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Tribuna: Nuevos retos en el tratamiento del agua residual, por Juan Mateo Horrach

Por si no fuera suficiente con alcanzar los niveles exigidos por la normativa vigente de tratamiento del agua residual generada por domicilios y actividades, tenemos ante nosotros nuevos retos derivados de contaminantes que no teníamos en consideración, bien porque no existían o, sobre todo, porque no teníamos sistemas de detección y medición adecuados para ello.

El sistema de saneamiento, con el que mediante un pequeño gesto en nuestro domicilio nos permite "eliminar" todo aquello que queramos siempre que cumpla con la restricción física de tamaño, da lugar a un uso indiscriminado y erróneo del mismo. Así, a través del sistema de saneamiento en baja, enviamos a las plantas de tratamiento del agua usada una inmensa cantidad de residuos que no deberían procesarse por este sistema.

Las instalaciones de depuración están diseñadas actualmente para hacer frente a la contaminación orgánica derivada de la actividad metabólica de los humanos así como a la contaminación inorgánica que se incorpora al sistema, fundamentalmente por arrastre de las aguas pluviales. No obstante, si incorporamos otros residuos no previstos en el diseño del tratamiento, los resultados y los efectos pueden ser importantes.

El caso más conocido, y que recientemente ha tomado relevancia por su coste e impacto sobre el funcionamiento del sistema, es el de las toallitas. Su uso, cada vez más generalizado, ha dado lugar a una problemática de gran alcance económico y sanitario, que provoca bloqueos en la red por acumulación, así como problemas de funcionamiento en las plantas de tratamiento. Es obvio que este problema se eliminaría en buena parte si depositáramos ese residuo en la bolsa de la basura, en lugar de lanzarlo al inodoro y "tirar de la cadena".

Las toallitas son la parte más relevante, pero no la única. Aceites usados, restos de comida triturados, y otros similares, contribuyen a alterar el proceso de forma muy importante. Por si no fuera suficiente, hay otros contaminantes mucho más peligrosos que también circulan por nuestra red de saneamiento. Nos referimos a los llamados contaminantes emergentes, que pueden definirse como "contaminantes previamente desconocidos o no reconocidos como tales, cuya presencia en el medio ambiente no es necesariamente nueva, pero sí la preocupación por las posibles consecuencias de la misma". (Damiá Barceló; iagua).

Es decir, que buena parte de estos contaminantes emergentes en realidad ya existían, pero no éramos capaces de detectarlos o no les dábamos la importancia debida, mientras que otra parte es resultante de nuevos productos que antes no se ponían en el mercado. Dentro de estos contaminantes nos encontramos con restos de medicamentos, artículos de limpieza y de higiene personal. Todos ellos contienen sustancias químicas que pueden tener efectos importantes sobre las personas o el medio.

En algunos casos, los medicamentos o productos de higiene son eliminados a través del sistema de saneamiento, en lugar de utilizar el circuito previsto para ello en el sistema de gestión de residuos (recogida en farmacias o depósito en contenedores especiales de parques verdes). Además, resulta que toda la ciudadanía toma medicamentos en algún momento, o bien de forma permanente por enfermedades crónicas. Al ingerirlos el cuerpo humano los metaboliza, y una parte de ellos es eliminado por excreción.

A través de la red de saneamiento, estos restos llegan a las plantas depuradoras que no están previstas para su tratamiento. Dado que no son retenidos en ellas, acaban en el medio receptor, que puede ser el mar, el terreno o la balsa de agua depurada para riego. Un ejemplo que nos puede ayudar a entender el riesgo que suponen estos contaminantes es el de los antibióticos. Si llegan al ecosistema, provocan efectos sobre la comunidad microbiana que dan lugar a una mayor resistencia de las bacterias a la acción de los antibióticos, con el consiguiente perjuicio para las personas, que pueden contraer enfermedades que tengan más difícil curación.

Otra fracción cada vez más importante de contaminantes emergentes es la que procede de la producción de nanomateriales basados en metales o en carbono, cuya presencia ya se detecta en el agua residual. Actualmente, se habla mucho de los plásticos presentes en el mar. Una parte de ellos son los microplásticos, también detectados en las aguas residuales domésticas.

Por lo tanto, nos encontramos con toda una problemática para asegurar la calidad del agua tratada en nuestras plantas de depuración, y de forma especial, en el caso de agua depurada y destinada a reutilización. Las acciones que podemos emprender para contrarrestar estos impactos pasan sobre todo por la educación y concienciación para que la ciudadanía adopte buenas prácticas: no lanzar nada al inodoro, utilizando en su lugar los canales previstos para la eliminación de residuos, y consumo responsable de medicamentos y todo tipo de substancias. Asimismo, es necesaria la aplicación de las nuevas técnicas para detectar esos contaminantes en los procesos de gestión del agua, por parte de las autoridades y empresas.

Finalmente, diseño de plantas de tratamiento capaces de retener los contaminantes: birreactores de membrana, sistemas de microfiltración y ósmosis inversa son algunas de las técnicas. Todas ellas de elevado coste.

La utilización de balsas de infiltración o recarga de acuíferos pueden ser alternativas adecuadas, y de gran sentido en nuestra comunidad, frente al uso de emisarios submarinos. Una razón de más para extinguirlos.

Las autoridades ambientales ya han desplegado normativa al respecto, dada la importancia del asunto, si bien estamos en una fase inicial del problema, que deberá requerir de estudios avanzados para acotarlo y dar soluciones efectivas. La publicación del Real Decreto 817/2015, de 11 de septiembre, por el que se establecen los criterios de seguimiento y evaluación del estado de las aguas superficiales y las normas de calidad ambiental es un paso importante para ello.

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