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Memorias de la cocina

Los primitivos sabores que permanecen

Los primitivos sabores que permanecen

En un mundo donde en cocina pretenden triunfar la fruslería elevada a la categoría de delicatessen y sofisticaciones varias no exentas, a veces, de tomaduras de pelo y adulteraciones, reconforta encontrarnos con la cocina de toda la vida, primitiva y única, de la mano de las abuelas, los ermitaños, los pescadores, cazadores y gente que conecta con los sabores más primitivos.

Son de agradecer los esfuerzos de evolución que realizan varios cocineros de la isla, siempre a partir de la cocina auténtica, en su intento de buscar sabores más acordes con las tendencias y recomendaciones nutricionales actuales. Su ingenio entronca, desde una mayor abundancia de medios de todo tipo, con aquella imaginación que pretendía, simplemente, la supervivencia y la optimización de los recursos.

Es importante aprovechar los nuevos ingredientes que llegan merced a la globalización y su incorporación, sabia y prudente, a la cocina de siempre. Así se hizo cuando llegaron los alimentos del Nuevo Mundo, tan integrados en la actualidad que sería impensable un pamboli sin tomate, un tombet sin patatas, pimientos, tomates y calabacín o el sinfín de sofritos y guisos sin tomates y patatas.

Pese a que la evolución es imparable, a uno le gusta, de vez en cuando, reencontrarse con los sabores que permanecen, con la cocina primitiva que cautivó a George Sand y a otros ilustres visitantes.

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