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Oblicuidad

El éxito se mide por el riesgo de atentado

El éxito se mide por el riesgo de atentado

Soy un infeliz, me han invitado a una fiesta en la que no existe la mínima posibilidad de que se produzca un atentado de Isis. Me sorprende que todavía haya gente que asista a veladas tan anodinas.

El riesgo de bomba se ha adelantado al de tromba, como el primer factor a considerar en una congregación humana. El éxito del espectáculo se mide por la probabilidad de que sea interrumpido violentamente. "Explosivo" vuelve a ser una calificación codiciada en todos sus sentidos.

Las imágenes de procesiones de Semana Santa que acaban a la carrera desbandada con la estética de los sanfermines, porque a algún asistente se le ha desatado la suspicacia de un atentado, implican un cambio cualitativo en la contemplación de las masas. Ni el culto divino sirve de salvoconducto. Al contrario, agrava la situación, otorga una atmósfera idónea para la tragedia que por supuesto no va a producirse. Este año.

En los partidos de fútbol de postín, se presta mayor atención a las medidas de seguridad y a las previsiones de peligro que a las alineaciones. Ocurre desde hace años, pero la obsesión se intensificó desde que los antaño enemigos letales franceses y alemanes se enfrentaron en París un 13 de noviembre de 2015. En el palco presidía François Hollande. Las bombas retumbaron pero no violaron el estadio, probablemente por la torpeza de los terroristas. El fútbol quedaba marcado para siempre.

La inauguración del festival de Cannes ya no corre a cargo de Nicole Kidman o Julia Roberts, desfilando por la alfombra roja. Han sido sustituidas en nivel de expectación por una rueda de prensa. Allí, el nada erótico ministro del Interior francés rumia ante periodistas la hipótesis de una escena de catástrofe rodada por la productora cinematográfica de Isis, que cuida con esmero la escenografía de sus matanzas.

Las falsas alarmas demuestran que hasta los espectadores novatos están adiestrados para reaccionar ante un ataque de pánico colectivo. Ni siquiera se necesita una chispa, un conato de agresión o una bengala. No es preciso rescatar a Baudrillard para concluir que desde el momento en que la masa olfatea la tragedia y prepara la estampida, el atentado ya ha tenido lugar. El terror ha triunfado.

Otro filósofo de fuste recordó que la amenaza para la humanidad no reside en el Estado Islámico, sino en el cambio climático. Se llama Barack Obama, y se las arregló para despistar cada atentado como el ejercicio de un desequilibrado. Claro que también dijo que Isis eran "terroristas de instituto".

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