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Almudaina

24 de febrero de 1937: el día de la infamia

El viernes se cumplieron 80 años del fusilamiento en las tapias del cementerio de Palma de los alcaldes de Palma e Inca, Emili Darder y Antoni Mateu, y de Alejandro Jaume y Antoni Ques

Las múltiples gestiones llevadas a cabo para salvarles la vida habían fracasado. Después de la sentencia condenatoria del consejo de guerra, las familias desplegaron cuantas iniciativas estaban a su alcance en vano. De Burgos, del cuartel general de Franco, llegó la orden taxativa de ejecutar la sentencia: había que dar un escarmiento fusilando a Darder, Jaume, Mateu y Ques, representantes de la burguesía republicana. Hasta el obispo Miralles, pariente de la familia Jaume, se negó a solicitar el indulto para Tano Jaume afirmando que tenía lo que se merecía.

Así que en la madrugada del 24 de febrero de 1937, en la prisión de Capuchinos, enclavada en el centro de Palma, junto a la plaza de España, Emili Darder, Alejandro Jaume, Antoni Mateu yAntoni Ques fueron puestos en capilla autorizando a sus familiares verles por última vez. Se les iba a fusilar al amanecer, con las primeras luces del alba.

Aquella madrugada en Capuchinos transcurrió encuadrada por una gran tensión, que a punto estuvo de desembocar en un imprevisto altercado desencadenado por un oficial del ejército golpista y un sacerdote al extorsionar a Tano Jaume.

relato de un testigo presencial

El relato de lo sucedido aquella madrugada en Capuchinos y después en el cementerio de Palma, se debe a un testigo presencial, el sobrino de Alejandro Jaume, Andrés Jaume Rovira. Puestos los cuatro en capilla, lo más dramático era el estado en el que se hallaba el alcalde Darder, que, al haber sufrido un infarto, había sido trasladado desde el Hospital Provincial en un estado lamentable.

En su celda recibió la visita de su mujer, Miquela Rovira y su hija Emilia. La escena era desgarradora. Darder, semiinconsciente, apenas podía hablar. Su mujer e hija, abrazadas a él, no eran capaces de dejar de llorar. Muchos años después, en febrero de 1977, la viuda y la hija me contaron que Darder las acariciaba sin decir nada y que, al despedirse, la hija le pasó la mano por la cabeza desprendiendo sin esfuerzo un mechón de cabello. Fue el recuerdo que se llevó de su padre.

Cuando, pocos minutos antes de la hora establecida para llevarlo a las tapias del cementerio, se separaron, Miquela Rovira observó que a su marido se le deslizaban por las mejillas unas lágrimas. La viuda había silenciado su pena durante cuatro ominosas décadas. Al contarme lo vivido, apenas dos años después de la muerte del general Franco, no pudo evitar llorar. Emilia, la hija, comentó que era la primera vez que veía a su madre emocionarse en presencia de alguien que no pertenecía a la familia, emocionarse y empezar a hablar. Miquela Rovira falleció en 1993, casi centenaria. La hija de Darder, Emilia, unos pocos años después.

En otras celdas, Mateu y Ques se despedían de los suyos manteniéndose enteros, sin exhibir muestras de temor. Su actitud fue digna en todo momento, afirmó siempre Andrés Jaume, quien en las horas que estuvo en Capuchinos pudo verlos varias veces. Junto a Alejandro Jaume se encontraban su hermano, Andrés, su cuñado y abogado defensor Luis Alemany, uno de los hombres de confianza de Juan March, financiador de los militares golpistas, y su citado sobrino, Andrés. Tano Jaume no había querido que su mujer, Isabel Planes, y sus tres hijos, Miguel, Andrés e Isabel, acudieran a verle. Les escribió una conmovedora carta póstuma, pero prefirió ahorrarles la amargura de la despedida.

Ya bien entrada la madrugada, se desencadenó la extorsión contra quien había sido diputado socialistas en las Cortes Constituyentes de la República. Un oficial del Ejército y un sacerdote hicieron acto de presencia para que los reos confesasen y comulgasen. Se dirigieron a Tano Jaume conminándole imperativamente a que se pusiera en manos del sacerdote, a lo que se opuso resueltamente.

enfurecidos

La negativa enfureció al militar soliviantando también al sacerdote, que no podía admitir que quien estaba a punto de ser fusilado se negase a recibir los auxilios espirituales que prescribe la Iglesia católica. Una y otra vez se dirigían abruptamente a Tano Jaume demandándole que se pusiera a bien con Dios, que tenía la oportunidad de hacerlo. El forcejeó dialéctico llegó a tal extremo, alcanzó tanta agresividad, que Tano Jaume, elevando al máximo el tono de voz, dijo: "Luis Alemany, como mi abogado defensor te necesito; estoy siendo extorsionado".

Su hermano Andrés tuvo que ser sujetado por su hijo para evitar que se encarara violentamente con el sacerdote y el militar, mientras que Luis Alemany, se interpuso entre éstos y Tano Jaume exigiendo enérgicamente que se le dejase en paz. Hubo un momento de impasse, pero ante la decida actitud de Jaume sacerdote y militar optaron por desistir dirigiéndose a la celda de Darder, que dormitaba en el camastro. Allí se produjo otro episodio lamentable, una nueva extorsión, a la que Darder no pudo oponerse al imposibilitárselo su cada vez más deteriorado estado físico.

El militar, sin mediar palabra, le levantó la cabeza para que el cura, sin demandar permiso alguno, valiéndose de una cuchara, le introdujera una hostia en la boca obligándole a beber unos sorbos de agua para deglutirla. La escena, observada a distancia por los familiares de Jaume, dado que las puertas de las celdas estaban abiertas, era demoledora. El alcalde Darder no se percató de lo que habían hecho con él. No hay constancia de lo sucedido con Ques y Mateu.

No hubo más incidencias. Al alba, varios oficiales anunciaron a los cuatro que había llegado la hora. Entonces, Tano Jaume, tras abrazar a su hermano y cuñado, se dirigió a su sobrino para darle la cajetilla de tabaco rubio de la que había fumado a lo largo de la madrugada diciéndole: "me quedo dos, no me hacen falta más".

En la entrada de Capuchinos les esperaban dos automóviles. En uno fueron introducidos de mala manera Ques y Mateu y en el otro Darder y Jaume. Al meter a empujones al primero, éste, dado su estado, se dio un fuerte golpe con el quicio de la portezuela en la frente, que empezó a sangrarle, lo que hizo que Tano Jaume se dirigiera a los militares espetándoles: "No se dan cuenta de que ese hombre está medio muerto". No se le hizo caso. Darder fue metido a empujones en el coche quedando desvanecido junto a Jaume.

La comitiva se dirigió rápidamente hacia el cementerio. Los automóviles, acompañados de la correspondiente escolta, enfilaron las avenidas tomando el camino de Jesús. En pocos minutos estuvieron en el cementerio. El sobrino de Tano Juame, Andrés, se las arregló para, en otro automóvil, seguirles. Había prometido a su tío, al abrazarlo al despedirse, que seguiría a su lado hasta el final. Así lo hizo.

En el cementerio el espectáculo era dantesco. Sobre las tapias aguardaba un multitud, contabilizándose más de mil personas, entre las que destacaba un nutrido grupo de falangistas, incluidas mujeres jóvenes vistiendo la camisa azul, el color de Falange, que, expectantes, al ver llegar los automóviles empezaron a dar vivas a España, cantar el himno falangista Cara al sol e insultar a los que iban a ser fusilados. En un momento dado, la gente que no pudo hacerse con un sitio para observar la ejecución desde las tapias, se desparramó por las cercanías de la zona de ejecución.

Nadie quería perderse lo que estaba a punto de ocurrir. El consejo de guerra en el que los cuatro habían sido condenados a muerte, se había divulgado por toda Mallorca, especialmente en Palma e Inca. Eran cuatro personas sobradamente conocidas. Destacadas en sus ámbitos profesionales: dos empresarios, Mateu y Ques, un abogado, Jaume, y un médico, Darder. Además, dos de ellos habían sido alcaldes y otro diputado a Cortes.

Por si faltara algo pertenecían a la burguesía acomodada. Estaban en una más que desahogada posición económica. No era pues sorprendente la expectación que, primero el consejo de guerra y después la condena a muerte, confirmada por Burgos, habían suscitado. El escarmiento iba a ser ejemplar. Los golpistas no estaban dispuestos a otorgar clemencia. Los que se apiñaban en el cementerio eran conscientes que asistían a las ejecuciones más trascendentes que se iban a ver en Mallorca.

Jaume, Ques y Mateu bajaron de los automóviles por su propio pie, sin necesidad de que les obligaran por la fuerza. Darder tuvo que ser sacado por los soldados. Estaba en un estado lamentable, casi no podía dar un paso, por lo que fue llevando en volandas al paredón. Andrés Jaume, apostado a poco más de un centenar de metros, asistía a lo que acontecía demudado. Cuando fueron conducidos al paredón el griterío de quienes disfrutaban con la inminencia del fusilamiento se recrudeció. Los insultos a los cuatro eran constantes llevándose la mayor parte Darder y Jaume, por ser los más conocidos.

muchedumbre

Al aproximarse el momento cumbre del espectáculo al que entusiasmada asistía, la muchedumbre arreció en los insultos y en entonar una y otra vez el himno fascista. Había personas de toda condición,controladas por un grupo de soldados y por los falangistas. De haberse podido abstraer de lo que las congregaba hubiera parecido que se estaba en una feria o algo similar. Algunos dijeron después al sobrino de Tano Jaume que lo sucedido era inconcebible. Fueron de los pocos que no aplaudieron ni vociferaron. Estaban allí obligados. Eran los soldados a los que se había ordenado vigilar la zona de ejecución.

Jaume, Ques y Mateu fueron colocados mirando hacia la tapia. Se les fusilaba de espaldas. Con Darder no pudo hacerse. Su debilidad era tal que no quedó otra que dejarlo sentado sobre una piedra. Ni tan siquiera llegó a recibir la descarga del pelotón de ejecución. Un notable falangista de Palma, que después abrió un conocido restaurante en la zona del puerto, le pegó un tiro en la nuca. Ni tan siquiera se requirió rematarlo. Un momento antes de que el oficial al mando ordenará "fuego", Tano Jaume levantó la mano. El militar le preguntó: "¿Qué quiere?". "Ver a quien me mata", respondió sin que se le alterase la voz. Se le dejó hacerlo, con lo que, sereno, fumándose el cigarrillo que le quedaba, recibió la descarga.

Los tiros de gracia acabaron con la vida de Ques, Mateu y Jaume, pero a éste aún se le reservaban algunas vejaciones adicionales. Agonizante, un conocido miembro de la nobleza de Palma, perteneciente a la familia España, alto mando de falange, le propinó una patada en el costado diciendo: "Ese hijo de puta todavía no está muerto". Después del tiro de gracia varios falangistas orinaron sobre el cadáver, al tiempo que la multitud profería nuevos vítores y constantes aplausos.

En un primer momento los cadáveres quedaron en el lugar de la ejecución. El sobrino de Tano Jaume, que permanecía en el lugar, paralizado, lívido, sin saber qué hacer, vio a uno de los sepultureros, a quien conocía. Este le dijo que estuviera al tanto, porque de lo contrario se les enterraría en una fosa común sin dar explicaciones. Pudo evitarse. Después de permanecer toda la noche en el depósito los cadáveres fueron reclamados por las familias.

La de Tano Jaume estuvo a un tris de sufrir una nueva vejación. A uno de sus tres hijos, Miguel, que cumplía el servicio militar como médico, un superior, sabiendo que habían fusilado a su padre, le ordenó que fuera al depósito a inspeccionar los cadáveres. Quería que el hijo viera al padre. Otro médico, al percatarse del sadismo de la orden dada por el oficial médico, le dijo a Miguel que ya se hacía cargo ahorrándole la pena adicional que se le quería infligir.

Al día siguiente, el sobrino de Tano Jaume, siguiendo las recomendaciones del sepulturero, que había redoblado las advertencias de que cuanto antes se llevasen los cuerpos del depósito, en una carretilla trasladó el cadáver de Tano Jaume a la tumba de la familia. Fue necesario solventar algunas formalidades burocráticas, porque las autoridades golpistas, renuentes a agilizar los trámites, ordenaron que se cumplimentaran a rajatabla todas las formalidades.

Durante la noche, la hermana mayor de Tano Jaume, Francisca, se quedó en el depósito, vigilando el cadáver de su hermano. Temía, con fundamento, que si no había nadie de la familia presente se le arrancasen los dientes de oro. Al día siguiente, a primera hora, Tano Jaume fue sepultado. Otro tanto se hizo con el alcalde Darder, cuya tumba está situada apenas a una decena de metros de la de Jaume. En ellas siguen ochenta años después los restos de ambos.

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