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Ochenta años después

El pasado 31 de diciembre, al terminar en el ayuntamiento el acto solemne en que el alcalde de Palma, José Hila, proclamó hijo ilustre a mi bisabuelo Alexandre Jaume, recordé -emocionado, como el resto de mi familia, por la ovación con que se cerró el nombramiento- una reflexión de mi amigo Jordi Ibáñez Fanés en su extraordinario ensayo El reverso de la historia (Calambur, 2016). Se pregunta ahí Jordi si nuestra generación -que "sabe tanto y a la vez ha vivido tan poco"- estaría preparada para morir frente a un pelotón de fusilamiento, si todo lo que sabemos nos serviría de algo y cuál sería nuestra actitud frente a la muerte.

Durante el acto se habían leído algunos de los textos que mi bisabuelo escribió durante su confinamiento -en un castillo de Bellver convertido en campo de concentración- así como un fragmento de la última carta dirigida a su mujer y a sus hijos, apenas unas horas antes de ser fusilado en la madrugada del 24 de febrero de 1937: "Desde este instante mi nombre queda incorporado a la historia de Mallorca. Ello ha de serviros de consuelo y mitigar vuestro dolor. Muero como sabéis completamente inocente, se me mata por mis ideas y acepto serenamente este papel que me ha señalado mi destino." Y se despedía pidiendo: "No me olvidéis, pero no sufráis".

¿De dónde sacó mi bisabuelo esa serenidad y esa templanza? Cuántas veces he meditado en torno a esas últimas palabras suyas: "no me olvidéis, pero no sufráis". ¿Lo creía de verdad posible?

Su mujer y sus tres hijos -mi abuelo Andreu y sus hermanos Miquel e Isabel- nunca le olvidaron, pero tampoco pudieron dejar de sufrir una posguerra ignominiosa en la que, de la noche a la mañana, lo perdieron todo. Y los cuatro murieron con la herida abierta. Hasta ahora, sus descendientes hemos heredado ese dolor, aunque no podamos ni siquiera imaginarnos el terrible desahucio que padecieron ellos. Mientras la ciudad restituía su nombre -culminando una labor iniciada durante la transición democrática por el alcalde socialista Ramón Aguiló- pensaba que quizá había llegado el momento de aceptar su mandato y recordarle sin sufrimiento, sobre todo para las generaciones más jóvenes.

Y de pronto comprendí que aquella frase -la última que escribió en su vida- fue en realidad su último acto de oposición al totalitarismo. Recordarle, ochenta años después de su muerte, debe servir para mantener vivo su legado.

Gracias a la impecable edición de sus obras completas que en los últimos años ha cuidado su nieto Alexandre Font Jaume, publicadas por Lleonard Muntaner, podemos consultar su notable obra ensayística, periodística y testimonial. La lectura de sus escritos nos previene de la tentación -tan habitual en el ejercicio de apropiación de personalidades históricas- de considerar a Alexandre Jaume un contemporáneo, utilizando sus palabras a nuestra conveniencia y olvidando la época en que se gestó su pensamiento.

La evolución ideológica de mi bisabuelo -desde el cristianismo ferviente de sus padres y el liberalismo de su tío Alexandre Rosselló hasta el socialismo entonces marginal en el que acabó militando- se inserta en las corrientes esteticistas de la Europa finisecular. Muchas veces he comparado su trayectoria con la de un William Morris o la de un Leonard Woolf en Inglaterra, que quisieron conciliar la más alta exigencia intelectual y artística con la resolución de los problemas derivados de la sociedad industrial, cuando una gran parte de la población no gozaba aún de los derechos fundamentales y no se había constituido en ciudadanía.

Su despertar a la conciencia política tuvo lugar sobre todo en París, entre 1901 y 1903, donde amplió sus estudios de economía y filosofía en la Sorbona y donde abrazó para siempre la alta cultura, de la que todavía pude beneficiarme gracias a los restos de su espléndida biblioteca que se salvaron del fuego de la guerra civil. Y fue también en París donde adoptó a Jean Jaurès como su gran referente político.

Si uno repasa el ideario de Jaurès -su socialismo humanista, su defensa del parlamentarismo, su unionismo respetuoso con las lenguas minoritarias, su europeísmo, sus tesis sobre la modernización del ejército o su dreyfusismo- descubrirá todo lo que mi bisabuelo quiso importar a España y que, al igual que a Jaurès, terminaría por costarle la vida. Por ello, cada vez que escuchamos en familia la maravillosa canción de Jacques Brel Pourquoi ont-ils tué Jaurès? se la dedicamos en silencio.

Alexandre Jaume creyó hasta el final en el mito hebreo de la salvación, transformado, a partir de la Revolución Francesa, en una redención terrenal que cambiaba la escatología cristiana por la causa del proletariado, según las teorías de Marx inspiradas por Hegel. De ahí que en su última carta apelara a la Historia como sustituto de la teología. De todos modos, creo que el verdadero sentido de su ideología y de su formación se manifestó en su último año de vida. Pocos meses antes de ser detenido, publicó, en la primavera de 1936, un artículo condenando la clausura de las sedes falangistas. "Las ideas no delinquen", escribió en defensa de quienes acabarían siendo sus verdugos.

Incomunicado en Bellver se recitaba, para aliviar la soledad, versos de Dante y santa Teresa, aferrándose a lo único que nadie podía quitarle: sus lecturas, el lenguaje. Cuando el juez Fernández de Tamarit le preguntó, el 25 de octubre de 1936, si seguía defendiendo su ideario, contestó, en contra del consejo de su abogado, que seguía manteniendo su ideal. Pocas horas antes de su muerte, se resistió a la extorsión de las autoridades que pretendían obligarle a comulgar. Y justo antes de su fusilamiento, se negó a que le vendaran los ojos, para poder mirar a quien le mataba.

La complejidad interior que mi bisabuelo venía cultivando desde su juventud, gracias sobre todo a la lectura, a la atención al mundo y a los demás, desplegó entonces toda su fuerza y resultó imbatible. Esa mirada serena, limpia, nunca servil ni humillada, convirtió en pobres lacayos a quienes le condenaron -al juez, al fiscal, a los militares sublevados, a buena parte de la clase social a la que pertenecía- y sigue viva y alta en quienes se atreven a leer y escribir denunciando las tiranías de su propio tiempo.

*bisnieto de Alexandre Jaume

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