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El ingenuo seductor

El algoritmo neoliberal y tu pensamiento

Lamentamos que el neoliberalismo más radical se haya asentado en medio planeta y haya impuesto sus reglas

Voy a empezar con un ejemplo, que no es un mal comienzo. Imaginen un restaurante que durante una semana ofrezca un menú especial, creado por un gran chef, a un precio asequible. Imagine que usted y su pareja, o usted y a quien a usted le dé la gana, decidan probarlo, aprovechar la oferta, y reserven para dos personas. Y el día que llegan al restaurante, el encargado del local les ha sentado separados, en diferentes puntos del salón, y les señala que si quieren cenar juntos deben pagar una cantidad extra, porque reservar no significa elegir asiento. ¿Les parece imposible? Pues así actúan algunas compañías aéreas cuando dos personas hacen una reserva conjunta: deliberadamente, las separa.

Para la compañía aérea las opciones están claras: o pagas para elegir asiento o lo elegirá por ti, gratuitamente, un algoritmo que te dará los asientos que el programa informático considere. De lo que no te informan es de que el algoritmo te va a separar de tu acompañante de reserva, ya sea tu hijo de cinco años, tu pareja o esa persona con la que te apetece charlar durante el vuelo. Y cuando pidas explicaciones te dirán que no es culpa de ellos, que es responsabilidad del algoritmo, ese que decide por usted.

Este caso, que le sucedió al escritor José Luis Serrano y a su marido en un vuelo de Iberia, abrió un debate en mis redes sociales que, una vez más, inspiró esta columna. Sabemos lo que las empresas son capaces de hacer para recaudar dinero. Entendemos la mentalidad del negocio y aunque en ocasiones nos parezca muy poco compatible con la convivencia, también reconocemos que las empresas pocas veces se han caracterizado por esa capacidad. Lamentamos que el neoliberalismo más radical se haya asentado en medio planeta y haya impuesto sus reglas del juego de una manera tan humillante. También entendemos que, en esencia, volar es caro y que de alguna manera hay que generar ingresos extra para que algunos billetes resulten asequibles. Por supuesto asumimos que si el avión está lleno, te acomodas donde haya hueco. Debemos comprender tantas cosas que un día nos va a estallar la cabeza. Pero lo que ya no tengo tan claro es si una compañía aérea puede generar, a propósito, un problema para después cobrarte por solucionarlo. Supongo que sí -menuda ingenuidad- pero lo que resulta inadmisible es que asumamos ese abuso sin intentar levantar la voz tan siquiera. Y aquí es donde entra lo que realmente me preocupó de toda esta experiencia/anécdota: comprobar como el neoliberalismo económico ha alterado nuestro pensamiento, nuestra manera de reaccionar ante la vida, ante las injusticias y ante los abusos de poder.

Cuando me hice eco de esta práctica de Iberia -creo que es la única compañía que lo hace, con el asombro de su propia tripulación de vuelo-, me encontré con personas, ciudadanos como usted y como yo, que no se cuestionaban las decisiones de la empresa, que no equilibraban sus reacciones; simplemente las asumían sin rechistar e incluso criticaban y señalaban a aquellos que las denunciaban. Eran personas que dejaban claro que ese reparto aleatorio de asientos venía especificado en las condiciones de la tarifa contratada, asumiendo que si se quiere pagar menos por volar se debe asumir tener menos ventajas. Se equivocaban porque si de algo no te informa la letra pequeña es de que las personas de una misma reserva viajarán separadas. Pero, aunque fuese así y estuviese escrito en arial cuerpo 18 y negrita, seguiría siendo un abuso que la compañía decidiese separarme de mi hijo, mi pareja, mi madre o mi amigo disponiendo de asientos libres y contiguos.

"Es que una reserva no te asegura el asiento. Si quieres viajar junto a tu hijo, paga", leí a alguno, ciudadano como usted y como yo. Algo ha alterado nuestra convivencia, nuestra manera de relacionarnos, cuando una cláusula abusiva, una decisión discriminatoria, un algoritmo absurdo, nos parece incontestable desde el momento que se refleja en unas condiciones. ¿Y qué pasa si la condición es absurda, discriminatoria, injusta?

Me sorprendió encontrarme con personas que ya no se plantean si una condición o exigencia es buena o no, es justa o no; la aceptan sin más. Y si tú te quejas, te critican por ello, por no leer la letra pequeña, por no estar informado, por querer volar barato pero con los mismos privilegios de las personas que pagan el doble? En ningún momento se plantean que no hay ningún servicio en separar a dos personas de una misma reserva. Tú no reclamas los mejores asientos ni un trato preferente. Como si te quieren sentar en el aseo pero al lado de tu compañero o compañeros de reserva. Separar a dos personas que han decidido viajar juntas es provocar un conflicto donde no existía para luego cobrar por solucionarlo. Pues eso, aún hay personas que no lo entienden. Su mentalidad ya les bloquea cualquier razonamiento que genere empatía con los demás. Les impide ver la sinrazón, aunque sean capaces de leer la letra pequeña, hasta el punto de justificar cualquier estrategia empresarial, por absurda e injusta que sea, en nombre de la rentabilidad.

Esa es la verdadera razón de la desesperanza. Cuando ese pensamiento se instala en los ciudadanos -no ya en los empresarios ni en los accionistas de las empresas; en los propios ciudadanos-, es que estamos empezando a perder la batalla.

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