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Sexo en el siglo XIX

Castell del Rei, un prostíbulo muy rentable

En los primeros años del siglo XIX, antes de la invasión napoleónica, el castillo de Pollença se convirtió, de la mano del subteniente José Barberá y sus hijas, Rita y Lucrecia, en uno de los más lucrativos burdeles de Mallorca. La Cartoixa de Valldemossa también tiene su historia oculta.

Es, junto a Alaró y Santueri, uno de los tres castillos roqueros de Mallorca.

De cómo el Castell del Rei de Pollença llegó a ser un gran burdel constituye una de las historias más llamativas y extravagantes de los primeros años del siglo XIX, justo antes de que la denominada Guerra de la Independencia, desencadenada el 2 de mayo de 1808, al pasar el trono de España a manos de José I Bonaparte, hermano de Napoleón, tras las forzadas abdicaciones de los Borbones Carlos IV y Fernando VII, se desencadenara en España. En el castillo de Pollença, levantado para controlar las incursiones de los corsarios argelinos y menorquines, que actuaban bajo patente inglesa, un corrupto y decidido a enriquecerse subteniente, José Barberá, contando con la colaboración de su mujer y dos de sus hijas, Rita y Lucrecia, montó un lupanar que cobró fama en toda Mallorca, puesto que, además de ejercerse la prostitución, en la que destacaron las hijas del subteniente, también se jugaba a los naipes, actividad expresamente prohibida por las Reales Ordenanzas, y se institucionalizó el latrocinio. Aquellos acontecimientos, en los que ha indagado a fondo el historiador Tomeu Caimari, escandalizaron a toda Mallorca, puesto que incluso parece que se vieron involucrados algunos canónigos de la Catedral. Pese a lo ocurrido, y a que las denuncias acabaron con la carrera militar del subteniente Barberá, nada indica que éste no concluyera sus días tranquilamente, disfrutando de la desahogada posición económica obtenida gracias a sus actividades extramilitares. De lo que fue de sus casquivanas hijas, Lucrecia y Rita, no ha quedado constancia.

Gobernador y ayudante

A partir de 1715 el castillo de Pollença, precisa el profesor Caimari, fue el único de los castillos roqueros de la isla que se mantuvo como una de las piezas del entramado defensivo de la isla junto a otras fortalezas y las torres y atalayas que jalonaban la costa. Al frente del castillo había un gobernador y un ayudante, que suplía al primero en caso de ausencia, cosa que sucedía a menudo, lo que José Barberá no dudó en utilizar en su beneficio. En abril de 1808, apenas un mes antes de que en España se desataran las hostilidades, ocupaban los cargos de gobernador y ayudante en el castillo de Pollença, Juan Alas de Pumariño y Miranda, de 44 años, teniente de fragata de la Real Armada, perteneciente a una destacada familia de la nobleza asturiana, y José Barberá, que ya tenía la avanzada edad de 73 años, aunque conservaba un notable vigor físico, subteniente de infantería. Las repetidas ausencias del gobernador posibilitaron a Barberá hacerse rápidamente con el control del castillo dando inicio a sus lucrativas actividades.

Alas de Pumariño, que había sustituido en el cargo a un tal Lorenzo de Coquelín, antepasado del general Franco, pasaba más tiempo en Ciutat que en el castillo, al que dejaba confiadamente en manos de Barberá, quien vivía en él junto a su mujer, Josefa, y sus hijas. Rita y Lucrecia eran consideradas dos jóvenes guapas y dadas a hacer lo que les venía en gana, lo que, debido a las enormes restricciones a las que las mujeres estaban sometidas, llamaba la atención originando constantes habladurías, que se multiplicaron exponencialmente cuando la familia Barberá al completo desplegó sus actividades financieras.

José Barberá había nacido en Roma hacia 1735 estando destinado en el castillo de Pollença desde febrero de 1782, por recomendación del duque de Grimaldi, que fue secretario de Estado. En un informe de mayo de 1808 se hacía constar lo que sucedía en el castillo, ya que se especificaba que "a este oficial se le debe dar el retiro pues además de su edad tiene una conducta deprabada [sic]". Pumariño, que había sido desvalijado a conciencia por la familia Barberá, que hizo correr el rumor de su fallecimiento en Palma antes de proceder a robar todo lo que de valor poseía en el castillo, relata cómo la mujer de Barberá, Josefa, y sus hijas, Rita y Lucrecia, le habían robado todo, añadiendo que la familia "ha vivido y vive de la prostitución y el robo". Las citadas hijas, a lo largo de unos meses que vivieron en Palma, al margen de la tutela de sus padres, ofrecieron un completo catálogo de conductas inapropiadas, según el compungido relato del gobernador, al haber dado "bastante escándalo con oficiales y emigrados". Tal parece que Rita y Lucrecia, antes de regresar a Pollença, se dedicaron en Ciutat a ejercer de lleno su profesión. Montaron un nuevo lupanar al que, además de militares y emigrados (así se denominaba a los exiliados franceses huidos de la represión bonapartista), parece que acudían regularmente algunos señores canónigos de la Seo, lo que obligó al ilustrísimo y reverendísimo obispo de la diócesis mallorquina a intervenir ante las autoridades para que Rita y Lucrecia cesaran en sus bien remuneradas actividades.

Conducta perversa

Añadía en su declaración Pumariño saber de la existencia, del puño y letra del anterior capitán general, relata Tomeu Caimari, de tres oficios en los que se da cuenta de la perversa conducta de Barberá y su familia. Se exponían no solo anteriores robos al propio Pumariño, sino igualmente a otros oficiales destinados al castillo así como a varios vecinos de Pollença. El latrocinio alcanzó un nivel tan elevado que parte de la oficialidad destinada en Mallorca se negó en redondo a servir junto a Barberá, debido también a la familiaridad que desplegaba con la tropa, a la que esquilmaba su soldada, entre los que era uno más: no solo se encargaba de la taberna del castillo, en la que se libaba en abundancia, sino que era quien servía los licores y fomentaba los juegos de cartas. El castillo también hacía las veces de improvisado casino. Después, en las habitaciones, Rita y Lucrecia, junto a otras jóvenes que ambas habían reclutado, complacían a unos y otros una vez abonada la cantidad que previamente se había estipulado. La guarnición del castillo estaba compuesta por 50 hombres, a los que hay que añadir los civiles que acudían al mismo, puesto que su fama se había extendido rápidamente por la isla. El negocio de la familia Barberá, en el que la matriarca, Josefa, controlaba los detalles más nimios, la estaba enriqueciendo, y eso que eran constantes las denuncias remitidas a Capitanía General en Palma.

Las actividades de Rita y Lucrecia estuvieron a punto de desencadenar una epidemia de peste en Mallorca. Sucedió que a un barco griego, del que se sospechaba que parte de la tripulación había contraído la mortal enfermedad, el capitán general impidió que se le diese entrada en ningún puerto de Mallorca. Fondeado en la bahía de Palma, y ante la imposibilidad de desembarcar, puso rumbo a las bahías primero de Alcúdia y después de Pollença. En ellas aguardaban Rita y Lucrecia, que viendo que las circunstancias del barco podían aportarles unos saneados ingresos extra, no lo pensaron dos veces: subieron a la nave para complacer adecuadamente a la entera tripulación. Primero en Alcúdia y después en Pollença posibilitaron el solaz de los tripulantes. Pumariño, estupefacto, remitió a Capitanía General el informe en el que no dudaba en asegurar que las hijas de Barberá abordaron el barco "dando el mayor escándalo y exponiendo a las Islas a ser infectadas".

Una tercera hija de José Barberá, de la que no se guarda constancia del nombre, también dio que hablar y no poco en la Mallorca de los inicios del siglo XIX. Resulta que con pleno conocimiento de sus progenitores vivía amancebada con un oficial de la Real Armada, de la que quedó embarazada. El nuevo escándalo fue mayúsculo: tanto en Ciutat como en Pollença era día sí y otro también el asunto de conversación obligado. Se cuenta que el obispo se vio obligado a intervenir, puesto que la familia del oficial tenía vínculos con el estamento eclesial, a fin de que la hija de Barberá desapareciera de escena. No se conoce a ciencia cierta cuál fue el desenlace, pero el manto de silencio acabó por posarse sobre la pareja y su descendencia. De ellos nunca más se supo.

Del gobernador Pumariño se sabe que permaneció al frente del castillo de Pollença, que tantos quebrantos le causó, hasta la segunda mitad de 1809 para posteriormente ser promovido a un cargo de mayor rango: gobernador del castillo de Bellver, uno de los destinos militares más apetecidos en la Mallorca de la época. Falleció el 24 de febrero de 1810. De la familia Barberá, José, Josefa, Rita, Lucrecia y la otra hija, el historiador Caimari dice que no hay registros que permitan establecer cuál fue su destino, pero parece que se quedaron a vivir en Mallorca sin ser molestados después de que el subteniente fuera forzado a abandonar el servicio activo, lo que, dada su edad (73 años), era del todo apropiado.

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