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Oblicuidad

La poesía generosa de Derek Walcott

Pocos escritores resisten la prueba de empezar a leerlos por el final de su carrera. El ahora fallecido Derek Walcott supera este recorrido inverso con los poemas de su crepuscular Garcetas blancas, infame traslado fonético del sublimado White Egrets. El octogenario se mantenía jovial y vitamínico, reservó su último impulso para otro ejemplo de su generosidad poética. En el reciente Morning, Paramin musicaba medio centenar de cuadros de Peter Doig, un pintor de éxito incomprensible por su felicidad y facilidad. Ambos artistas caribeños intercambiaron su exotismo maculado. Le dieron la vuelta al mundo, un planeta que no siempre atiende a sus vértigos.

Roberto Bolaño ironizaba que "la fama en el Trópico no es duradera". Puede, pero Walcott no escribió su mejor poesía hacia el final, sino hasta el final. Empuñó el Caribe como una palanca, para liberar a Occidente de la tentación homogeneizadora. Sin negarlo, a diferencia del Islam radicalizado contemporáneo. Al abastecer su sabiduría, es un Edward Said menos el resentimiento. No tenía paciencia para la culpa. Sobre todo el nativo de la isla de Santa Lucía quiso participar su poesía. Mediante esta divulgación, transmitió la nostalgia sin agrura de la forma en que debiéramos haber vivido.

"Mi desencanto con todos los adjetivos/ se acentúa, un signo seguro de envejecimiento". Así aborda Walcott una estampa nívea de Doig, en el diálogo interinsular de ambos artistas. No escatima elogios al pintor vivo más cotizado, desde el vértice amistoso del poeta que basó el conocimiento en el reconocimiento. Lo demostraba arrodillándose física y aparatosamente ante su idolatrado Carlos Fuentes, o nombrando y renombrando a Doig en las escenas de Morning, Paramin. De nuevo, la generosidad de prestar el marco y ceder el protagonismo a la pintura, de ilustrarla. Un comportamiento lógico, en quien demostró que la Ilustración puede alcanzar los parajes más inhóspitos, sin exceptuar a la Europa occidental.

Apostura sin impostura, pero también inclusión necesaria de la sórdida historia de acoso sexual que arruinó su carrera académica. En detrimento de los iconoclastas, sin el Premio Nobel tal vez nos hubiéramos perdido el impacto global de Walcott. Y también a su adorado Seamus Heaney. La invernal Estocolmo imparte una justicia desigual, pero honrosa en sus aciertos. El poeta caribeño aceptaba el veredicto de las nieves, porque su casi último verso le tiende un epitafio helador. "Nuestra complejidad es blanco sobre blanco". Habló como si la vida le perteneciera.

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