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Mossen Alcover

Trifulca en Manacor Mossen Alcover contra el lerrouxista Jiménez Moya

El periodista republicano Manuel Jiménez Moya mantuvo fuertes polémicas con mossen Antoni Maria Alcover desde sus respectivos semanarios, La Justicia y La Aurora

Alcover tuvo que salir al paso de los ataques contra el clericalismo y la Iglesia católica que desde el semanario La Justicia hacía Jiménez Moya.

Manuel Jiménez Moya (Ordicia, 1877-Madrid, 1947) fue un aguerrido periodista, equivalente a lo que hoy es un tertuliano televisivo de rompe y rasga, afiliado al partido radical socialista dirigido por Alejandro Lerroux, el mismo que pedía a los "jóvenes bárbaros", "levantar el velo a las novicias para virilizar la especie", en los años en que fue conocido como emperador del Paralelo, antes de ser ministro de Estado en el Gobierno provisional de la Segunda República, después presidente del Consejo de Ministros, estar envuelto en diversos casos de corrupción y concluir, rico, sus días plácidamente en el Madrid de los primeros tiempos de la dictadura habiendo servido eficazmente al general Franco. Jiménez Moya, al igual que Lerroux, era rápido en la invectiva tanto escrita como verbal. Licenciado en Filosofía y Letras fue desterrado a Mallorca muy poco antes de que en Barcelona se inicasen los sucesos de la Semana Trágica (1909), a causa de los que se fusiló a Francisco Ferrer Guardia siendo Jiménez Moya testigo de cargo de la acusación. El periodista lerrouxista era un agitador profesional, dirigía el el grupo de acción violenta denominado Fructidor, especializado en reventar actos políticos a punta de pistola, que al recalar en Manacor acabó por originar una amplia controversia tanto en los círculos republicanos de la Mallorca de los inicios del siglo XX como con los sectores clericales y conservadores, hasta el punto de que desencadenó una verdadera batalla dialéctica contra uno de los próceres del regionalismo conservador de la época, nada menos que el sacerdote Antoni Maria Alcover. El historiador, especialista en historia contemporánea y profesor de la UIB, Antoni Marimón ha buceado en lo ocurrido aquellos años fundamentalmente en Manacor y su comarca, que fue donde Manuel Jiménez Moya desplegó sus corrosivas actividades.

Poco antes antes de que la Semana Trágica se llevara al garete el proyecto modernizador de un mallorquín ilustre, el entonces presidente del Consejo de Ministros Antonio Maura, Jiménez Moya, por orden gubernativa, fue desterrado a Mallorca recalando en Manacor. Llegaba acompañado de una bien ganada fama de anticlerical furibundo, al menos de boquilla, pero, sobre todo, de agitador a tiempo completo. En las páginas de un semanario barcelonés afecto a Lerroux, El Progreso, del que era redactor, publicaba soflamas revolucionarias que le hicieron merecedor, a ojos de la autoridad gubernativa, de la orden de destierro. Se pensó que en Mallorca, alejado de la efervescencia catalana, que más de un siglo después sigue sin aventarse, se le atemperarían los ánimos, entraría en razón dejando de dar la tabarra a todo lo que, en su opinión, tenía un álito de reaccionarismo y clericalismo, sus dos bestias negras. No fue así: Jiménez Moya en pocos meses fue capaz de agitar considerablemente las estancadas aguas de Manacor, donde la efervescencia política nunca había sido escesiva, hasta el punto de que llegó a tener que salir por tiempos de actos republicanos organizados en Artá y Son Servera.

Acogido por Antonio Amer

Estamos en 1909. Manuel Jiménez Moya llega a Manacor donde es de inmediato acogido por Antonio Amer, Garanya, quien, tras proclamarse la República (1931) será alcalde de la ciudad. Amer tendrá un final similar al de tantos otros: al triunfar el golpe de Estado en Mallorca el 19 de julio de 1936 es detenido por los fascistas sublevados, torturado y asesinado. El periodista Jiménez, en los primeros días de febrero, una vez bien instalado, entra en contacto con los círculos republicanos de la ciudad ingeniándoselas para obtener la necesaria financiación que le posibilite fundar un semanario, La Justicia, desde el que, de inmediato, empieza a arremeter, con similar prosa a la utilizada en El Progreso, contra el caciquismo, el clericalismo, reaccionarismo y cuanto huela a conservadurismo. No es difícil imaginar el impacto que los que escribe Jiménez Moya tiene en Manacor y alrededores, incluso llegan a Palma noticias de lo que está haciendo. La pecata sociedad mallorquina de la época, los mayoritarios sectores conservadores y clericales, se escandalizan de inmediato. Jiménez no se arredra; al contrario, al arreciar las polémicas más a gusto se siente y utilizando La Justicia trata de crear círculos lerrouxistas, hasta entonces inexistentes. El único republicanismo que por aquellos años podía respirarse en Manacor era el de inspiración salmeronista, del ya anciano primer presidente de la efímera Primera Republica (1873) Nicolás Salmerón, de corte moderado.

El verano de 1909 deviene en plenamente inesperado. La Justicia, que no dejará de salir semanalmente a lo largo de tres años, hasta 1911, cuando será definitivamente clausurado por el Tribunal de Garantías Constitucionales, machaca sin descanso a todo el conservadurismo local. Las cosas llegarán hasta tal punto que mossen Antoni Maria Alcover, el prohombre del regionalismo mallorquín, un clérigo de orden, bien conectado con los estamentos oficiales, entiende que ha llegado el momento de pararle los pies a Jiménez Moya, que no se recata en las invectivas contra la Iglesia católica, uno de sus blancos predilectos. Alcover tiene a su disposición otro semanario, La Aurora, al que entre el republicanismo se le conoce irónicamente como La Fosca. La trifulca se convierte en un "choque brutal", afirma el profesor Marimón. Entre ambos semanarios el cruce de invectivas es constante. Alcover se olvida de su habitual moderación, propia de un clérigo conservador e ilustrado, para incluso permitir que su publicación deslice veladas amenazas contra Jiménez Moya, quien, por supuesto, no se arruga respondiendo con parecida o superior agresividad. La polémica haya eco en toda Mallorca. En los círculos republicanos de Palma, todavía muy minoritarios y también muy influidos por Salmerón, no dan crédito a lo que suede en Manacor. Se preguntan cómo es posible que un periodista, un tal Manuel Jiménez Moya, un hombre de Alejandro Lerroux, considerado un demagogo advenedizo, haya podido desencadenar una situación como la que acontece.

Bronca en Artá y Son Servera

Jiménez Moya sigue impertérrito: hace de mossen Alcover su diana predilecta y encuentra tiempo para intentar fundar círculos republicanos lerrouxistas en la comarca, para lo cual organiza reuniones en diversos pueblos. En Artá primero y Son Servera después la cosa acabará mal, puesto que Jiménez Moya tendrá que salir a toda prisa de ambas localidades paa evitar males mayores. Sucedió que en las reuniones que organizó los ánimos se soliviantaron hasta tal punto que la integridad física del perodista se puso en riesgo obligándole a poner tierra de por medio.

La tensión con mossen Antoni Maria Alcover llega al paroxismo cuando en un número de La Justicia desliza que el clérigo se ha quedado irregularmente con la herencia de una tía que no le correspondía. El escándalo es mayúsculo: Alcover acusado de prácticas irregulares, de acaparar herencias que no le corresponden. La acusación es tan grave, dada la reputación del sacerdote, que empieza a hablarse de que en cualquier momento intervendrá la autoridad gubernativa. La Aurora contraataca con inusitada dureza. Jiménez Moya es la diana de la gente de orden.

Tras meses de constantes convulsiones, bien entrado agosto, dos policías se presentan en Manacor con orden expresa de detener y trasladar a Barcelona a Manuel Jiménez Moya. El alivio se generaliza en el mundo conservador, aunque no se conoce la razón concreta de la detención, se da por buena. Se han librado del periodista. El motivo es absurdo: se le acusa de haber participado en los sucesos de la Semana Trágica, cosa del todo imposible porque antes de que se iniciasen los disturbios ya estaba desterrado en Mallorca. Es trasladado a Barcelona en el vapor que hace la travesía sorteando una fenomenal tormenta. Todo en la vida del periodista ha de ser pura agitación. La acusación que se formula en su contra es la de estar implicado en lo que se conocerá como Semana Trágica (uno de los sucesos capitales del primer tercio del siglo XX en España) al ser íntimo amigo de la mano derecha de Lerroux, Emiliano Iglesias, otro agitador de primer orden. En el juicio se le pregunta por Ferrer Guardia y es entonces cuando Manuel Jiméz Moya comete un error garrafal, al parecer no intencionado, pero que será utilizado para condenar a muerte a quien no había participado en los disturbios. "Por lo que yo he leído en la prensa de Palma seguramente sí ha tenido participación", es la ambigua respuesta de Jiménez. Suficiente para la acusación y el Tribunal militar. Ferrer Guardia será ejecutado, precipitando la caída de Antonio Maura, que no puede evitar la pena capital, según se dice.

Animadversión

Es verdad que Manuel Jiménez Moya sentía una fuerte animadversión ideológica contra los anarquistas, a los que acusaba de no tener patria, mientras que ellos, los republicanos, eran patriotas españoles. Sale bien librado del juicio al ser condenado únicamente a un par de meses de destierro en un pequeño pueblo de Aragón. Se le hace duro al no poder publicar. Está virtualmente incomunicado. Concluido el destierro regresa a Mallorca, otra vez a Manacor, donde su vuelta es acogida con júbilo por los republicanos y con evidente malestar y pesadumbre por los que él despectivamente denomina "clericales reaccionatrios y caciques". Reinicia la guerra periodística contra Antoni Maria Alcover haciéndola extensiva a los políticos derechistas del Ayuntamiento, los abusivos impuestos al consumo, que gravan a los trabajadores. También intenta relanzar el republicanismo en la comarca, lo que le crea innumerables problemas con los caciques y las autoridades eclesiásticas, que, azuzadas por Alcover, van a por él.

Por si no tuviera suficientes y potentes enemigos, Manuel Jiménez Moya decide que hay que enfrentarse con los círculos republicanos de Palma, a los que tilda de conservadores, al ser afectos al republicanismo moderado de Nicolás Salmerón. Lo suyo es una constante brega, que se prolonga sin pausa hasta que en 1911, tras cerrarse La Justicia, decide regresar a Barcelona dando por concluida su etapa mallorquina y olvidándose de mossen Alcover.

¿Qué fue de Manuel Jiménez Moya? ¿Cómo sobrevivió a la Guerra Civil? Hay pocos datos sobre la etapa final de su vida. Pero parece que, al igual que el jefe de su partido, Alejandro Lerroux, supo bandease en los tres dramáticos años de la guerra y vivir apaciblemente en Madrid hasta su muerte en 1947. El hecho de que, tras la guerra, se instalase en Madrid sin ser represaliado hace pensar que, al igual que Lerroux, pudo establecer alguna suerte de colaboración con los militares sublevados, lo que posibilitó que no se tuviera en cuenta o se ignorara su pasado de agitador republicano. Lo más probable es que Jiménez Moya acreditase algún servicio prestado a los franquistas. La tesis de la colaboración cobra fuerza por el hecho de que en 1944 fundó en Madrid una sociedad de tertulia literaria, autorizada por la censura franquista, e hizo periodismo del denominado costumbrista en diarios como Madrid y El Alcázar. Impensable en la década de los 40 para un republicano confeso.

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