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Acordes y desacuerdos

No es la primera vez que abordo el tema, lo complejo de la transición -no la del 78, sino la mía personal, la que vivo cada año- del verano al otoño. El cambio radical de mi modus vivendi, dejar Grecia por Francia, pasar del vagabundeo por el Jónico a la inmersión en el ritmo trepidante de una capital como París. Y no quiero que suene a queja, que no lo es. Es simplemente la constatación de un brusco contraste que marca mi vida de un modo absolutamente voluntario. De los largos, placidos meses vividos en el mar, en las islas, desconectando, cultivando el "desapego", limitando las incursiones a internet únicamente para abrir el correo o consultar Météo, paso al modo urbanita, al ajetreo diario, a la agenda, al bombardeo de noticias, al exceso de información. De la nada al todo. Y siempre el mismo shock: no tengo mucha experiencia en largos vuelos y sus consecuencias sobre el organismo, el jet lag y eso, pero supongo que de algún modo, mentalmente, quedo tocado durante un cierto tiempo, me cuesta readaptarme.

Por ejemplo, fue hace solo una semana, cuando hice escala en Atenas -un paréntesis que sirve para amortiguar la inmersión del regreso- cuando me enteré de que el 1-O no era un resultado de futbol sino la convocatoria "del" referéndum. Luego, evidentemente, ya no he podido despegarme, ni desentenderme, de tan espinoso, y ruidoso, asunto. Volviendo a Atenas, fue allí, en una taberna sin nombre, de cita obligada en mis trashumancias, cuando por primera vez me interpelaron sobre el devenir catalán, sobre la situación y el desenlace de la convocatoria. Evidentemente, me pillaron en fuera de juego. A partir de ahí, estoy siguiendo, absolutamente desnortado, los acontecimientos, el día a día del tremendo guirigay que se ha montado. Simplemente no entiendo como se ha podido llegar hasta este punto de crispación. Empecinamiento por un lado al intentar sacar adelante una convocatoria a las urnas presuntamente ilegal, y enroque, incapacidad de dialogar y de negociar por otra. Manipulación, verdades a medias y victimismo por parte de Puigdemont (y de sus adláteres) y una prueba más de la incompetencia de Rajoy, de su política de avestruz, de mirar a otra parte esperando que escampe cada vez que surge un problema grave. De los acordes, interesadamente pactados, que sonaban cuando CIU controlaba la Generalitat, de la sintonía Madrid - Barcelona, hemos pasado a los graves desacordes, claro enfrentamiento/ruptura de hoy.

Lo peor es que todo apunta, haya o no referéndum hoy, a que el mal, el daño, es irreversible. Rajoy se ha mostrado muy torpe en su política de oídos sordos pero tampoco es Erdogan, como muy bien apuntaba Lluís Bassets en El País hace unos días. Ni Serrat es un fascista, ni Marsé un botifler. Pero cuando se llega a estos extremos, a estas aberrantes descalificaciones, difícilmente se podrá recuperar un ambiente propicio al dialogo. ¿Dónde ha ido a parar el seny de los catalanes? ¿No hay en la capital del estado español, ni en el seno del PP ningún estadista, ningún político, capaz de sentarse a escuchar, a hablar serenamente? Y puestos a hablar, a pactar, a negociar, ¿a que esperamos para revisar la sacro santa Constitución?

Temps fugit, el tiempo corre, y ha llovido mucho ya desde aquel lejano 6 de diciembre de 1978. Casi medio siglo, desde aquella Transición pactada que sirvió para tirar adelante, para pasar de la dictadura a la democracia de un modo moderadamente satisfactorio para todos. Quizás sería ahora el momento de pensar en que los tiempos cambian, como cantaba Dylan. Desde mi compleja condición de "meteque" creo, sin ánimos de ofender a nadie, que lejos de excitarse con banderas y patrias, ha llegado el momento de modificar la Constitución como vía razonable para dar solución a este enquistado conflicto, y de paso, apaciguar los ánimos antes de que sea demasiado tarde.

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