Tres cuartos de siglo más tarde, Casablanca mantiene su brocha gorda de espectáculo popular, al nivel de los dramas de Shakespeare cuando fueron estrenados entre silbidos y regüeldos. Al mismo tiempo, en Harvard proyectan la película sin volumen, para que los estudiantes más inteligentes del planeta coloquen los diálogos que han memorizado en los labios de Humphrey Bogart y de Ingrid Bergman.

Uno de los mayores filósofos del siglo pasado, Jean-Luc Godard, resumía el cine en colocar a animales bellos en la pantalla. El parisino copió de Casablanca la sensación de improvisar delante del espectador, de que el andamiaje de cada escena se monta cara al público cuando concluye la anterior. Sin dejar de rodar, sin violar la intimidad.

La esencia del cine reposa en colocarse de espaldas a la realidad para dar rienda suelta a la fantasía. En dejar que sufran otros, y en ofrecerles compañía ya que no consuelo. En cambio, Casablanca concede un grado singular de autonomía a sus personajes. Su secreto es el final feliz, frente a miles de películas que condenan a la pareja protagonista a un matrimonio anodino. Bogart se queda con la chica y encima reemprende la noche en compañía de los amigotes, el sueño de todo conquistador. Solo viven ya en la pantalla, casi nada.

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